†27†

4.3K 310 24
                                    

Cuando abro los ojos, me encuentro de nuevo en mi habitación. Sigue siendo de noche porque lo primero que miro es la ventana. Es cuando me giro, que veo a mis supuestos padres sentados en dos sillas que han traído del comedor.

Me paro a examinar sus caras e intentar descifrar qué quieren decir con ellas. Mi padre parece mosqueado, mientras que mi madre preocupada. Genial. Voy a tener una charla de esas en que los padres se tiran casi dos horas diciéndole a los hijos lo que es peligroso y lo que no.

A mí lo que me hace gracia es eso: que hablen del peligro. Un peligro, que si no recuerdo mal, ellos han pasado cuando eran pequeños. Porque la abuela siempre salta con esas: «pues tú de pequeña hacías lo mismo», le dice a mamá cada vez que me riñe.

Es que, me parece casi insultante que nos castiguen por cosas que ellos ya han hecho.

— Jovencita —empieza papá.

Y esa es otra, ¿por qué siempre tienen que decir «jovencita/o» cuando quieren reñir a sus hijos? O, por ejemplo, decir el nombre y los apellidos. Se creen que así, a lo mejor, les tenemos más miedo. Ya, claro.

— ¿Dónde estabas? —pregunta mamá con un hilo de voz—. ¡Nos tenías preocupados! ¡Dos horas has estado fuera! ¿Has hecho eso de... ya sabes...?

— Sí, mamá. He viajado al mundo de mis padres los magos.

Mis padres se quedan blancos cuando menciono a mis padres biológicos. Por Merlín, esto es estresante.

— Y... ¿qué tal? —pregunta papá.

¿Cómo? ¿No me van a reñir? Vamos a ver, si ellos son los típicos padres que lo quieren todo correcto en mi vida, los que se preocupan hasta por cómo me visto, los que me obligan a leer los clásicos... ¿qué demonios está pasando aquí? Aunque, como no soy tonta, ignoro lo raro que es todo y contesto tranquilamente.

— Bien. He hecho amigos.

Creo que acabo de sonreír tímidamente cuando me acuerdo de Draco.

Draco...

Seguro que se ha enfadado por haberlo dejado ahí solo. Pero... tengo que hacerlo. No puedo estar con él, sino, se desviará de lo que tiene que hacer. De lo que Voldemort quiere que haga.

Voldemort.

Eso me lleva a la Marca Tenebrosa. No hace falta ni que me remangue para saber si la tengo o no, porque voy en tirantes. Y es un alivio cuando, al bajar la mirada, no tengo la Marca. Será porque este mundo es diferente y... Un momento. Si no la tengo, ¿es porque todo lo del otro mundo se ha borrado? Una vez Draco me dijo que si me iba se borrarían sus recuerdos. Sinceramente pensé que lo decía para que no me fuese. Pero, ahora que veo que la Marca no está, ¿será cierto? ¿Se habrá borrado mi rastro en el mundo de HP?

Lanzo un suspiro de agobio y me siento en la cama. Mis padres permanecen en silencio mientras me observan. Supongo que están esperando a que les cuente algo más, porque se quedan ahí, en silencio.

Pero a mí no me apetece escuchar ninguna perorata, ni nada. Dejar a Draco ahí, en ese mundo, ha sido un error. No debería haberlo hecho. ¿Y si se han borrado nuestros recuerdos? Me estaba empezando a...

— ¿Dana? —pregunta mamá sacándome de mi ensimismamiento.

Levanto la mirada y gruño.

— Estás cansada, hija. Mejor vete a dormir —me pide mamá con una sonrisa.

Yo asiento, porque sinceramente no tengo ganas de nada más. Ellos se acercan y me dan un beso y un abrazo y se marchan.

Me quedo pensando, mirando a la puerta. ¿Desde cuándo llevarán aquí? ¿Cómo se habrán dado cuenta de que me he ido?

Me cambio de ropa y me pongo un pijama suave de color verde con conejitos blancos. Imagino que los conejitos son hurones. Sería bonito tener un pijama así.

Sonrío ante la idea y me meto en la cama. Pienso un poco en Draco antes de caer rendida y sonreír como una loca enamorada.

La alarma me despierta más pronto de lo que creía. Y de lo que quería. Pero me froto los ojos y me obligo a abrirlos. Lo cierto es que no me gusta desperarte y no encontrarme a Draco a mi lado, durmiendo como el ángel que es.

Sonrío como una tonta al acordarme del rubio y salgo a la cocina, donde mamá me ha preparado un bol con cereales. Le doy un beso y los buenos días y empiezo a desayunar.

Y así hasta que llego al instituto.

Cuando David me ve, viene corriendo hacia mí y se pone a mi lado. Sin decir nada, cruzamos el umbral de la puerta y se sienta a mi lado. Ahora nos toca literatura, una clase que adoro. No sé, siempre he aprobado esta asignatura sin ponerle mucho empeño.

— Y bien, ¿qué tal? —me pregunta David con una sonrisa.

Agradezco que no me saque el tema del otro día (para él, porque para mí han pasado semanas...) y le sonrío.

— Genial. ¿Y tú?

ENTRE MUGGLESWhere stories live. Discover now