11. Torquemada

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Después de la prueba, el sonido del cascabel siguió persiguiéndome a lo largo de las siguientes semanas recordándome qué había oculto en el bosque, qué era eso que se mantenía escondido bajo tierra, esperando a ser desenterrado. Por esa misma razón, con la melodía del pequeño objeto incrustado en mi mente, me mantuve alejada de los árboles en la medida de lo posible mientras el pasar de los días dejaba atrás la primera semana en el King's Collage.

La relación con los chicos mejoró notablemente y no hubo reparos en formar parte de su grupo; para ser exactos, fueron ellos los que nos invitaron a Nate y a mí. Alister mantuvo la misma actitud de siempre conmigo, no la había dejado atrás ni mucho menos olvidada. Era tan frecuente que, hasta los más avispados del comedor, notaban su acercamiento hacia mí. Quizás en broma...o no.

Lo único que parecía haberse salido de control era Max.

No había día en el que nuestras miradas no se encontraran y un rugido, muy similar al de un animal, saliera de su boca con cualquier cosa que dijera. Mi presencia le molestaba y combatía su molestia con comentarios mordaces. Rara vez había recurrido a los golpes, y en caso de hacerlo, el objetivo no era mi rostro sino la pared más cercana.

Desconocía el origen de su repudio hacia mí, pero era más que evidente que me despreciaba. Hasta los chicos lo notaron, y para evitar cualquier susto, me aconsejaron tener cuidado.

Pocas veces andaba solo. Siempre en compañía de Cristian, y cuando no, era porque uno de los dos tenía clase. En esas ocasione, cuando tenía que estar encerrado en un aula conmigo, permanecía callado y silencioso, de brazos cruzados y con otra de sus tantas sudaderas.

Incluso Alister se sorprendió de la actitud de su amigo.

Por mi parte, siguiendo los consejos de los chicos, había intentado no tentar a la suerte, ignorar su presencia y seguir con mi "falsa vida" en el King's Collage para encontrar pistas sobre Caos. La búsqueda había sido en vano y solo los zombis nos recordaban que el nigromante seguía en alguna parte, más allá del escenario que parecía tan normal que hasta daba miedo y esperanzas.

Cada noche, cuando no salía a deambular por los pasillos, solía apoyar la espalda en la puerta. Me quedaba escuchando los pasos de los cadáveres.

Uno tras otro.

Un pie y luego el otro.

Primero uno y después otro.

Era una prueba que me hacía a mí misma, una especie de examen, para recordar porqué estaba ahí. No podía dejarme llevar por el espíritu académico, juvenil y fiestero de los chicos, no cuando Amanda y Sandra se estaban dejando la piel para lidiar con la muerte de Carmen mientras desentrañaban los secretos que esta había ocultado en vida.

Esos pasos en la madrugada me servían para mantenerme cuerda, para no caer en mi propia trampa.

―¿Con qué fin soltaste a tus juguetes, Caos? ―me pregunté, como ya venía siendo costumbre.

CaosWhere stories live. Discover now