17 Sobre los peligros del alcohol y el amor

1K 63 48
                                    

Y aquí es cuando las cosas comienzan a ponerse serias *_* ¡Hola todos! Aquí Coco, quien está disfrutando mucho del regreso de esta obra, y esta lista para traerles un nuevo capítulo. Antes de comenzar, me gustaría comentarles que aún pueden participar en el concurso de nuestra trivia, recuerden que no me voy a basar en cuantos comentarios escriban, sino en los bonitos recuerdos que traigan :'D Dicho lo anterior, vamos con la lectura de hoy. Ya saben qué hacer UwU <3 

***

Elizabeth se movía de un lado al otro de la casa arreglando todo mientras su gatita la seguía con pequeños saltos y sus adorables ojos brillando de diversión al ver el extraño comportamiento de su dueña.

—Oh Beth, no te burles de mí. Simplemente estoy nerviosa, es la primera vez que viene tu pa...

La palabra que estaba a punto de salir de sus labios era "papá", y al darse cuenta de lo cerca que había estado de darle aquel título a su querido rubio, se ruborizó entera y se apuró aún más. Esa sería la primera vez que Meliodas iría a visitarla a su casa, y aunque en teoría todo estaba listo para una tarde hogareña y tranquila, la albina sentía que el corazón estaba por salir de su pecho. Hacía años que nadie iba a su departamento con aquel plan en mente. Sí, había realizado cenas formales, fiestas, e incluso llevado algunos amantes para sexo casual, pero nunca había invitado a una persona de la cual pudiera decir que estaba ena... que estaba enamo...

—¡Kyaaah! —gritó la peliplateada, que para asegurarse de que todo estuviera impecable, volvió a lanzar una rafaga de aerosol desinfectante por toda la sala. Aún no se atrevía a admitir lo que sentía.

Sin embargo, lo que sea que estuviera naciendo en ella, definitivamente era algo poderoso, tanto que incluso había logrado hacerla llorar durante la última sesión de sexo entre ellos. Lo suficiente como para hacerla querer cambiar. La confianza del joven escritor era absoluta, su ternura excesiva, su valor abrumador. La había conmovido hasta lo más profundo de su alma, y ahora, apenas podía contenerse cuando estaba en su presencia. Pero, ¿exactamente qué era lo que contenía? No estaba segura. Quizás gritos de furia por la humillación que había vivido muchos años atrás, y que quería que él le ayudara a olvidar; quizás lágrimas de dolor por una soledad demasiado larga, por un trauma no hablado que se moría por contarle; quizás risitas de boba, las mismas que daba cuando aún era colegiala enamorada.

Una cosa era saber de sexo, otra muy diferente era saber de amor. Todos sus lazos estaban permeados por la fría muralla del profesionalismo que ella misma había impuesto, y Meliodas la tenía aterrada porque lentamente estaba destruyendo sus barreras. Le daba miedo cada nuevo encuentro, porque sabía que estaba abriendo una puerta que ya no podría cerrar. Tendría que enfrentar sus demonios y su pasado doloroso, aceptar lo que pasó. Tarde o temprano tendría que confrontar sus sentimientos...

Pero no ese día. Aquella tarde era solo para ella, él, y la pequeña Beth. El sonido del timbre la sacó de su ensimismamiento, y alisando una última vez su esponjoso suéter color rosa, corrió a abrir la puerta a su invitado. ¿Cómo podía alguien haber pasado soltero hasta los treinta sin darse cuenta de lo naturalmente sexy que era? Elizabeth se regaló a sí misma un momento para comérselo con la mirada, y cuando finalmente pudo contener el impulso de saltarle encima para abrazarlo, lo saludó con una inclinación de la cabeza y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—Buenas tardes señor Meliodas. ¿Tuvo problemas para encontrar la casa? —Llevaba un suéter verde muy parecido al de ella, su típica gabardina gris, y una sonrisa tímida que hizo que su corazón latiera aún más rápido.

—Para nada Eli. De hecho, no era consciente de que nuestras casas estuvieran tan cerca.

—Lo sé. Tal vez a partir de ahora pueda hacerle más visitas a domicilio. —No pudo evitarlo. Sintió una ola de calidez subirle por el pecho al ver cómo él se ruborizaba, y en parte por tocarlo, en parte por tener una muestra de cortesía, lo ayudó a quitarse la gabardina para colgarla en su elegante perchero.

Letras y SexoWhere stories live. Discover now