REBELDÍA

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JELIEL.


—¿Jeliel?— el tono claro de Danel se hizo presente sacándome de un plano mental que mantenía mi mirada cautiva.



Con apenas un movimiento le informé que tenía mi atención para que diera inicio a lo que tenía que decir.





—Algunos de ellos están aquí— anunció —Piden verte.




Cerré los ojos aspirando con profundidad para después liberar y volver abrir mi vista. Sabía el motivo de su osadía presencia en mi eternidad lo cual me provocaba apreciar de cierta forma su valentía. Eleve mi mano unificando mi ser con la belleza de la sublimidad; mi cuerpo era uno con la austera existencia del equilibrio de lo infinito.





Danel entendió lo que debía hacer sin que yo lo expresará del todo directamente, se reverenció genuinamente y se retiró.




Observé hacia la ecuanimidad, la armonía del orden. Me levanté de la roca gris que ocupaba como asiento y comencé a caminar con pasos pequeños y lentos al tiempo que seguía tocando la extraordinaria perfección de la neutralidad absoluta mientras la potencia de la energía de mi ser viajaba por los principios del nacimiento del todo, eran como rayos grisáceos que emanaban de mis adentros resaltando por la piel que irradiaba luz oscura causando estruendos en la oscuridad al contacto.






Enfrentar por primera vez lo que me había negado hacer y lo que los celestiales más poderosos se habían esforzado en proteger, pues no existía cosa alguna que me hiciera pronunciarme de tal manera, pero eso terminó cuando regrese en su busca, ya que ahora tenía un detonante y era ella.





Deje de lado cualquier pensamiento y conduje mi andar hacia donde se encontraban los visitantes; cruzando grandes puertas de muros que dividían el cimiento del contrapeso de la ciudad que se conocía como cielo. Fueron varias que se abrieron dando paso a mi presencia, hasta finalizar en los murales del equineuterno, continué hasta presentarme en el trono de la viva neutralidad. Los seres frente a mí se inclinaron mientras todo permanecía en total silencio. Seguí de pie con indiferencia. El equineuterno era el único espacio donde concedía el poder de habitar a la otra parte del inicio o a cualquier otro ente al que no le había concedido el honor de pertenecer a mí. Era amplio y conservando la misma tonalidad grisácea, había pilares gigantes por ambos lados formando un camino en medio y en cada uno de ellos había asientos, pero la verdadera presencia era el trono negro que únicamente podía ser tomado por una entidad, la mía.





Tomé posesión sentándome sobre él, permitiendo que los demás se reincorporarán en sus posiciones. Danel también rompió su postura al frente de los asientos y subió los escalones hasta quedar a un lado mío.





—Seremos juzgados— rompió el silencio uno de los líderes de los grigory, el vigilante Shemihaza —El llamado lo hará la sangre blanca.



—¿De dónde han obtenido tal información?, ¿quién se las ha dado?— Danel habló a los caídos.





—!De mí!— un celestial descendió de los arribas —Yo les di esa información.





Azrael reconoció al tiempo que se detuvo frente a nosotros justo del otro lado mientras guardaba sus majestuosas alas. Los caídos tanto como Danel se voltearon a verla.





—Ella me lo dijo, después el creador me lo anunció— explicó —Sabes lo que se avecina en la creación con el llamado.





—Está cumpliendo con su deber, con su propósito, ¿Por qué debería intervenir por quiénes se revelaron con su creador?— dije en tono tranquilo sin inmutar mi mirada perdida.





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