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Con el corazón roto y el alma pesada, casi arrastrándose como una sombra oscura y marchita, Harry camina en silencio por las calles desoladas de Santa Mónica.

Es obvio que conoce su ciudad natal, pero estar deambulando por ella de noche, con el viento cálido del verano que se entremezcla con el gélido del mar, cuarenta años antes de su aparición en el mundo, lo hace un completo insipiente.

Luces de neón, proveniente de enormes carteles de negocios, iluminan su rostro a medida que arrastra sus pies en dirección a cualquier lugar que le permita pasar la noche. Está más que convencido que en cuanto el sol deje ver su primer rayo a la mañana siguiente, encontrará la manera de regresar a casa. 

Una ráfaga de viento le golpea la espalda, y eso le hace saber que el otoño está más cerca de lo que cree. La verdad es que aquello le pone los pelos de punta, y no por el cambio de clima. Se está dando cuenta que necesita una solución urgente, pues las temperaturas comenzarán a descender y no tendrá a donde ir.

Suspira, lleno de ansiedad y miedo, y pasa sus manos por su rostro, tirando su cabello hacia atrás.

—Te odio —le murmura al aire. Si su vida fuera una ficción, pedazos rotos de su corazón saldrían volando de sus labios.

No hace falta aclarar que parte de sus energías están puestas en aborrecer con todo su espíritu al líder de esa ordinaria banda de rock. 

Aún no entiende cómo es que alguien puede tener tan poco corazón, y albergar en ese espacio oscurecido y marchito, que sólo le sirve para mantenerlo con vida, la misma maldad que caracteriza al diablo. 

Se relame los labios, porque no piensa derramar lágrima alguna por ese hombre que no conoce, ni pretende hacerlo tampoco. Si una de ellas se escapa de su lagrimal y rueda por su mejilla antes de caer al suelo, es sólo un espejismo de la realidad, porque Harry jamás lloraría por nadie. Menos por alguien tan soberbio como lo es Louis.

Sorbe su nariz y acomoda su flequillo hacia atrás otra vez, quitándolo de su rostro. 

Lo más interesante para hacer es, literalmente, patear una piedrita que se le ha entrometido en el camino desde que se ha ido, casi corriendo, de detrás del escenario.

Es entonces, cuando la idea de detenerse a ver algún local, como para apaciguar un poco el fuego que arde en su interior, aparece en sus pensamientos como si fuera un relámpago en el medio del cielo tormentoso.

Volteándose hacia su derecha, se encuentra con la vidriera de un local en la que un hermoso maniquí luce unos pantalones de jeans tiro alto y una remera media desgastada con la cara de Syd Barrett. En sus dedos cuelga una campera de cuero negra con cierres plateados. Una bandana rodea su cabeza y está débilmente atada en la parte de arriba.

Ahí, observando todo a su alrededor, desde la vestimenta del maniquí hasta la ropa colgada en el interior de la tienda, es cuando realmente Harry cae en la cuenta que sí, está en los jodidos años 80s.

«Podría haber sido peor» Harry piensa. «Es mejor estar en los 80s que en los 20s»

Y quizás tiene razón, pero realmente no puede detenerse a pensar en eso, aunque le hubiera encantado, dado que comienza a olvidar de a poco su malestar y ansiedad, porque la bocina de un camión le aturde los oídos. 

Si su cuerpo tiembla de miedo, él es capaz de negarlo y atribuírselo a la correntada de aire marino que se le entromete por la ropa.

No se voltea, haciéndose el desentendido porque quizás no es a él a quien buscan. 

Cierra los ojos con fuerza, cosa de ni siquiera ver por si llegan a hacerle algo.

Las ruedas del presunto camión se detienen en el pavimento, justo detrás de él.

Physical [L.S] ✔Where stories live. Discover now