†18†

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— Se-será mejor que... me vaya —balbuceo—. Adiós, profesor Dumbledore —me despido.

— Venga cuando quiera, señorita Sheeran.

Quizá debería decir señorita Riddle. Me estremezco sólo de pensarlo.

Salgo del despacho de Dumbledore y me dirijo a las mazmorras. Mientras camino, pienso en lo que me acaba de contar el director. ¿Yo, nieta de Voldemort? Joder, qué fuerte.

El malo más malo de toda la saga, mi abuelo. Lo que me pregunto es si él conoce de mi existencia. Espero que no.

Me encuentro a Pansy y a Draco liándose, qué novedad (sarcasmo). Me acerco a ellos y sin que se den cuenta de que me he acercado, susurro en el oído de Draco:

— Pues no: no soy una sangre sucia.

Él se separa de Pansy al oír eso y me mira con los ojos entrecerrados.

— ¿Cómo?

— Que mis padres son magos. Y mis abuelos... Mejor ni te cuento —y añado una risa a eso.

Él me mira, desconcertado. Pansy con celos.

— No te lo voy a quitar —le digo a Pansy pero mirando todavía a Draco a los ojos, sin parpadear—. No le quiero. Y nunca lo voy a hacer. Me ha llamado sangre sucia, y eso es... imperdonable.

Me doy la vuelta y ahí los dejo, para que sigan hablando de lo suyo.

Ja.

Conque la nieta de Voldemort.

Desde que le conté eso a Draco, él me mira con más interés. Pero yo le ignoro, ¿cómo lo voy a mirar después de que le dijera que soy una sangre sucia y él pasara de quererme a odiarme?

No. Claro que no. No le voy a hacer caso, por idiota. Él se lo ha buscado.

Entro a clase de Transformaciones y me siento con la trol (que se llama Helen). Desde que he venido, no he encontrado otra compañera. Ginny siempre tiene con quién sentarse.

— Hoy vamos a transformar una beyota en vuestro patronus —explica McGonagall.

— Pero... eso es difícil —replica alguien desde atrás—. Mi patronus es un cocodrilo y no creo que sea buena idea...

— ¡Estará controlado! —exclama la profesora para tranquilizar.

Miro mi beyota. ¿Esto lo voy a transformar en un hurón? Suerte.

Termino las clases y me voy a la biblioteca. Principalmente, no sé por qué he venido aquí, pero por una pequeña parte, creo que ha sido para estar sola.

Saco el libro de Historia de la Magia y empiezo a leer.

Aburrido.

Cierro el libro y pongo mi cabeza sobre mis brazos, que ahora descansan sobre la mesa.

Sin controlarlo, me pongo a llorar.

Alguien me despierta poniendo una mano sobre mi hombro.

Levanto mi cabeza y veo que es el chico rubio plateado que tanto odio. O tanto quiero. Por Merlín. No lo sé.

— ¿Qué quieres? —pregunto, con mala uva.

Mi enfado por él no cesa.

Draco se sienta en la silla de al lado y coge aire, como si lo que me fuera a decir le costase soltarlo.

— Lo... siento —dice finalmente.

Encaro una ceja.

— ¿Lo sientes? ¡Me has llamado sangre sucia, imbécil!

Draco aprieta la mandíbula.

— Lo sé.

— No, creía que se te pasaba por alto —me burlo poniendo los ojos en blanco—. Me has llamado eso para humillarme. No creas que te voy a perdonar fácilmente.

Y entonces, el muy imbécil, me besa.

Lo empujo y me aparto de él.

— Que no te perdono —digo con tono cansino—. No te creo. Sólo haces esto porque ya soy sangre limpia, ¿no?

Él niega con la cabeza.

— Todavía no me has demostrado que seas una sangre limpia, Sheeran. Las palabras no cuentan. Simplemente, he venido a pedirte perdón. ¿Me perdonas o no?

Pongo mis cejas en arcos, incrédula.

— Pues no, Draco. No sé qué necesidad tienes de que te perdone, así porque sí.

— Por favor —suplica.

Pero no parece que esté pidiéndomelo de verdad. Más bien parece que se esté obligando a sí mismo.

— ¿Por qué quieres que te perdone, Draco?

— Mis padres saben quién eres. De dónde vienes. Qué sangre llevas. Y aunque yo no me lo crea, porque sigo pensando que eres una sangre sucia, ellos me han pedido que no me enfade contigo. Que sea tu amigo y te proteja...

— Pues lo siento, pero yo no...

— Como también me han pedido que tu familia y la mía se una. En matrimonio.

Abro bastante los ojos.

— ¿Qué? —digo con un hilo de voz.

Él se ríe.

— No, era broma, tranquila. Todo era broma. Sí que vengo a pedirte disculpas.

— ¿Y por qué debería de creerte? —pregunto con el ceño fruncido.

— Porque... Porque... Joder, no me obligues a decírtelo.

Sonrío de medio lado.

— Hasta que no me lo digas —me estoy divirtiendo con esto— no te voy a perdonar.

Él agacha la cabeza y murmura algo que no logro entender.

— ¿Qué? —pregunto, pegando más el oído a Draco.

— Porque te quiero.

ENTRE MUGGLESWhere stories live. Discover now