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Llevo toda la tarde arreglándome. No sé qué ponerme porque, ciertamente, no sé a qué voy. Me he cambiado de ropa unas diez veces, pero al final me decido por un elegante vestido verde esmeralda con una chaqueta de cuero para darle un poco de informalidad al conjunto, por si acaso. Me he puesto unos tacones no muy altos, negros.

Suspiro. Son las 18:15. Todavía es pronto para desaparecerme. Me miro al espejo que hay en el armario y me fijo en que no me he peinado. Mierda. Me hago una coleta rápida y sonrío. Menos mal que no me hace falta maquillaje.

Al final, he decidido no ir hoy a ver mi casa. Molly me ha asegurado que en ella me voy a encontrar una sorpresa, y tengo miedo por saber cuál es.

Me pellizco las mejillas para que se queden sonrojadas y echo un último vistazo a mi reflejo. Estoy... preciosa. Pero necesito que alguien me dé su opinión, y a ser posible, alguien que me levante la moral. Y ese alguien solo puede ser Ginny. Miro mi reloj:  18:25. Cojo aire y bajo las escaleras.

Ginny se encuentra en la cocina con Harry, ambos están jugando con Arnold. Cuando se dan cuenta de que estoy observándolos, se giran y la mandíbula de Ginny casi llega al suelo.

— ¡Estás preciosa! —exclama la pelirroja.

No puedo evitar sonrojarme. Eso era justo lo que necesitaba. Le dedico una de mis mejores sonrisas y me acerco a ella para abrazarle.

— Te has echado mucha colonia —observa Ginny mientras arruga la nariz.

Me entra el pánico.

— ¡Ginny! —replico.

Ella se ríe.

— Era broma, era broma —añade rápidamente—. Estás perfecta.

— Ya lo creo —exclama Harry con una sonrisa para ganarse un buen pisotón de Ginny.

Yo me río ante la situación.

— Bueno, chicos —miro el reloj, estoy muy nerviosa: 18:32—, me voy.

Ellos asienten con la cabeza y es lo último que veo antes de aparecerme en el jardín de la Mansión Malfoy. Doy gracias a Merlín que me he puesto medio elegante, porque ahí está Draco, apoyado en la puerta con un traje negro que le queda fantástico.

Me ruborizo y camino hacia él. Cuando estoy delante del rubio, me quedo parada mirando mis pies, pues no sé qué hacer.

— Hola —me saluda él.

Claro. Podría haber empezado con un «hola».

— ¿Qué hay? —suelto.

Él se acerca a mí y me ofrece una mano. Pongo mi mano derecha sobre la suya y él se la lleva a los labios. El contacto de sus labios en mi piel hace que me estremezca. Echaba de menos sus cálidos besos, esos besos que me daba por propia voluntad.

— ¿Por qué me has hecho venir aquí? —le pregunto separando mi mano de la suya.

Obviamente, no quiero que lo haga. Quiero seguir en contacto con su piel, pero quiero saber, antes que nada, qué hago aquí.

— Pasa —me pide amablemente.

Le hago caso y lo sigo adentro. Un elfo doméstico es el que se encarga de cerrar la puerta. Draco me conduce hasta una agradable y acogedora sala de estar, donde hay una chimenea ya encendida. Él se sienta en un sillón y yo en el otro que hay enfrente.

Me cruzo de piernas y lo observo mientras él mantiene su mirada fija en el fuego.

— Lo siento —dice de pronto.

Mis ojos se abren tanto como pueden. ¿Que lo siente?

— ¿Cómo? —pregunto frunciendo el entrecejo, más confusa que nunca.

— Que lo siento por haberte tratado así ayer —susurra clavando sus ojos en los míos.

— Bueno, yo...

— Pero eso no quiere decir que te haya perdonado por dejarme solo —me corta.

Trago saliva.

— Lo siento —digo esta vez yo—. Por dejarte solo la otra vez. Fui una idiota...

— De eso no me cabe duda —suelta con un tono muy frío. Me quedo con la boca abierta. ¿Cómo se atreve a hablarme así?—. Pero bueno, siendo descendiente de Voldemort, ¿qué esperábamos?

Me levanto del sillón y aprieto los puños tanto como puedo.

— ¿He venido aquí solo para que me insultes? —gruño—. Porque si no vas a parar de decirme...

— ¿Verdades? —suelta una carcajada que me hiela la sangre. Entonces se levanta y me mira fijamente—. Eres incapaz de amar y comprender. Tanto como lo fue tu abuelo.

Parpadeo varias veces, incrédula. Los ojos se me están llenando de lágrimas y casi me es imposible contenerlas en su sitio.

— No soy yo la que quería matar a Dumbledore por complacer al Señor Tenebroso —suelto con asco, para darle donde más le duele.

— ¡Lo hice para protegerte! —chilla, histérico—. Y me di cuenta que fue un error. ¡Mi tía me hizo todas estas cicatrices por ti! Por tu culpa, voy marcado para siempre. Y eso no podré olvidarlo. Jamás.

— Es duro pensar que me he enamorado de un monstruo como tú —susurro ya llorando. Lo miro a los ojos y ojalá echasen veneno—. ¿Sabes? Por un momento he creído que esto podría funcionar. Pero... ya veo que no —sueno más decepcionada que enfadada, pero ahora ya me da igual.

— Me llamas monstruo cuando por tus venas corre sangre de Voldemort. Aquí, el único monstruo que hay, eres tú.

Entonces, mis ojos se nublan. Ya casi ni veo nada porque las lágrimas me cubren los ojos.

— Eres lo peor que he conocido —escupo, con todo el asco del que soy capaz—. ¡No te vuelvas a acercar a mí!

Y con eso, me desaparezco.

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