Capítulo 25: Haciéndome grande y fuerte

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Permanecía acurrucada en mi cama, sintiéndome una infeliz desgraciada, sentí un vacío inexplicable. Hacia unos meses ni lo conocía, ahora sentía que se me iba la vida porque lo dejaba partir. «Te quiero», dijo.

Su voz temblaba, no podía verlo. Si lo hubiese visto hubiese hecho una locura. Casio me quiere, y yo a él, ya no lo iba a negar más. Su abrazo, sus caricias, todo era diferente, sus besos y la forma como nos mirábamos. Creí que él estaría odiándome, pero quiso estar para mí.

No pude dormir más, tampoco quería pensar en él, ni en las cosas deliciosas que hacíamos juntos. Me prendía mucho estar solo en su presencia o recordarlo, sus brazos fuertes y duros, su estómago de hierro, su sonrisa pícara. Se me llenaba el corazón al verlo y estar con él, sentía como si había llegado finalmente a donde debía estar.

Recordé los chocolates que me regaló Adriano, fui hasta mi oficina y una cosa llevó a la otra, yo vi a los chocolates, la computadora me vio a mí, nos vimos y así pasó, comencé a trabajar a las 3:00 AM.

Adelanté mucho trabajo y cada vez que pensaba en Casio comía un chocolate de leche extra cremoso, y me exigía más, a ese ritmo iba a terminar con todo el trabajo. Me hacía bien trabajar. Leí los correos de Eduardo Villalba y quedé sorprendida con su mesura, su elegancia al escribir, su cortesía y educación. Era además un hombre que me dejaba crecer. Una cooperación interesante.

Comencé a sentir un dolor horrible en el bajo vientre. Mi periodo no estaba por llegar así que no sabía a qué podía deberse. Tuve que lanzarme en el sofá a contener los espasmos de mi cuerpo, el dolor era insoportable, tanto que se me bajó la presión y creí que me desmayaría, quedé débil y estaba sola. Paula hacia unas prácticas fuera de la ciudad e igual si estaba en la ciudad se metía en la casa de Cristian.

Como pude me arrastré hasta la cocina y me servía agua azucarada. Sirvió para no desmayarme, pero estaba segura de que iba a morir. ¿Un embarazo? ¿Cáncer? De todo pasó por mi mente. Nunca me cuidaba con Casio, intentábamos, él sobre todo, y si lo olvidaba yo no presionaba, y lo olvidaba bastante, le encantaba acabarme dentro. Si era un embarazo lo estaba abortando, el dolor era insoportable, creí que moriría y estaba sola, marqué el número de Cristian, él al menos podría encontrar mi cadáver.

—¿Qué paso Sofía? —gritó sobre la línea.

—Estoy abortando, tengo cáncer, estoy muriendo, auxilio, sube...

Escuché que colgó. No esperé mucho, abrió la puerta y la cerró, mantenía un semblante preocupado, corrió hacia mí y me ayudó a levantarme.

—No, no me puedo mantener en pie, me duele mucho —chillé.

Me doblaba del dolor. Él me veía preocupado, me alzó en sus brazos y me llevó hasta mi cama, la cama que destruí con Casio haciéndomelo toda la noche, pero en ese momento no importaba nada de eso, si había algo de semen en la cama poco importaba, me estaba muriendo- No importaba si llegaba al infierno con el culo lleno de semen.

—¿Comiste algo o te duele algo más? ¿Aborto? ¿Estás embarazada?

—Sí puede ser —dije revolcándome del dolor en la cama.

Palpó mi vientre y dijo que estaba hinchado. Corrió a la cocina y yo me quedé llorando del dolor, tomé un calmante que me dio, y hacia respiraciones rápidas para controlar el dolor. Regresó con un té anisado, lo bebí de a poco y me recosté, el dolor bajó y él se echó a mi lado.

Acarició mis cabellos, estaba a punto de quedarme dormida, entonces lo supe: «necesitaba cagar». Sentí unas ganas horribles de hacerlo. Miré a Cristian que me miraba con cara de terror. Fueron esos deliciosos y tentadores chocolates de Adriano, y yo loca que no paré de comerlos por mi despecho. Suspiré.

—Puedes esperarme afuera, necesito usar el baño —le dije rápido y con tono suave.

—No. Ve, yo te espero aquí, si te desmayas...

—No. Ve, por favor. Necesito usar el baño —le dije, abrí mucho los ojos.

—¡Oh! ¡Ya! —respondió y salió.

Me encerré en el cuarto de baño y lo que salió no fue nada agradable, el olor, los sonidos, yo me quería morir, me seguía doliendo la panza, pero sentía como se aliviaba mi dolor. El olor era terrible. Me di una ducha al terminar y salí envuelta en una toalla de baño hasta mi cuarto.

—Cristian —grité.

—Lo siento. Tardabas mucho y realmente estaba muy preocupado.

Debí ponerme roja, quería llorar y pegarle.

—¿Qué tanto tiempo tienes aquí?

—El suficiente para saber ni estas embarazada ni tienes cáncer...

—Suficiente. Gracias, ya me siento mejor. Puedes irte. Gracias, fuiste de ayuda.

Rio como loco, se echó en la cama a reír con ganas. Salió para que me pudiera cambiar. Lo hice y salí hasta la cocina donde el preparaba más té.

—Esto te caerá bien —dijo extendiéndomelo— ¿Qué comiste? Olía horrible.

Le puse los ojos en blanco.

—Chocolates, creo que estaban malos.

—Creo que comiste muchos.

—Gracias por venir en mi ayuda aún cuando me odias.

—No te odio.

—Si me lo has dejado claro varias veces.

Sonrió de medio lado y me miró de frente.

—Ya te oí cagar y me tuve que soportar tu horrendo olor, te confesaré algo para que los dos estemos en paz: me gustabas. Mucho, pero pronto me di cuenta de que eras una arpía arribista e interesada, que andaba detrás del dinero.

Me quedé sin poder hablar, asentí con un gesto. Nunca lo habría imaginado.

—Qué horrible concepto tienes de mí.

—Has cambiado, lo reconozco. Has cambiado, Sofía —dijo y salió de mi apartamento tapándose la nariz y riendo.

«Imbécil»

¿Cómo era que había cambiado? Seguía con un novio falso por su dinero y sus influencias, rechazaba a un hombre que me gustaba por seguir al dinero. No solo no cambie, me volví peor y también lo ocultaba mejor, al parecer. Cerré la computadora y me acosté a dormir.

Una chica de lujoWhere stories live. Discover now