4. El baile de la pelota

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El auditorio estaba casi al completo cuando cruzamos las puertas y nos adentramos en el mar de gente que buscaba un lugar donde posar su fino y delicado trasero

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El auditorio estaba casi al completo cuando cruzamos las puertas y nos adentramos en el mar de gente que buscaba un lugar donde posar su fino y delicado trasero. Creí conveniente sentarse en las últimas filas para no llamar mucho la atención, así que redirigí a Nate hacia los primeros sitios que me dieron algo de confianza. Acabamos sentados en una esquina, no precisamente en la última fila, pero rodeados de grupos de adolescentes que comentaban sus queridas vacaciones. Hubiéramos pasado desapercibidos de no ser por Nate, era lo suficiente llamativo para que las chicas recayeran en él, más cuando antes de entrar se había desaprovechado los primeros botones de su camisa.

Un grupo bastante próximo se puso a murmurar y devorar a Nate con la mirada.

—Acabas de conseguir tu nuevo grupo de fans —le dije—. Parece que van a comerte.

Nate buscó a las chicas y cuando las encontró, pícaro de él, sacó su mejor sonrisa dedicándosela.

—Me dejaría comer por la rubia. Está que trina.

—Galán de telenovela, contrólate.

—¿Por qué debería?

Paciencia, Emma. Paciencia.

—No me hagas hablar —gruñí, controlándome.

Amanda se había ganado un cacho de cielo al aguantar sus ataques de casanova y su bipolaridad.

Me volví hacia atrás al sentir que alguien me miraba, encontrándome con cuatro chicos para ser exactos. Estaban analizándonos, no solo a mí, también a Nate. Igual que yo a ellos. El grupo entero vestía con ropa de marca, y si bien reconocí algunos estampados, otros me resultaron desconocidos. El más alto de ellos se rio al señalarme y yo me encogí en mi lugar.

Me estaban comparando con Nate, por supuesto. Él era atractiva allá por donde fuera (y el pelo rosa sumaba un extra) mientras yo parecía haber salido de una biblioteca con mi estatura y mis gafas. Intenté obviar sus risas y me enfoqué en cómo se veían en vez de reparar en lo que decían. Uno de ellos, al cual habían llamado Alister, se quejó de los comentarios de sus amigos y apoyó el mentón en un balón de baloncesto que tenía consigo.

¿Baloncesto?

Mi cuerpo se movió antes de que mi mente lo procesara.

—¡Ey, vosotros! —grité. Los cuatro se sorprendieron de que alzase la voz y se quedaron petrificados, salvo Alister que sonrió con tanta elegancia que me quedé pillada por varios segundos—. ¿Jugáis al baloncesto?

—¿Quieres unirte, novato?

No era Alister quién hablo sino uno que estaba sentado a su lado. Parecía el más joven de todos, y el más atrevido por la manera en la que se dirigió a mí. ¿Serían de último año? No lo parecía, al menos él no.

—Mírale bien, Tomás. No duraría ni una sesión.

Nate me miró de reojo preguntándose que planeaba cuando sonreí al grupo y asentí.

CaosWhere stories live. Discover now