25. Una noche sin ley

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Según Max, Caos no conocía la máscara en la que me escondía, sí el hecho de que estuviese en el King's Collage

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Según Max, Caos no conocía la máscara en la que me escondía, sí el hecho de que estuviese en el King's Collage. Tampoco sabía si conocía la existencia de Nate a mi lado o pensaba que había venido sola a su encuentro. Pero, si Max estaba en lo cierto, ¿quién había dejado el cordón rojo y el cascabel blanco en mi almohada? Torquemada había estado toda la noche conmigo.

Tuvo que ser él.

Tuvo que ser él.

Tuvo que ser él.

No hay nadie más. Realmente no hay.

De todas maneras, ahora no podía pensar en eso. No mientras estuviese caminando a lo que seguro fuese mi futura tumba o la trampa perfectamente diseñada para mí. El monstruo dentro de mí se había tranquilizado durante unos días tras haber ingerido algo de sangre, ni de lejos lo que mi cuerpo necesitaba, sí lo suficiente para mantenerme cuerda. Pero esta mañana, al despertarme, el dolor en mi cuerpo me alertó de que el tiempo extra se había acabado.

Los colmillos jugaban por salirse con cada ocasión que me acercaba a alguien.

Fue difícil mantenerme serena en el comedor, con Lulú a mi izquierda y con Nate a mi derecha, sintiendo a cada tanto las miraditas ya conocidas de Alister sobre mí. Había escondido las líneas negras con maquillaje, pero temí que alguna se entreviera entre las capas y capas de base que me había aplicado en la piel. Por suerte, Nate no había llegado a ver ninguna de ellas al despertarse. Ya había procurado yo levantarme antes que él para evitarlo, saliendo del baño cuando Morfeo finalmente lo expulsó de su mundo y se desprendió del encanto de los sueños.

Durante el día tuve cuidado de acercarme a mis amigos, especialmente a Nate.

Y caída la noche, dejé que la suerte eligiera mi destino.

A diferencia de otras veces, no hubo rastro del conserje ni de los cadáveres al salir del edificio de habitaciones. Los alumnos se movían libremente por el internado, y al mismo tiempo, por toda la extensión de la montaña, como si no existiese una autoridad sobre ellos. Sin leyes, sin control. Los rumores sobre la gente encapuchada seguían ahí, pero, salvo unos pocos, la gran mayoría actuaba como si fuesen simples historietas de borrachera.

En palabras de Alba, el Consejo Estudiantil era el encargado de que el mundo siguiese las reglas. Pero, ¿cuándo se habían hecho cargo de eso? Nunca, sencillamente porque pareciese que no había regla alguna que seguir.

Porque hoy, aún con la fiesta que ellos mismos habían organizado, apenas había diferencia entre esta noche con cualquier otra. Salvo que era una noche para divertirse, para enloquecer... Una noche a la que temer.

Algo malo va a pasar. Lo sé.

Y nadie parecía darse cuenta de ello.

El grupo al completo, con la incorporación ya definitiva de Lulú, tomó un atajo que los chicos recomendaron para acortar el camino hacia el edificio abandonado. Un camino que Nate y yo ya conocíamos, pero del que nos mantuvimos callados. Por tanto, la única que no sabía por dónde iba era Lulú y no dejó que nadie notase el revoltijo de nervios que era mientras nos hundíamos más y más en el frondoso bosque, dejando atrás el internado y el único foco de civilización que había en varios kilómetros.

CaosWhere stories live. Discover now