— Vaya, vaya, vaya —dice Voldemort mientras aplaude—. La parejita, veo.
Me giro hacia él y lo miro con asco.— Yo jamás tendría nada con... semejante porquería —suelto mientras señalo a Draco.
— ¡Cuidado con lo que dices de mi hijo! —exclama Narcissa.
Mientras me seco las lágrimas, la voz de Voldemort, más fría que nunca, dice:
— Narcissa, ¡cuidado tú! Ella es mi nieta y por lo tanto, tiene mejor rango que tú. Así que cállate o irás por el mismo camino que tu asquerosa hermana.
Como es obvio, Narcissa ni rechista. Aprieto los puños y me los quedo mirando a todos. Les daría un puñetazo, uno por uno, y todavía tendría rabia acumulada.
— Bien, nieta. Veo que estás cansada. Draco, acompáñala a tu habitación.
— No —replico—. Por favor, con Draco no.
— ¡Draco! —exclama Voldemort.
Draco me coge del brazo con fuerza sin mirarme y me arrastra por el pasillo. Como sabe que no podrá subirme por las escaleras, me coge como si fuera un saco de patatas y me sube por ellas.
Me mete en su habitación y cierra la puerta detrás de él.
— Duerme —me ordena—. Estarás cansada —dice, sin mirarme.
— Vete —le ordeno, fría y con los puños apretados.
— No voy a dejarte —dice él acercándose a la cama y apartando las mantas, que antes habrán puesto bien los elfos—. Duerme, por favor. El amo lo ha ordenado.
— Pero a ti no te ha obligado a quedarte.
— Sí lo ha hecho.
Comprendo. Se ha metido en su mente. El bastardo de mi abuelo...
— Él no es mi amo —replico, pero me acerco a la cama y me meto en ella.
Él se dedica a apretar la mandíbula.
— Sí lo es. El tuyo y el mío.
— Yo soy libre, y me voy a ir de aquí ya mismo —digo, acordándome, de pronto, de que soy la Llave.
Me levanto de nuevo y me quedo mirando a Draco.
— No puedes irte —dice él—. Si te vas, harás que te olvide. Todo el mundo te olvidará —entonces me mira a los ojos—. Yo no quiero olvidarte. Porque te quiero.
Trago saliva.
— ¿Y por qué has consentido que me hagan esto? —exclamo entre sollozos mientras señalo mi brazo izquierdo.
— Intenté detenerlo... pero... —aprieta los puños y se echa a llorar—. Será mejor que te lo muestre.
Él se acerca a mí. Tanto, que noto su respiración.
— Pero solo si me prometes que no te irás.
Me lo pienso por unos segundos.
— Te lo prometo.
Él me besa.
— Mejor, porque no podría imaginar mi vida sin ti.
— Vamos, enséñame eso —pido, pues no puedo mostrarme vulnerable tan pronto.
Él asiente y me mira con sus ojos fijamente, ahora tristes.
Se quita la chaqueta del traje y la tira al suelo.
— Quítame la corbata, por favor —me pide.
Asiento y me acerco a él. Empiezo a quitarle la corbata cuando él roza su nariz con la mía.
— Besito de hurón —susurra, y veo que sonríe.
Una sonrisa triste.
Le quito la corbata y la tiro al suelo. Me aparto de él y me sigo manteniendo firme.
Él empieza a quitarse la camisa y yo lo observo atentamente. Draco empieza a llorar y para cuando se quita la camisa, lloro y lanzo un grito de terror.
Él viene corriendo a mí y me tapa la boca.
— Por favor, no pueden escucharnos, porque si suben para ver qué pasa, sabrán que te he enseñado mis heridas.
— Eso no son heridas, Draco —exclano en voz baja—. ¡No son simples heridas, joder! ¿Qué te han hecho?
Tiene el dorso lleno de cicatrices y moratones, a parte de palabras escritas como si hubieran usado la pluma de Umbridge.
Empiezo a llorar descontroladamente hasta que él me coge y me lleva a la cama, me tumba y se sienta a mi lado. Apoya su espalda en el cabecero de la cama y con cuidado, pone mi cabeza en su regazo y me acaricia el pelo.
— Por favor —me pide él—. No me digas más que estoy muerto para ti. Me hace mucho daño.
أنت تقرأ
ENTRE MUGGLES
قصص الهواةDana es una adolescente de quince años que, para escapar de su dolor, se refugia en los libros a recomendación de su psicóloga. Así es como termina descubriendo Harry Potter, una saga con la que se obsesiona en poco tiempo. La situación la lleva h...