JARDÍN Y CIELO

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ORÍS.




Un lugar con tranquilidad absoluta, todo en armonía, no había nada más, solo era el bien en su máximo esplendor; la incertidumbre no existía, tampoco el miedo o dolor, la paz reinaba en toda su magnitud. Si alguna vez sentí algo contrario a lo que sentía actualmente, no lo recordaba, Sitael había dicho que mi vida pasada no existía, pero existió, estuvo ahí aunque ahora era un ser nuevo con mi verdadera entidad.








¿Para qué fuimos creados?, ¿con qué fin?, ¿para guiar a la humanidad o vivir en ella?, ¿para adorar a nuestro creador?, tal vez en realidad jamás fuimos dueños de nosotros mismos, quizás fue una ilusión solamente, una manera de dar sentido a nuestro al rededor y a nuestra propia existencia; conocimientos adquiridos poco a poco con un sin fin de preguntas y escasas respuestas, sin saber la verdad, pues jamás había una nada más.









Los grandes ventanales en la habitación dejaban ver un inmenso jardín, con ángeles de servicio al cuidado, volví a ver la cama soltando un suspiro. No pensaba descansar, no lo necesitaba, así que no solo me quedaría esperando; camine unos pasos hasta salir al corredor nuevamente, el crujido de la puerta cerrarse provocó algo de ruido. Estaba todo vacío, me acerqué a los grandes pilares que sostenían la protección de mármol blanco permitiendo ver hacia abajo, donde había bajado con anterioridad por la guía de Met. No seguiría el camino que ya sabía a donde conducía, sino me aventuraría tomando lo desconocido.






Al seguir el camino contrario me encontré con salones enormes, cada uno resguardaba algo en específico, algunos otros tenían pinturas en las paredes, pinturas que explicaban las historias a través del los tiempos de las deidades y razas, aunque yo no las entendía e interpretaba con mucho conocimiento; en otro salón había libros, gigantescos libros y escritos de muchos tamaños, estaban ordenados perfectamente. Al intentar tocarlos la sangre blanca apareció desactivando una especie de protección invisible.









—Dime, ¿de qué tratan estos libros?— detuve a un par de ángeles de vestiduras blancas.









—Son una parte del principio y el fin plasmados en letras— respondió sin levantar su rostro.










—Me aseguraré de que se plasme que el descansar no es el fuerte del sello celestial— la voz de Sitael apareció detrás de mí.








Los Ángeles se marcharon permaneciendo en su posición de reverencia.







—¿No te verías con el Ángel de la muerte?— me giré hacia él, encontrando su cuerpo recargado sobre el entrar de la puerta.









—Eso ya lo hice— caminó tomando un libro —Recuerda que el tiempo de la tierra no es igual al del cielo.









—¿Eso significa que fuiste a la tierra?— cuestioné.








—Eso puede significar muchas cosas— hojeo las páginas —¿Lista para salir del jardín celestial?, o ¿prefieres quedarte viendo pedazos de escritos?— me observó.









—¿A dónde iremos?— pregunté con ilusión.









—¿Jardín o cielo?, es hora de visitar el cielo— extendió su mano hacia mí —¿Confías en mí?.











—Si— observe su mano antes de tomarla.









Cuando lo hice unas alas salieron de su espalda, eran más de una ala en cada lado, se dejaban ver blancas aperladas aún siendo transparentes, irradiaban una luz dorada que las cubrían. Sitael se acercó rodeándome con ellas perdiéndonos por un instante. Cuando mi ser volvió a sentirse libre, nos encontrábamos en un nuevo lugar.











—Bienvenida al cielo— dijo Sitael.










Seres de fuego ardiente aparecían y desaparecían, algunos se transformaban a humanos por voluntad propia, pude observar las riquezas de los tesoros de las estrellas, rayos, constelaciones en su máximo punto de creación. Todo era totalmente diferente al jardín. Sitael me guio a otro lugar donde se podían ver los vientos del velo de la unión entre el cielo y la tierra.









—Son las columnas celestiales— explicó —Tócalas.







Volteé a verlo por su petición, pero él asintió con un ademán, así que lo hice. Pude sentir cada Alma de la humanidad, el sufrimiento, la felicidad, la brisa de los árboles, las profundidades de los océanos, el crujir de la tierra, todo. Después me guio hacia un majestuoso árbol aromático del cual tomo una diminuta hoja y la puso sobre la palma de mi mano. La sangre blanca se volvió activar recorriendo cada parte de mi ser, al sentir un impacto eléctrificante, recibiendo una descarga de información de mi propia creación.










—Tienes las respuestas de todo lo que necesitas saber— volvió hablar —La sangre blanca que recorre por tu existencia es el inicio y el fin del bien.











—El cielo tiene demasiado secretos que solo su creador puede abrir y a quien él se los permita conocer— reproche.









—Paciencia, Orís— dijo con calma —Tienes el poder después de todo.









—Aún no puedo comprender ese poder— respondí.








Volvió a extender su mano y la tomé al instante.









—Volvamos— mencionó.









Sus alas rodearon mi ser, regresando al jardín celestial. De pronto estábamos en una de las salas principales de una de las entradas, sus brazos sostenían mi cuerpo provocando que nuestros rostros estuvieran cerca.








—¿Un viaje a la tierra?— preguntó.


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ℛ𝒜ℳℯ́Where stories live. Discover now