Capítulo 30: Una oportunidad para la paz

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Confirmado. Era un hecho que la rata inmunda de Augusto me robó, lo peor: para él era como si no me hubiese robado, para él era un intercambio justo porque yo era inexperta y muy joven y ellos estaban cargando con la mayor de las responsabilidades.

Rodrigo no conseguía donde meterse, estaba avergonzado. Le creí cuando dijo que no sabía nada de la jugada de Augusto, más bien lo supe, más que créele, la investigación de los abogados de Adriano así lo confirmó.

Iba camino a verlo, no dejé que Adriano me acompañara, no quise ir si no con abogados que yo me pagué, con dinero que me pagó Adriano cuando volvimos y que no había gastado, pero lo pagué yo.

Ana nos hizo pasar y a penas la salude, estaba muy molesta y sentía que no podría controlarme. Era tan descarado que me recibiría en la agencia como si nada hubiese pasado. Rodrigo convenientemente no estaba ese día en la oficina, vi la cara petulante de Augusto que se presentó con cortesía con mis abogados.

—Sofía, que enredo todo esto —dijo con descaro.

—No seas descarado, maldita rata...

Uno de los abogados me halo por el brazo e hizo que me sentara de nuevo. Bufé y le hice caso, pero quería irme sobre su yugular y mordérsela quedarme con la cara llena de su sangre, él disimulaba y sonreía con descaro.

—Voy a liquidar la agencia, recibirás lo tuyo. Ya ese punto lo aclaré con tus abogados.

—Vas a liquidar mi agencia, maldito...

—Se liquidará un negocio que hicimos por cuenta en participación: Hay dos socios, al final del contrato, sacamos la ganancia de la operación y tú te llevas tu porcentaje y nosotros el nuestro. Sencillo.

—Sabes que eso no era... —grité.

—Fue lo que firmamos. Yo estaba recién llegado, no me involucraron en las conversaciones iniciales y solo me pidieron cerrar lo de los contratos y el registro de la agencia, entendí que era lo que querían.

—¡Maldito!

—Tienes tu porcentaje Sofía, el negocio dejó una utilidad neta de doscientos setenta y ocho mil dólares americanos de los cuales tuyos son ochenta y tres mil dólares, menos los impuestos, que nos corresponde retenerte, te quedan: cincuenta y cuatro mil novecientos cuarenta y cuatro.

—Rata. Me las vas a pagar. Me robaste.

Rio con suficiencia. Hizo una seña a mis abogados quienes asintieron con un gesto. «Inútiles». Me quedaba muy poco. Le debía a Adriano. Me dejé robar tontamente, dándomela de inteligente y me dejé robar de forma estúpida, me odié mucho. Trague grueso y salí de ahí sin hablar.

—Podemos pedir una auditoria para saber si esa fue la ganancia real —recomendó uno de los abogados.

—¿Pagar contadores? Pero si ya los estoy pagando a ustedes, más no puedo, reciban eso y ya, no quiero saber más de esto —dije, me sentí destruida. Los dos hombres me veían con lástima, no dijeron nada más.

No quise hacer nada ese día, comí helado, lloré, me maldije. Vi películas de terror y sufrí como merecía por idiota. Al día siguiente tendría que levantarme de nuevo, hacer todo de cero, con la experiencia de lo que no debí hacer.

Él maldito se quedó hasta con los negocios pequeños que levanté, con el dinero de lo que hice porque los clientes me juraron fidelidad, por ellos me iba a levantar el día siguiente, extrañé a Cristian para que me insultara y me viera con lástima porque hasta tenía flojera de hacer eso por mí misma, así me dormí sin esperar a Adriano.

Al día siguiente me di un buen baño y me vestí para ir a visitar a Eduardo, aceptó ser mi socio. Comenzaría de nuevo, no todo estaba perdido más que mi tiempo y mi dignidad. Nunca el tiempo es perdido dice una canción de Manolo García quizás era cierto y para aprender algo debió servirme.

Tenía mil notificaciones en el teléfono. Revisé lo primero que se me ocurrió fue revisar una red social, al abrirla, vi una foto de Adriano besándose con Jonás en el auto. Quise desmayarme.

«Adriano, no puede ser. Debe estar destruido», pensé.

Corrí hacia su habitación y no abría la puerta, tuve pedir ayuda al personal para que me ayudaran a abrir, lo encontré en el baño llorando en un esquina como a un bebe, corrí a los empleado.

—Yo me ocupó. Estará bien —les aseguré.

Adriano se colgó de mi cuello y lloró abrazado a mí.

—No llores, Adriano. No es tan terrible. Todo va a estar bien, se ve terrible ahora, pero te prometo que se solucionará.

—Cásate conmigo, por favor, diremos que esas fotos son trucadas, Jonás me respaldará, cásate conmigo, Sofía, por favor... —lloró.

—¿Casarnos? Adriano, estas muy mal ahora. Necesito que te calmes, vamos a la cama. Ven. Debes ir al trabajo mejor. Iremos juntos.

—Mi padre y mi madre no dejan de llamar, el presidente de la junta directiva, la prensa, todo el mundo...

—Lo sé amor, pero vamos a estar bien.

Se mantenía aferrado al borde de la bañera, sus oscuros cabellos estaban revueltos, y era un mar de lágrimas, su rostro estaba congestionado, negaba con la cabeza con mirada perdida.

—¿Por qué tienes tanto miedo, Adriano?

—No entiendes ¿Qué vas a saber tú de amar a alguien que no puedes mostrar al mundo? No me van a entender.

—Jonás, él no merece esto tampoco. Es hora de que seas sincero sobre tus preferencias, contigo, esto realmente no es problema de nadie.

—Sofía, no entiendes. Mi empresa, mi familia, mis amigos...

—Si son tus verdaderos amigos, estarán aquí apoyándote. Tú fuiste el que se creó un mundo falso en su cabeza y a su alrededor para ocultar lo que realmente eres. Como yo, yo también lo hice. Siempre queriéndome rodear de un mundo fino, estatus, dinero, lujos para ocultar que nací pobre y que mi familia se desintegró en la pobreza.

Me miró con atención, se secó las lágrimas y se acomodó el cabello.

—Por lo de tu papá...

—Mi mamá se prostituía, no con todos, con algunos vecinos por dinero, yo lo sabía, me daba cuenta, la gente lo decía, se fue con uno que le ofreció un mejor vida que no me incluía, mi papá se ocupó de mí como pudo, como sabía y así lo perdí.

Se acercó a mí y acarició mi mano. La besó y me abrazó.

—Levántate, Adriano, por favor —le supliqué a punto de llanto.

—No puedo —repitió llorando.

—Será peor que hoy no te presentes en ningún lado. Al menos vayamos juntos, entras a tu oficina como a buscar algo, salimos juntos y venimos a llorar los dos en tu cama si quieres. Pero sal.

Pareció pensárselo y afirmó con un gesto.

—Sofía, no me dejes. Ni un segundo.

—Piensa en Jonás, su cara está por toda la prensa también.

—Él es abierto sobre su sexualidad. No es sorpresa —admitió con tono amargo.

—No hablo de lo que la prensa diga de él, hablo de como él puede sentirse —expliqué. Afirmó con la cabeza y tomó el teléfono, lo dejé para que conversara con él.

Pensé que ese consejo que le daba a Adriano, era excelente para dárselo a la inútil de Sofía de hacia un tiempo antes de que Casio se fuera. Suspiré y cerré los ojos. Tenía que avanzar, no podía seguir estancada ni tomando decisiones que me alejaran de mi paz.

Una chica de lujoWhere stories live. Discover now