Preocupación

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Hablé con mis padres sobre la decisión de mudarme antes de realizar el proceso para comprar una casa. Quería tener mi propia casa, un lugar estable al que mi princesa podría considerar su propio hogar. 

Me ha costado acostumbrarme a este cambio. No sé si estoy haciendo algo mal, si estoy fallando como padre. Desde que traje a mi niña del hospital, llora demasiado. No he encontrado manera de calmar su llanto. Mi mamá, mi papá, Marce y yo hemos hecho hasta lo indecible, pero nada funciona. 

La llevé al hospital, le hicieron muchos exámenes, pero todo indicaba que estaba en perfecto estado de salud. Me indicaron que la trajera a su pediatra y ahí me encontraba, en la sala de espera, con mi niña en los brazos, tratando de calmar su llanto y con la mirada encima de todos los presentes. La mayoría se veían de mal humor, incluso la secretaria me pidió que saliera de la oficina con mi niña en lo que lograba calmarla. En este momento quemaría esta oficina con todos dentro si no fuera porque mi hija está conmigo y me necesita. 

Mi madre insiste en que, tal vez su llanto se deba a que extraña a esa perra, pues dice que los bebés sienten. Después de todo, mi princesa estuvo por nueve meses en su vientre. 

Una mujer salió de la oficina con un coche. Era una mujer trigueña, parecía latina, bastante bonita y con enormes curvas, aunque de aspecto medio rudo. Su abdomen no era para nada plano, todo lo contrario, físicamente estaba como me encantan las mujeres; con esos suculentos rollos y muslos grandes. Su estatura era un poco más alta que la mía, algo que me sorprendió mucho. Es la primera vez que me topo con una mujer tan alta y para el colmo gordita. Creo que podría cargarme. No tenía ni una chispa de maquillaje, pero honestamente, no le hacía falta. Su cabello negro estaba recogido en un moño y vestía un uniforme militar, en el cual los primeros botones estaban abiertos. De su cuello colgaba una chapa de identificación, cuyo nombre no pude leer porque estaba al revés. 

—Hola— dijo sonriente—. ¿Cómo está? 

¿Será que vino a avisarme que es mi turno?

—Hola. Estoy bien, ¿y usted? 

—Bien. ¿Primera vez? 

—¿A qué se refiere? 

—¿Es la primera vez que visita este pediatra? Es muy bueno, pero si no se madruga, se echa todo el día. 

—Sí, es mi primera vez.

Su bebé era una niña, lo supe por la ropita de color rosa y el lazo que llevaba casi en su frente. Es bastante pequeñita, no debe tener muchos meses de nacida. Se ve tan serena y está profundamente dormida. 

—¿Es su bebé? — indagué. 

—Sí, está dormida.

—¿Y cómo logra calmarla de esa manera? 

—Acabo de alimentarla. Está en esa etapa donde duerme mucho. Si está aquí, intuyo que su hija está enferma, ¿no? No ha parado de llorar desde que llegó. 

Alimentarla, ¿eh? Con el tamaño de sus pechos, ¿quién no desearía volver a ser bebé?

—Realmente no sé qué tiene. Vengo del hospital ahora mismo. Según ellos, ella está bien, pero nadie sabe decirme por qué llora. 

—¿Es su primer bebé? 

—Sí. 

—Perdone por ser tan curiosa, pero ¿dónde está la mamá? En esta edad es donde más necesitan estar cerca de su mamá. 

—Su mamá falleció durante el parto. 

—Lamento mucho oír eso. Lamento tanto haber preguntado algo tan… 

—No se preocupe. Son cosas que pasan— respondí tranquilamente. 

—¿Necesita ayuda? 

—¿Puede intentarlo? 

—Claro. Puede ser que pueda calmarla. 

Tomó a mi hija en sus brazos y su llanto, como por obra de magia, fue disminuyendo hasta que cesó. No podía creer lo que estaba presenciando. Mis padres, Marce y yo hemos estado buscando la manera de calmarla, de brazo en brazo, y ella solo lloraba más, y ahora, con una completa desconocida, acaba de dormirse como si nada. Debo enmarcar que la manera en que la sostiene es bastante gentil, a pesar de ese aspecto rudo que tiene. No sé qué me sucede, pero presenciar esta escena, se sintió extrañamente bien. 

—Tiene unas manos santas. ¿Cómo lo hizo? 

—Es lo que suelo hacer con mi hija. 

—¿Ella es su única hija? 

—Sí. Al igual que usted, soy mamá primeriza. 

¿Estará sola? Quizá su marido esté viéndonos desde alguna parte. Aunque no le veo anillo en el dedo. ¿Será casada? 

—¿Está sola? 

—Sí.

—¿El papá de su hija no pudo acompañarla? 

Su expresión se volvió pensativa y luego de unos cortos segundos volvió a sonreír. Tiene una sonrisa muy linda.

—Soy madre soltera. 

Oh, madre soltera… vaya dato interesante. 

Preludio I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora