11. La Luz en las Sombras.

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Solo entonces el alivio fue real, cuando lo vi de pie junto a un grupo de estanterías.

Ese lugar pudo haber sido el atelier de un pintor, por los cuadros amontonados en un rincón y la cama que reposaba junto a la chimenea, lo que debía ser algo necesario para un artista que pasaría semanas ahí metido, obsesionado hasta encontrar su pintura perfecta.

──¿Qué se supone que haces aquí?

Nívea se mantuvo rezagada, retozando en la puerta hasta que Blak la acompañó fuera de la habitación.

Cerré tras su salida, evitando que cualquiera pudiera interrumpir.

──Estuve… leyendo, un criado me informó que el antiguo dueño tenía una buena colección. No encontré nada en su biblioteca, pero según sé aquí guardaron parte de sus pertenencias  ──explicó de forma vaga──. ¿Qué ocurre?

Me pregunté si él todavía podía escuchar el frenesí en el que yo respiraba.

──Pensé que podías estar en peligro ──me avergoncé──. No aparecías y salí a buscarte.

──Ya veo...

Sus ojos dorados no me dijeron nada, pero dejó el libro para tomar su bastón, guiándose hasta a mí.

──Hubo… un ataque hacia algunos miembros del Concejo, creí que tú también podrías haber estado herido porque no aparecías ──Mis palabras tropezaron unas con otras──. Es una suerte ver que te encuentras bien.

Hice el intento de irme, antes de que la voz grave de Killian me detuviera.

──¿Por qué?

Mi mano no alcanzó el pomo de la puerta.

──No estabas por ningún lado.

Cuando volteé a verlo, él parecía intrigado de forma genuina, también un poco más serio de lo que quisiera.
Evité pensar en el espacio entre nosotros.

──Viniste hasta aquí, saliste a caballo, a buscarme de forma frenética por la ciudad, mis sombras lo dijeron.

──¿Ellas te hablan? ──me sorprendí.

──A veces ──decidió evadir el tema.

Su pelo ébano caía sobre su frente bronceada, sus ojos felinos perdidos en ningún lugar.

──Killian.

──¿Por qué? ──ordenó.

Me mordí los labios con fuerza, sin querer decirlo, porque la idea de que algo lo perjudicara me había parecido tan arrolladora como asfixiante.

──Dime por qué, naaz zelenskà.

El escalofrío que me recorrió no tuvo nada que ver con el frío de Seleari.

──Ven ──exigió.

Obedecí, cortando la distancia hasta colocarme delante de su cuerpo, en un ataque de osadía, coloqué la mano de Killian sobre mi mejilla.
Sus dedos rozaron mis labios, en un cosquilleo sugerente.

Dejé que siguiera su impulso, trazando un camino gentil por mi cuello, levantando un escalofrío placentero por mi piel, juntando el calor cuando acarició mi escote expuesto.

Retuve el aire un largo tiempo, él soltó un gruñido entre los labios.

──Killian ──Mi voz fue una petición clara.

Sus dedos fríos se cerraron en mi garganta, y él lo usó como soporte para acercar su rostro al mío.

El deseo quemando en la oscuridad de sus ojos dorados.

Los Pecados que Pagan las BestiasWhere stories live. Discover now