17. La Claridad de la Lejanía.

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──Tú odias los torneos ──le recordé por si hacía falta.

──No dije que los odiara, dije que son la cosa más estúpida hecha solo para levantar el orgullo de nobles perezosos.

Le quité la copa, sabiendo que necesitaría un buen trago para hacerle frente al resto de la velada, y que él ya había tenido suficientes.

──¿Y todo este espectáculo lo haces para? ──le di pie a responderle.

──Mi dulce Agar ──se burló.

──No debiste llamarlos, estás llegando muy lejos, si Killian llega a llevarse a Keira estás...

Ciro posó su índice sobre mis labios, lo observé con rencor cuando volvió a quitarme el cáliz de las manos.

──¿No estarás feliz de tener a tu otra mitad cerca?

──Estoy tan feliz de ver a Killian como de un demonio que viene a reclamar mi alma.

Rodó los ojos, alejándose como si fuera parte de un gran drama, apenas término con lo último de su bebida, cuando un criado ya estaba corriendo a servirle más cantidad.

Si esperaba que Ciro se saciase, le esperaba una larga jornada.

──Él no se acercara a ti ──aseguró una vez volvimos a estar solos.

En forma figurada, la habitación estaba repleta de criados y sirvientes corriendo para tener todo listo.

──¿Y Kaiser? ¿Crees que aceptará? En el momento en que le digas sobre Keira...

Una joven se la acercó con un muestrario de telas, ¿qué mierda estaba pensando?

──¿Qué estás planeando?

El capitán escogió un largo retazo de tul para colocarlo sobre mi cabeza a modo de velo, lo miré a través del tul rojo y de mi propia expresión de extrañeza.

──No puedes estar pensando en serio.

La joven criada se vio incómoda, por la cercanía con el líder del ejército o por la forma en que me refería a su gran soberano.

──Encantadora, ¿crees que debería casarla con los colores de su casta o le hago el honor de vestir los colores reales?

Alejé esa porquería de mi cabeza.

──Si llegas a realizar esa boda, y Kaiser está ahí, vas a ocasionar una masacre. Lo sabes.

Ciro sonrió, cargado de malicia y júbilo por su propio plan, el alcohol nublando sus pensamientos y la distancia del vínculo impedía su concentración.

──Ciro.

──Saerev ──me corrigió, intercambiando una mirada cómplice con la jóven sirvienta──. No es propio que le hables de manera tan informal a tus soberanos, no todos tienen la desfachatez de Sinester. Muy pronto un hombre casado, de hecho ──En lo último se dirigió por completo a la criada, como si le diera las nuevas noticias.

Ella asintió, algo parecido entre una sonrisa y el gesto que haces justo antes de desfallecer, luego Ciro la despidió y salió corriendo por una de las puertas laterales, seguida por gritos de una mujer corpulenta.

Si Ciro no desquiciaba a toda la gente en el palacio antes, sería una velada para rememorar.

──Espero sepas lo que haces.

──Siempre lo sé ──zanjó, antes de acudir al llamado de un grupo de nobles que habían venido a ver los preparativos del gran salón.

Y buscar cualquier excusa para codearse con algún miembro de la corona, de seguro su hermitaño príncipe Aeto no los había mantenido muy entretenidos.

Los Pecados que Pagan las BestiasWhere stories live. Discover now