Cría cuervos y te sacarán los ojos

204 54 6
                                    

—Eres preciosa — su pulgar acarició mi labio, y percibí el sabor metálico y la humedad de la sangre esparcirse por cada centímetro de mi labio inferior. 

Se aproximó hacia mi rostro, robándome hasta el aliento en un intenso y ardiente beso. Una de sus manos se posó en mi nuca, evitando que lo rechazara, pero ¿cómo podría hacerlo? 

Su otra mano atrapó la mía, llevándola hacia su pantalón haciéndome sentir la montaña que se había creado en su pantalón. Esta situación le encendía más que cualquier otra cosa y, en mis adentros, me sentía de la misma manera. 

Y es que sus besos, aunque cada uno me provoca distintas sensaciones y emociones, este de ahora era distinto. Por debajo de mi piel ardía, mi temperatura corporal se elevó por las nubes. 

Su saliva mezclada con ese exquisito manjar que tan bien me sabe, lo hacía el doble de irresistible. Ansiaba con locura que me tomara aquí mismo, pero sabía que no era el lugar ni el momento. 

Mi lengua y labio recibieron una última mordida antes de separarse. Esa sonrisa tan perversa que me dedicó al final me fascinó. Quedé embelesada, encendida, con los ritmos cardíacos acelerados y las piernas bien juntas.

—Esos gritos han debido despertar a las empleadas. 

—Las empleadas no se atreverán a salir de sus habitaciones. Ya están acostumbradas a los ruidos fuertes, sobre todo, a los gritos. 

—¿Qué haremos con todo este desastre?

—Tú no te preocupes por nada. Déjame todo a mí. 

Dejamos todo como estaba. Monté vigilia en la ventana, en espera de ver llegar a su padre mientras él se encargaba de unas cosas. Cuando vi un auto llegar y estacionarse en la entrada, le avisé tal y como me lo había pedido. 

Aunque me pidió que me mantuviera en la habitación y que por nada del mundo saliera, no podía quedarme tranquila encerrada allí sola, por esa razón lo seguí. Bajó la escalera y me mantuve arriba, sin asomarme por temor a ser vista. 

—¿Qué haces despierto todavía? Te hacía dormido. 

—No puedo dormir. El dolor no me lo permite. 

—¿Quieres que llame al médico?

—No, no te preocupes. Ya me tomé las píldoras que me recetó para el dolor. Ya se me pasará.

—¿Dónde está tu madre?

—En la habitación con su querubín. 

—Pensaba hablar contigo y tu madre mañana, pero aprovechando que estás despierto, supongo que serás el primero en enterarte. Hablemos en el despacho. 

¿Qué será lo que quiere hablar con él? 

La curiosidad me llevó a bajar las escaleras y seguirlos hacia donde se encaminaron. Me detuve cerca de la puerta sin hacer ruido y manteniendo mis piernas ocultas para que no pudiera siquiera ver mi sombra por debajo de la ranura. 

—Hazme un masaje de esos que únicamente tú sabes hacer— le pidió Harry en un tono que no me agradó en lo absoluto.

Oí un suspiro que se oyó más como un quejido. No estaba segura de qué estaba sucediendo, pero no me quedaba duda de que algo sí estaba ocurriendo detrás de esa puerta, aunque no me atreví a entrar.

—Te ves afectado, papá. ¿Qué pasa? ¿Qué te tiene así de estresado? 

—Ven aquí. Usa mejor tu boca. Ese es mi muchacho — su agitación solo comprobó que algo estaba sucediendo, y lo que fuera no era nada agradable siquiera de oír.

Tenía la mano en la manilla de la puerta, pero al oír lo que dijo me frenó.

—Gisela se escapó del hospital hace dos noches. 

—¿A ti te sorprende? A mí no. No es la primera vez que mi hermana lo hace. 

¿Hermana? ¿Tiene una segunda hermana?

—No te olvides de lo rencorosa que es. Ella aún no nos perdona por haberla engañado e ingresado de nuevo en contra de su propia voluntad. Tenemos que detenerla. Ella es un peligro para toda la familia y lo sabes.

—Será un peligro para ti, pero para mí no lo es. Ella es la última pieza que me hacía falta para juntar nuevamente a la familia; es solo que tú y mi madre han sido excluidos del juego. 

Escuché un quejido, estaba segura que había sido por parte de ese señor. Luego fueron varios golpecitos, parecía el sonido de algo ligero, tal vez una pluma o algo parecido, golpeando la madera, fueron disminuyendo gradualmente hasta dejar de oírse. 

—Me das asco, viejo repugnante — le oí vociferar agitado, esta vez se oía que estaba golpeando algo, aunque no estaba segura de qué era—. Tus manos serán las primeras que me comeré. 

Preludio I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora