Capítulo 2: Cotizandose alto

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Subí como pude por las escaleras hasta el cuarto piso, el ascensor estaba dañado desde hacía cinco meses y gracias a eso mis piernas estaban cada vez más torneadas, cuando llegué por fin frente a mi apartamento, me di cuenta de que no tenía mi cartera «¡Maldición!», grité sin que me importara la hora.

¿Cómo iba a dejar la cartera y quién sabe a dónde?, «menos mal que es una imitación». No sabía si la pude haber dejado en la discoteca o el auto del millonario extraño, suspiré y agradecí que ese apartamento fuera de otra gente que debía tener llaves extras, mi casero vivía dos pisos debajo de mí, así que por ese lado todo bien, ¿el problema? Era un joven de veinticinco años con el humor y el carácter de un anciano amargado de ochenta años, Cristian que por alguna razón odiaba el mundo era delicado, no podía despertarlo, ni hacer escándalo, nada. Debía esperar a que amaneciera.

A él le gustaba Rita, una de las chicas con las que salí esa noche, si decía que estaba con ella y que necesitaba las llaves, quizás no se molestaría, pensé, sabía que así me arriesgaba mucho, «el chico es un ogro». Decidí llamar a mi compañera de habitación, estaba de fin de semana con su novio, quizás tenía una copia extra en algún lado, ¡Ah!, pero no tenía mi teléfono, estaba jodida.

Me dormí en el pasillo frente a mi puerta, después de todo tenía sueño y estaba borracha, cuando desperté, noté que ya amanecía, podía ir a tocar la puerta del ogro. Así lo hice, después de un sermón de media hora y decir que mandaría a cambiar la cerradura y que todo eso lo debía pagar yo, me entregó una copia para que entrara a mi casa.

Me di una ducha tan necesaria porque olía a vómito y orine, algo que Cristian no dejó pasar, me miró con asco y me hizo esperarlo al bode de las escaleras. Quede limpia y fresca. Dormiría un par de horas más y luego iría a la discoteca a ver si había dejado allí mis cosas, debería haber ido de una vez, no tenía fuerzas en las piernas y necesitaba dormir más.

Me levanté cerca de las diez de la mañana porque alguien tocaba a mi puerta. Pensé que debía ser el ogro Cristian con las copias de las llaves y una factura a mi nombre, para mi sorpresa, no era él, era Adriano Bellucci. Tragué saliva y recordé lo impresentable que estaba con mi pijama de abuelita.

—Hola, dejaste esto en mi auto. —Me extendió la cartera.

Abrí los ojos tanto que sentí la brisa dentro de ellos. Respiré aliviada y él lo notó, me sonrió y me miró con curiosidad.

—Muchas gracias, justo iba a ver si lo había dejado en la discoteca. Una vez más me ha salvado. Una no se puedo acostumbrar a eso. —Reí coqueta.

—¿Descansaste?

Noté que me tuteo y le sonreí con timidez. Podía hacer lo mismo.

—Sí, mucho. Ya estoy renovada, ya soy más yo esta mañana ¿No perdiste tu cita ayer por mi culpa? Aún estoy apenada.

—Sí, no importa, no era alguien especial.

Creí que me coqueteaba y no me iba a negar. Sobria, podía admitir que el extraño, era atractivo y misterioso, alto de ojos color marrón claro y piel trigueña, cabellos castaños lisos, sexi corte de cabello, mirada seductora y sonrisa pícara. Nos quedamos mirándonos sin hablar.

—¿Quieres pasar?

—No, debo irme.

—Bien, muchas gracias. Ya sabes donde vivo por si me necesitas —dije.

«Qué puta».

—De hecho, Sofía, si hay algo con lo que me gustaría ver si me puedes ayudar.

—¿Qué será?

—Te espero en el Café Olé, hoy a las 2:00 pm. Es un asunto de trabajo, aunque no tienes que ir formal.

Se dio media vuelta y se fue, yo tenía trabajo, uno muy bueno, trabajaba en una agencia de publicidad y me iba de infarto, «soy la bomba».

Una chica de lujoWhere stories live. Discover now