Capítulo 29: Acuerdo de lujo

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Adriano llegó y se lanzó sobre el sofá, sonreía solo, se veía feliz y no me notó cuando salí hasta la puerta del vestíbulo, desde donde lo veía como si yo fuera una psicópata, en mi mente imaginaba que ese era Casio. Me acerqué a él y me senté a su lado, recosté mi cabeza de su pecho y cerré los ojos.

—Te ves feliz —comenté.

—Estoy feliz.

—Qué bueno, Adriano, te lo mereces. Se lo merecen.

—Gracias por esto, Sofía.

—Sabes que a veces sí creo que lo que decía Casio sobre...

—No, detente, no sigas por ahí. Sé lo que hago —respondió, me besó en la frente y cerró los ojos abrazado a mí.

—Debo ir a dormir, mañana tengo una reunión con Eduardo Villalba y su esposa, él quiere invertir conmigo. Se está divorciando por eso va ella, es complicado, espero tener suerte.

—No te hace falta su dinero, Sofía, conmigo tienes todo. Puedo ser tu socio, puedo darte ese dinero, deberías dejar esa tontería y sacar tu negocio adelante con el dinero que ya puedes tener.

No esperaba que entendiera. No respondí y me despedí de él con un beso en la mejilla y un piquito.

—Te adoro, mi Adriano, duerme bien —me despedí.

Al día siguiente desperté en mi nueva vida, rodeada de lujo era un puto acuerdo de lujo, no me faltaba nada, solo mi libertad, pero aparte de eso, lo tenía todo, Audi, Bently, Ferrari, Maserati, el carro que quisiera, una mansión era mi hogar, un estilista renovaba mi guarda ropas sin que yo me enterara siquiera.

Llegué a las oficinas de la compañía del Grupo Montero, Eduardo me recibió tan caballero como siempre, su esposa me veía con recelo de arriba abajo, cerró la puerta y conversamos largo rato. Al final, él parecía convencido e interesado, ella solo quería fastidiar y sabotear sus planes.

Pensé que era mala idea buscar a un inversionista que estuviera tan comprometido con asuntos personales. Pensé por un microsegundo la oferta de Adriano y sacudí la cabeza para rechazar esa opción.

La reunión me dejó un sabor amargo en la boca, supuse que no todos los comienzos son sencillos y qué no siempre todos te abren la cartera así de fácil, llevaba meses tratando de demostrar lo que podía hacer con mi agencia, aún con resultados resultados positivos pues no era fácil.

De culo caí cuando me llamo un abogado a los minutos de salir de Grupo Montero, de donde hui para no conseguirme con Fernando Montero.

—Requerimos su firma para la venta de la participación de doce por ciento a Great Place Company.

—¿Qué? En ningún momento he aprobado vender nada a nadie. Soy la dueña absoluta y no he ofrecido nada si no a alguien que acaba de dejarme con una respuesta ambigua.

—El señor Augusto Martínez, él lo autorizó.

—¿Augusto? Él no pinta nada aquí. La compañía es cien por ciento mía.

—Eso no es lo que dicen los papeles, su participación es de treinta por ciento.

—No, no, eso debe ser un error, pero ¿Cómo?

—Podemos hablar luego. Recuerde mi nombre: Marc Ron. Mi oficina se contactará luego con usted.

Llamé a Adriano enseguida. No podía creer nada. Debía ser una confusión.

—Vente para acá ya mismo. Dime algo, Sofí, ¿quién constituyó la empresa? ¿Tú hiciste todo o ellos se ocuparon y tú solo firmaste? —preguntó Adriano.

Tragué saliva y me sentí una estúpida.

—Ellos, yo tenía poco dinero y pensé en ahorrarme eso. Me lo descontarían de los pagos y anticipos.

—Sofía—dijo en tono acusador.

—Yo revisé todo, estaba mi nombre, era la dueña, cuando firmé todo estaba bien.

—Trae a mi oficina todos los documentos —me pidió.

Me esperaba un gran regaño por no haberme apoyado en él para eso, pero para cuando volvimos, ya había hecho aquello. «Maldito Rodrigo». «Maldito Augusto». Pasé por la casa, recogí todo entre lágrimas, no podía tener tan mala suerte. Debía ser una confusión.

En la oficina de Adriano ya estaban sus abogados y un grupo de expertos, examinaron los documentos, todo lo que tenía. Los hombres y las mujeres revisaban todo y no me decían nada, solo examinaban cada cosa, de vez en cuando le mostraban algo a Adriano y conversaban entre ellos. Zapateaba nerviosa debajo de la mesa, comencé a comerme las uñas, ignoré mi teléfono.

—Qué asco, Sofía. Déjate las uñas.

—No puedo de ansiedad.

—Lo que sea, lo arreglaremos.

La tranquilidad de Adriano solo me hacía sentir peor, él era dueño de sí, de todo, aunque de verdad ya no lo mencionaba, era un rehén de su junta directiva, de la prensa y de su familia, fuera de eso, él aún era el dueño del mundo. Dependería de él, lo supe, ahí estaba desvalida sin saber qué hacer y corrí hacia él, «no lo puedo resolver sola, ni lo intente».

—Tenemos un diagnostico señor —habló uno de los abogados.

—¿Y es?

—La señorita Sofía solo es propietaria del treinta por ciento de las acciones de la agencia de publicidad, un porcentaje que está en riesgo porque ella debe dinero al socio principal, el señor Augusto Martínez que es quien ha cancelado todo.

Quise desmayarme. Adriano se llevó la yema de los dedos a los ojos y aspiró con fuerza.

—¿Cómo lo arreglamos? —preguntó.

—No se puede arreglar. Ella no es dueña de nada.

—Yo firme estos donde dice que soy la dueña —chillé señalando lo que firmé.

—Sí, pero eso fue antes de llevarlo al registro, el que se llevó al registro la coloca con otro porcentaje, que también firmó y es el que está registrado y es válido.

Lloré, sin controlarme cómo una niña idiota. Quería ser empresaria y cometí un error tan estúpido, quería golpearme a mí misma. Adriano me abrazó.

—No pasa nada, amor. Es una agencia nueva, las cosas que compraste, las compraste a tu nombre, según observan ellos, no son propiedad de la agencia, los clientes que conseguiste son tuyos, te seguirían. Él es dueño de nada.

Lo miré y quise creerle.

—Es así, señorita —confirmó uno de los abogados —. Debe comenzar de nuevo y alejarse de este señor obviamente.

—Su defecto.

—¿Cómo? —preguntó Adriano.

—No le encontraba defecto, es un maldito ladrón, embaucador es ese...

—Ya, ve a casa y descansa. Mañana tienes que comenzar una nueva agencia.

—¿Y el dinero? El dinero que cobré de los trabajos. Ellos tienen gran parte y...

—Lo pelearemos. Eso lo pelearemos, pero no le garantizamos nada, se quedará con la mayor parte él.

Miré a Adriano con mirada de súplica.

—No vale la pena luchar por eso, Sofía.

Pensé que justo a él le convenía todo. Yo sin dinero. Empezando de cero de nuevo. Era suya y no dependería de que yo quisiera hacerle el favor sino que estaría obligada, era un acuerdo de mierda.

Una chica de lujoWhere stories live. Discover now