Preocupación

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Desperté desorientada y con mucho dolor de cabeza. Me encontraba en una habitación desconocida y sumamente aterradora, de esas que te provocan escalofríos, temblores involuntarios y que la piel se te erice hasta más no poder.

Alrededor de la cama donde me encontraba tendida, había muchos maniquíes realistas, con ostentosos y llamativos vestidos que si no estuviera viendo el tubo de metal que las sostiene por la espalda, pensaría que eran mujeres de carne y hueso. Sus expresiones eran aterradoras, como si tuvieran miedo de algo o alguien.

Las paredes estaban pintadas de rojo con detalles en oro. Del techo colgaban unas sogas de las que desconocía el uso, y eso lo hacía ver más terrorífico ante mis ojos. El panorama pintaba horripilante. Diría que estaba sola en la habitación, pero con esos maniquíes, tenía la impresión de que me estaban mirando fijamente.

No había nada más en esa habitación, que no fuera esos maniquíes y la cama. Mi cuerpo aún se percibía débil y adolorido. Aun así, me levanté como pude de la cama. Todavía vestía el mismo traje, ni siquiera estaba amarrada y eso me dio luz verde para encontrar la manera de salir de la habitación.

Mi mente se transportó a lo que sucedió anoche, y de solo recordar esa sonrisa tan siniestra que me dedicó en el ascensor, mi cuerpo se estremece de pánico.

Lo había considerado un buen hombre y resultó ser lo peor. Me ha secuestrado y me ha traído a su casa, pero no sé con qué propósito. ¿Qué pensará hacer conmigo?

Supe que estaba en su casa, pues reconocí la alfombra roja con diseños dorados del pasillo, era la misma que la de ese vestidor que me trajo la otra vez en la primera planta de la casa.

Caminaba sigilosamente, me movía lento, esforzando mi cuerpo, pues mis piernas flaqueaban de la debilidad y el miedo. No había rastros de él por ninguna parte, y lo que debía ser la oportunidad perfecta para huir, no me sentía segura en lo absoluto. El silencio mandaba señales de alerta a mi cerebro, tenía la sensación de que sin querer estaba haciendo más ruido de lo que debería. Demasiado silencio me está haciendo daño.

Bajé las escaleras, mirando a todas partes. Todo se veía solitario. La puerta de la entrada para mí fue la salvación. No dudé en arrimarme a ella y abrirla, corriendo descalza hacia el portón de la entrada.

No podía abrirlo, estaba cerrado con llave y era tan alto que no podía siquiera saltarlo, por más que lo traté. Alcancé a ver una mujer caminando por la carretera, su aspecto le hacía ver como una indigente. Lucía bastante joven, como una adolescente. Para mí ella fue una luz en medio de la oscuridad.

—¡Señorita, necesito que me ayude! Llame a la policía, por favor. Me tienen secuestrada, tiene que sacarme de aquí— le rogué, llamando su atención.

La mujer se mostraba sorprendida y preocupada. Llegué a pensar que ni tenía teléfono, pero la juzgué mal. Se acercó al portón, mientras sacaba un teléfono de su bolsillo.

—No te preocupes. Te sacaré de aquí.

—Te dejo sola unos segundos y ya estás haciendo de las tuyas, muñequita — escuché la voz de Adrien y me volteé con tal de no darle la espalda.

Solo con verlo, todo mi cuerpo tiembla, el pecho se me oprime y las lágrimas se me escapan.

—Es él; él es quien me tiene aquí en contra de mi propia voluntad— le señalé temblando.

—No pierdes esa mala costumbre de jugar con la comida, ¿eh? Me alegra ver a mi hermano tan contento, como niño con juguete nuevo.

¿Hermano? Me volteé hacia ella, sin poder creer en mi mala suerte. El impacto de oír que era su hermana, solo incrementó mis temblores, dejándome a oscuras y arrebatándome la única probabilidad que creí tener para salir de aquí.

—No voy a lastimarte, siempre y cuando no agotes mi paciencia y hagas lo que te digo — sentenció Adrien, en un tono seco.

—¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? — lágrimas se deslizaron por mis mejillas sin posibilidades de retenerlas.

—Vamos dentro — me hizo seña de que caminara al frente.

No tenía más opciones que ser obediente. Al menos mientras encontraba otra manera de pedir ayuda o de salir de aquí.

Me senté en la mesa del comedor a petición de él. Su hermana no sé cómo entró, pero se sentó en la silla que iba al frente de la mía, poniendo sus piernas sobre la mesa como si nada estuviera pasando.

—Deberías cambiarte de ropa. Hueles a mierda, Camila.

Ese nombre… Ella se dio cuenta, lo supe por la sonrisa que se dibujó en sus labios.

—Espero no te moleste, pero le he pedido prestado el teléfono a tu marido.

Sacó un segundo teléfono del bolsillo, estaba segura de que era el de mi esposo, porque tenía la pantalla quebrada desde hace ya unas semanas, pero no había tenido tiempo de cambiarla. Cuando lo sacudió, sus manos se mancharon de una sustancia rojiza de lo que aparentaba ser sangre.

—¿Qué le hicieron a mi esposo? — cuestioné atacada en llanto.

—Solo cumplimos con sus votos matrimoniales— respondió ella.

—Así que “hasta que la muerte los separe”, ¿eh? Pues yo soy la muerte.

Preludio I [✓]Where stories live. Discover now