Capítulo 24: Casio

341 43 4
                                    

Casio.

En plena oscuridad mordisqueaba su cuello, ella gemía y se agarraba de mis brazos, con sus manos delicadas, besé sus mejillas con intensidad, sentí su mano acariciar mis mejillas con un gesto suave, sentí como se me hinchaba el corazón y me maldije, estaba enamorado como un estúpido de ella. Solté un suspiró y sí, no podía negarlo y no podía dejar de pensar en eso, estaba enamorado de esa flacucha sin gracia, mi flacucha, sonreí en la oscuridad y la besé en los labios, ella me recibió y me di cuenta de que sonría también.

—¿De qué te ríes? —pregunté.

—No me estoy riendo —susurró.

—Claro que te ríes.

—No me hables, Casio. ¡Cállate!

—No quiero callar.

—¿Y qué vas a decir? Cuidado con lo que vas a decir. Solo tienes permitido quejarte o gemir.

—¿Gemir? ¿Quieres que gima como una gata en celo? —dije entre risas.

Ella rio.

—Sí, quiero oírte perderte en sonidos de placer.

—Eso suena ardiente, pues tendrás que hacerme gemir tú.

—Quiero qué lo hagas tú —dijo con la voz muy baja cerca de mi oído.

—¿Qué haga qué?

—Que te toques.

—Que traviesa.

Me incorporé en la cama y encendí al luz, se sentó frente a mí, mientras yo permanecía de rodillas, se abrió de piernas frente a mí con expresión misteriosa, comencé a agitar mi mano sin quitar la vista de su cuerpo, de su cara, me excitaba verla a ella, más que la estimulación que yo mismo me proporcionaba, imaginaba su boca sobre mí, pero no se movía, agitado ya a punto de acabar ella se lanzó sobre mí, quedé sentado con ella encima, me ayudo a entrar en ella y así lo hicimos otra vez. Como salvajes.

—Estás pasada de floja, quieres que haga todo yo —bromeé cuando ya estábamos recomponiéndonos de nuestros orgasmos.

—Payaso. Eres muy payaso —dijo riendo y me besó en los labios, me rodeo con sus brazos y no dejaba de sonreír.

Acaricié sus cabellos y la miré a los ojos.

—Me vas a destruir Sofía... —dije e interrumpió con un beso sobre mi boca. Me miró a los ojos y negó. Soltó un suspiro.

—¡Cállate! No sabes obedecer.

—Quiero que hablemos, te quejaste de que no lo hacíamos, quiero hacerlo, quiero una oportunidad para...

—Basta, Casio, no —gritó y me soltó. Se incorporó y se puso algo encima, la miré incrédulo.

«Una oportunidad para que me dejes quererte».

Eso iba a decir, agradecí que me interrumpiera, iba a hacer el ridículo del siglo.

Yo no era lo que ella quería, ella quería millones en su cuenta bancaria, hechos por ella misma con su estupidez y su orgullo. Quería a alguien con buena reputación, quería vivir de apariencias. Yo debía saber que eso no estaba bien. No nos conduciría a nada bueno a ninguno de los dos.

Me levanté y me vestí. Moría por amanecer con ella y abrazarla cuando despertara, esa era una ridiculez de la que me tenía que olvidar. Ella miraba por la ventana de su cuarto envuelta en una bata de dormir. Permanecía inmutable, la iba a dejar sola, pero atormentada.

Me acerqué a ella y la besé en los cabellos, ella pareció sobresaltarse, se quedó quieta.

—Te quiero —le dije con la voz temblándome. Ella suspiró y cerró los ojos.

Sentía como si mi corazón fuera un papelito que arrugaron y lo lazaron desde muy alto.

Me di media vuelta y salí rápido antes de que notara que algunas lágrimas recorrían mis mejillas, me las limpie y abrí su puerta, la cerré tras de mí y pensé que no debía presentarme nunca más allí. Era la novia de mi hermano, una novia falsa contra la que no pude, si me acosté con ella como hacía con todas para hacerlas salir de la vida de Adriano, con esta no pude, porque en lugar de querer alejarla de nuestras vidas, la quería para mí.

Llegué a mi casa cerca de la media noche, no podía dormir. No sé cómo me enamoré de esa mujer tan irritante y media loca, rara, era una rara. Tenía que olvidarme de ella y dejarla pasar, por peores cosas había pasado en mi vida. Eso no me iba a abatir.

Al día siguiente llegué a donde Rosario y revisé la programación de mi viaje a Australia, lo había pospuesto tanto, solo para quedarme a ver la cara de idiota de Sofía. No tenía sentido, estaba haciendo un ridículo mayúsculo que ya no me apetecía hacer.

—Casio de mi vida, con lo que te amo —me adulaba Rosario, evidentemente contenta, de que fuera yo, significaba que entonces no iba ella, tendría un nieto pronto y no quería perdérselo.

—Sí, sí, me adoras porque me voy.

—No será por tanto, no te gusta acá igual. No sé porque retrasaste tanto irte. Espero que no sea por una falda, la falda de la novia de tu hermano.

Rosario no sabía que Adriano era gay. Moría por decírselo para que me entendiera y poder hablar con alguien normal sobre lo mal que estaba Adriano ocultando su vida, pero sabía que me iba a dar un regaño épico. Así que me lo guardaba para mí.

—Ya te dije que esa no me interesa. Me la cogí si, y ya.

—Algún día tendrás que madurar. Gracias a Dios a mi hija se le pasó la estupidez que tenía contigo, ahora está casada y feliz a punto de tener a su primer bebe —suspiró.

Si supiera que si me acosté con ella, por eso fue que se le paso «la estupidez», era una caprichosa de mierda.

—Bueno cada quién a su ritmo —dije.

—Por ejemplo, me alegro que dejes a Adriano y a Sofía en paz, porque ellos se ven muy bien juntos, ella es perfecta para él, lo apoya mucho y él la apoya a ella, yo estoy enamorada de cómo se ven los dos —dijo.

«¡Ay Rosario! La única razón por la que se ven así de felices es porque de verdad no son una pareja. Son actores buenísimos».

—Yo me muero de envidia de los dos —solté con sarcasmo.

Rosario rio, negó con la cabeza.

—Quiero salir esta misma semana. Nos veremos en unos seis meses —me despedí.

Una chica de lujoWhere stories live. Discover now