MIRADAS

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ORÍS.





Nuestras miradas se encontraron perdiéndose una en la otra y estoy segura de que ambos lo sentimos. Sin importar quién fuera él o sin saberlo, me sentí segura. Fue sublime mientras todo a nuestro alrededor se detenía en un bucle celestial, dejando fuera a cualquier otro tipo de existencia o vida, en ese momento únicamente existíamos nosotros.











Sus ojos verdes eran los mismos que dibuje en aquel lienzo blanco como un fugaz recuerdo de una memoria o vida de la que ya no era dueña, pues ya no me pertenecía, al menos no por ahora. Eran profundos, llenos en el vacío, algo que no cualquiera podía comprender. El fino manto que nos separaba parecía estar a una distancia interminable a pesar de la cercanía que había, su figura cubierta por ropas negras no era la más clara y sus alas eran solemnes, imponentes, aún más grandes que las mías. Eleve mi mano para lograr tocar esa fina capa que nos separaba, pero él desapareció en un instante.











Retorne mi camino hacia el destino que buscaba. Estar en los finales de los cielos sin conocimiento no era lo mejor, pero por desconocido que pareciera la entidad detrás del manto no me parecía peligrosa si no todo lo contrarío.









Eleve aún más mis alas haciendo mi vuelo más rápido, pues no podía negar que únicamente sobrevolaba la ciudad celestial para pensar en lo que acababa de pasar y que posiblemente no debía hacer.










Llegue y entre a donde se encontraban los majestuosos tronos. Estos eran deslumbrantes e irradiaban fuego celestial desde sus cimientos, había uno sobre todos los demás, este era aún más magnífico pues nada se le podía igualar en la creación. Me incliné en reverencia poniendo mis manos sobre una de mis piernas sin poder ver con exactitud hacia el frente.








—¡Padre!— mi voz denoto el respeto y autoridad de la cual mi creador era merecedor.










Era la primera vez que estaba ante la presencia absoluta del creador de todo lo que se conocía incluyéndome a mí, así que mi primer instinto fue adorarlo y rendirle tributo. Mi ser estaba comenzando a sentir como la sangre blanca iniciaba su recorrido por mis adentros reaccionando ante su Dios.









La paz inundaba todo a nuestro alrededor, sentía alegría, felicidad, deleite, gozo, pero también temor... temor por las cosas que sabía que había hecho, desafiado y que posiblemente estaban mal, porque no podía negarlas delante de su presencia. Met y Sitael me enseñaron y mostraron que mi origen fue diseñado para ser igual que mi padre, pero quizás no lo merecía. A pesar de que era libre estaba consiente que la deidad delante de mí me había creado y aunque no podía sentirme y tampoco yo a él, era mi padre.










Alce la vista un poco cuando extendió su mano hacia mí, guiándome a tomarla. Mis pasos continuaron él caminó de escaleras de piedras preciosas en medio de creaciones como las nubes. Cuando nuestros tactos fueron unidos una energía se desprendió de nosotros intensificándose en mi sangre; misma energía que fue regada por toda vida que padre había originado. Pude sentir como los cielos aumentaban sus cantos, mientras que en la tierra grandes estruendos resonaban al igual que en las otras realidades.











—¡Hija mía!— su voz fue esplendorosa, no había nada que se le comparará.










Me mostró el trono que debía tomar a su lado. Cuando lo hice y me senté toda verdad que le pertenecía a los celestiales que habitaban los cielos y todo misterio de la creación del cielo me fue revelado pasando enfrente de mí como una ligera ola. Muchos de mis cuestionamientos y preguntas obtuvieron respuestas, pero hubo otras que no, así como nacieron nuevas, pues existían enigmas que no solo le pertenecían a la luz.










El tacto de padre no dejó de sostener mi mano mientras mi sangre seguía fluyendo debajo de mi piel.










—¿Qué pasará con la humanidad?— pregunté por lo que me había sido revelado.










Era su creación y a pesar de que yo era libre desconocía los planes para todo aquello a lo que él le había otorgado vida alguna, ya que le pertenecía únicamente a él, a el creador. La ciudad celestial dejó de estar frente a nuestras existencias y en lugar apareció la extensión de la tierra; los sonidos, los animales, la vegetación, los humanos... sus inventos.










—¿Qué harán sin la deidad de la maldad?— pregunté esta vez.









—Mis hijos, ellos son la maldad— respondió ante mi pregunta.








—¿Cómo puede ser eso?— volví a cuestionar.









—Todo radica dentro de ellos, su creación es magnífica. Tienen una porción de los mundos de las deidades dentro de ellos y son libres de elegir cuál prevalece en sus vidas, cuando está llega a su tiempo final esperan en el reino del Ángel de la muerte él yo le otorgue, ahí no hay nada, nada existe. Permanecen ahí hasta que sean llamados por mí, por su creador a ser enviados al mundo que eligieron en vida.









Comprendí mejor como funcionaba la humanidad. Era desconsolante ver como eran capaces de grandes cosas y aún no lo podían ver.









—¡Padre!— irrumpí sigilosa —Quiero pedirte mi vida humana de vuelta— pedí.








La ciudad del cielo volvió borrando todo rastro de la tierra. Esta vez las nubes y piedras preciosas desaparecieron llenando todo en un vidrio reflejante como espejos, solo quedaban los tronos en deslumbrante fuego ardiente, pero una pieza más apareció frente a nosotros, era un pedestal con una pieza más arriba de él. Nos acercamos y pude ver un símbolo... un símbolo de dos alas y espadas entrelazadas entre sí, flotando dentro un rectángulo con lo más largo hacia arriba sostenido por el pedestal, era hermoso.









—Tiene que ser roto antes de devolverte tu humanidad— padre declaró.












Mi mirada se elevó hacia él sin comprender.

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ℛ𝒜ℳℯ́Where stories live. Discover now