Consentir

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Fui en busca de Marce, dejando a solas a mis padres, pues estaban demasiado afectuosos y les di su privacidad. 

—Marce, Marce —le llamé con cariño y le di una nalgada tan pronto la alcancé.

Ella se enderezó, dejando la pluma de limpieza sobre la mesa. 

—Joven…  

—En el cuarto de la golosa hay trabajo, pero no para ti. Reúne a las demás para que se encarguen de ello. Luego sube a mi habitación. 

Asintió repetidas veces sin poner peros. Eso es una de las tantas cosas que me gustan de ella. Me limité a esperarla en mi habitación, me puse cómodo quitándome toda la ropa y me cubrí con la toalla de la cintura para abajo. 

—¿Qué le ha pasado en los brazos, joven?

—No fueron las manos lo que metí al fuego por amor, fueron los brazos y hasta el fondo del aro— reí. 

Ella sonrió como si hubiera entendido la referencia. 

—Acompáñame. 

La traje conmigo al baño y dejé caer la toalla frente a ella. 

—¿Qué te parece? ¿He crecido o no? 

—Joven… — se quedó viendo mi cuerpo desnudo y cruzó sus brazos por la espalda. 

—No me llames más joven, cuando estemos a solas, así como ahora, llámame papi. ¿De acuerdo?

—Sí, papi.

—Joder, qué lindo se oye eso de tu boca, mi reina. Desnúdate y entra conmigo. 

Su nerviosismo era notorio y disfruté plenamente de su expresión de vergüenza, pues por más que trataba de disfrazarla, la conozco a la perfección. 

Admiré su desnudez. Esas lonjas que tanto me enloquecen desde niño. Le pedí que lavara mi cuerpo, que esparciera el jabón por cada parte de mí y ella sin peros lo hizo. Cuando le tocó sostenerlo, desvió la mirada hacia la pared. 

—¿Te gusta? 

—Ha crecido mucho. Ya es todo un hombre— pasó saliva, usando sus dos manos para enjuagarme—. ¿Qué fue lo que hizo ella? 

Coloqué sus brazos por alrededor de mi cuello, acercando su cuerpo al mío. 

—Quiero que borres toda la suciedad que dejó esa golosa en mí. Quiero que borres todas sus huellas con este espléndido cuerpo. Cobíjame entre estas montañas— apreté sus lonjas y su respiración se agitó—. Pienso comprar una casa donde la habitare con mi princesa y quiero que tú vengas conmigo. Eres en quien más confío. Estaré tranquilo dejando a mi niña a tu cuidado. 

—¿Está seguro?

La volteé, poniéndola de espalda a mí y presionándola contra la pared, descansando mi descabellada y latente erección en sus glúteos.  

—¿Aún lo pones en duda? — besé su hombro, paseándome hacia su cuello y el lóbulo de su oreja. 

—No — respondió con su voz entrecortada y entre jadeos. 

—¿Cómo te dije que me llamaras?

—Papi. 

—¿Ves? — incliné un poco su espalda y elevó esa montaña que me estaba tentando—. Como tú no hay dos— la embestí, viendo la manera en que se inclinó mucho más para que fuera más fácil alcanzar esos lugares que muy probablemente hace mucho tiempo no son atendidos y alcanzados. 

Entrelacé mi mano en su cabello, aunque siempre tiende a usar una coleta, es tan largo que permite que sea más fácil de sujetar. Tiré de ella y sus manos se apoyaron en las losas de la pared. 

—Tú eres la única mujer en quien puedo confiar ciegamente. La única que jamás se atrevería a engañarme. A la única que sería incapaz de hacerle daño. Sobre todo, eres la única que me entiende y ahora que me satisface— ese choque era fabuloso. 

—Me hace tan feliz que piense eso de mí. Úseme todo lo que quiera, para mí siempre será un honor y un gusto servirle. 

Su emoción fue mía también. 

—Joder, y bien que sabes lo que me gusta. Tienes una aspiradora aquí abajo, pequeña traviesa— gruñí, tensando la mandíbula—. De lo que me estaba perdiendo por ser tan imbécil y ciego. De hoy en adelante, pienso consentirte más a menudo por ser tan perfecta, mi diosa. 

Preludio I [✓]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ