Consuelo

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Adrien

Le di una calada al cigarrillo, expulsando el humo y viéndolo, cuestionándome en mis adentros el porqué los recuerdos no pueden esfumarse con la misma facilidad. 

¿Por qué cuesta tanto olvidar? ¿Por qué, si han pasado tantos años, sigo sintiendo mi cuerpo sucio?

Tenía solo diez años, cuando bajo inocencia y estupidez, mi único objetivo en la vida era agradar y contentar a mis padres. Hacerlos sentir orgullosos de mí. 

En la industria del cine llegué a parar. Descubrí que no solo se debía tener talento para alcanzar tan “dichosa” meta, basta con poseer dinero y conexiones. 

No tuve la niñez que hubiera deseado tener. Conocí muy poco lo que era estar rodeado de niños, la mayor parte del tiempo estaba entre adultos y en el estudio de mi tío grabando. Ajeno a eso, no podía desatender mis clases con la tutora. Dormía poco y a causa de eso y muchas otras cosas más, me enfermaba constantemente. Aun así, tenía prohibido estar en cama. Aunque tuviera fiebre, debía presentarme. 

En mi cumpleaños número doce, mi hermana y yo pudimos tener un poco más de libertad. Nos tomamos un receso de un año lejos de grabaciones, de anuncios, de películas. Los dos pensamos que era la oportunidad perfecta para divertirnos juntos y sobre todo, descansar, pero mi tío nos separó.

Estaba solo en casa esa noche cuando mi padre me hizo una petición un poco extraña. Él trajo un vestido de mi hermana a mi habitación y me pidió que me lo probara. No le puse peros, porque sabía que mi papá se enojaría si lo hacía y prefería cualquier cosa que verlo enojado. 

Recuerdo sentirme incómodo, con mucha vergüenza y con frío, porque el vestido me quedaba muy corto y pequeño, y como era de tubo, no me cubría completamente. 

—¿Te he dicho que eres el niño más hermoso que existe? 

Sus manos tocaban mi cuerpo de una manera que me generó mucha incomodidad, pero no vi maldad alguna. Al menos no, en aquel entonces. 

Todavía recuerdo esa primera vez. Ese momento en que me pidió que me pusiera a sus pies mientras él se sentaba en el borde de la cama. Como todo niño, sentí curiosidad de lo que me estaba mostrando. Seguí cada paso de lo que me ordenó. Todavía recuerdo todo lo que toqué, todo lo que mi lengua probó, el dolor de mi garganta y mandíbula. Podía oír sus asquerosos gemidos mientras presionaba mi cabeza con tanta fuerza. Era tan inocente, tan idiota, tan imbécil, que creí en todo lo que decía. Incluso en sus palabras cuando dijo que esto era lo que debía hacer un “buen hijo” por su padre. 

Cada día cuando llegaba a la casa, aunque hubiese estado todo el día llorando y con dolor de garganta, siempre le mostré una sonrisa, porque quería ser ese buen hijo que tanto deseaba tener. 

Aquella noche del 25 de febrero, lo que se suponía que sería un día feliz por mi cumpleaños número trece, se convirtió en una horrenda pesadilla.

Mi padre entró a mi habitación a mitad de la noche como de costumbre. Todo comenzó con el mismo “proceso” de siempre. Pensé que todo acabaría con haber expulsado todo en mi boca, pero no. Aquel color claro de sus ojos se volvió sombrío y su erección aún permanecía intacta. Supe que algo bueno no saldría de esto, pero callé; callé como un “buen hijo” lo hubiese hecho. 

Mi cuerpo fue cubierto de su desagradable olor, manchado, destruido, desde dentro hacia fuera. Ese dolor fue el más horrible que haya experimentado alguna vez. Yo era tan pequeño y él tan grande. La sábana se había manchado de sangre, lo cual me asustó demasiado, pero él buscó tranquilizarme con las palabras que él creía que eran las correctas. 

—Debes ser un “buen niño”. 

Al día siguiente pensé que me daría la oportunidad de recuperarme, porque todavía mi cuerpo dolía, pero no. Aunque sintiera que me estuvieran enterrando diminutos alfileres, debía soportarlo todo. Además de que no tenía forma de evitarlo.

No obstante, en mis momentos de agonía, ahí la vi a ella; mi madre, entrando desnuda a la habitación junto a mi hermana. La mirada de mi hermana no era la misma de siempre. El brillo que había en sus ojos se había apagado. Esa sonrisa que la caracterizaba y amaba tanto en ella, se había borrado. Sus párpados se veían hinchados, como si hubiera estado llorando mucho.

Ellas se unieron a la cama con nosotros. Mientras mi madre se tendía boca arriba, mi hermana se subió sobre ella a la altura de su rostro. Aunque mi hermana me miraba, no decía absolutamente nada. 

—Mi niño hermoso ha crecido tanto — mi madre abrió las piernas frente a mí y mi cuerpo se paralizó por completo—. Es momento de que te conviertas en un hombre. 

En aquel momento lo comprendí; tuve la respuesta a la pregunta que tanto me hacía, la cual no era la que esperaba, pero era la realidad. A ellos jamás le importamos, porque si lo hubiéramos hecho, hubieran hecho hasta lo indecible para protegernos. Después de todo, esa era su obligación, su encomienda y responsabilidad como padres, ¿no? Es solo que lo descubrí muy tarde. 

Esa noche me convertí en el hombre que ella quería que fuera, el mismo que juró vengarse de los dos. 

—La familia Moore siempre debe estar unida. 

Era la frase que tanto repitieron ellos dos hasta el cansancio, mientras nos obligaban a mi hermana y a mí a convertirnos en uno solo. Ella fue mi segunda mujer y la que me arrepiento de haber lastimado. Si hubiese sido un mejor hermano, no hubiera hecho tal atrocidad y la hubiera protegido de ellos dos. Después de todo, yo era el mayor.

Esa frase que tanto repitieron, es la misma que siempre tenemos presente, incluso en nuestras más retorcidas pesadillas. 

—¿Qué tienes, mi amor? — Marilyn entró al estudio y se alarmó al ver tantos vidrios rotos—. ¿Quieres que te dé tu espacio? 

—Ven aquí, muñequita preciosa — apagué el cigarrillo en el cenicero, dándome varias palmadas para invitarla a sentarse en mi regazo. 

Ella se sentó, sujetándose de mi cuello para no caerse. 

—¿No quieres hablar al respecto? Si es así, sabes que no te obligare a nada.

Suspiré, hundiendo mi rostro en su cuello y sujetándola más firme. Su olor, su voz y su calor me da tanta tranquilidad.

—Cuando siento que el mundo se cae en pedazos, llegas tú para ser mi consuelo y mi fuerza. ¿Qué sería de mí si no te tuviera? 

Preludio I [✓]Where stories live. Discover now