Perdóname

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No era la única que se sentía así. Su camisilla la arrojó a quien sabe dónde, dejándome embelesada con su perfecto y tonificado abdomen. Me cautivaron sus antebrazos tan masculinos y brazos fornidos. 

Su mano se deslizó más abajo de mi ombligo, enviando esas ondas de calor. El río que se había creado por sus intensos besos, mezclado con sus dedos ensangrentados, le facilitaron el proceso. Mi canal se moldeaba al tamaño de sus dedos. En ellos no había ni una pizca de gentileza. 

Hechizada con esa mirada tan profunda que me observaba con detenimiento, cada acción y reacción, no me había percatado del momento exacto en que desenfundó su arma secreta; la misma que me llevó al cielo de un acalorado golpe. 

Atravesó las puertas sin compasión, con precisas y profundas arremetidas desde el comienzo, obligándome a curvar la espalda en el intento de apaciguar esa presión que amenazaba con salir expulsada. 

La melodía del piano que al comienzo la consideré macabra, se había convertido en mi aliada. Mis gemidos debían ser inaudibles, al menos para los que estuvieran afuera. 

Mis uñas se aferraron a lo primero que encontraron; su espalda desnuda. Los dedos de mis pies se contrajeron, al sentirme tan complacida y, sobre todo, abarrotada. 

Ahí tirados en el suelo, bañados de sudor y sangre, entregándome todo sin contemplaciones y desnudos en alma y cuerpo.

Me arrebataba el aire cada cierto tiempo con la presión que ejercían sus grandes manos en mi cuello. Ni siquiera Osvaldo se atrevió a tanto. Sonreía mientras lo hacía como si le causara una inmensa satisfacción ver las lágrimas al borde de mis ojos, el rubor de mis mejillas y mi lucha constante de mantenerme consciente. 

De alguna manera, pese a sentir que estaba al borde de perder el conocimiento o hasta la vida, por la adrenalina y la intensidad que sobrepasaba los límites, merecía la pena, pues al final obtuve el mejor orgasmo que alguna vez haya tenido, algo que jamás creí posible, pero me sorprendió a mí misma. 

Yacía boca abajo con mi trasero elevado, no podía mantener las manos firmes, pues el charco de sangre debajo de mi cuerpo hacía que resbalaran. Tendí mi cuerpo completamente, el cansancio, los espasmos y temblores, me impedían estar así más tiempo. Mi rostro fue embadurnado en su totalidad de esa sangre, hasta mi cabello se percibía húmedo. 

Su peso se fue sobre mí, prensando mis manos a la espalda y las suyas enredadas en mi cabello, mientras continuaba con su objetivo; destruirme y marcar sus huellas. 

Dejé de luchar, simplemente me rendí. Me quedé a la merced de lo que quisiera hacer conmigo, a la expectativa de conocer hasta dónde llegaría. En el fondo, bien en fondo, anhelaba esto, sentirlo por más tiempo. 

Estuve tanto tiempo en contacto con la sangre que ya no me sentía asqueada. Ese sabor se ha impregnado en mi paladar y en mi cuerpo entero. 

Mordía mi espalda, en dirección hacia mi hombro y hundiendo su rostro en mi cuello, entre besos y mordidas. Se sentía resbaladizo su cuerpo al rozar con el mío y la profundidad que alcanzaba, me tenía fuera de control. 

Su rudeza y salvajismo no tenía comparación alguna. Estaba adolorida en muchos aspectos, pero sabía que él estaba lejos de acabar. Lo supe cuándo atrajo mi cuerpo de costado hacia el suyo, elevando a su vez mi pierna para volver a excavar a su gusto. 

Perdóname, Osvaldo... Perdóname por ser tan débil.  

Preludio I [✓]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ