Capítulo 27

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20 de marzo

Aparqué el coche y miré el reloj. Llegaba casi una hora antes a clase, pero no podía evitarlo. Dormía tan pocas horas que ni era consciente del tiempo.

Cogí mis cosas y me fui a la cafetería.

—Buenos días, señorita.

—Buenos días. ¿Me pones un café con leche?

El camarero asintió con la cabeza y en menos de cinco minutos tenía mi café recién hecho. Lo cogí y me di la vuelta en busca de una mesa. A lo lejos, vi a West sentado solo con una taza.

Me acerqué a él y dejé mi café a su lado.

—¿Puedo sentarme? —pregunté.

Levantó la cabeza y me miró sorprendido.

—Claro. —Apartó un poco la silla para que pudiera sentarme—. ¿Va todo bien?

—Bueno, he tenido días mejores. —Sonreí con tristeza—. ¿Qué haces por aquí tan pronto?

—No duermo muy bien últimamente.

—Entonces ya somos dos. —Agarré su mano—. Seguro que pronto se nos pasa. Mientras tanto, podemos quedar aquí a desayunar por las mañanas.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—Eso me encantaría.

Apoyé mi cabeza en su hombro y, como si no hubiese pasado nada, dejamos el pasado atrás.


28 de marzo

Me senté en el sofá con un gran bol de palomitas. Era viernes y mis padres habían salido a cenar así que me había quedado sola en casa. Cogí el mando y puse La decisión de Sophie.

Escuché unos pasos fuera y el timbre sonó segundos después. Paré la película y dejé el bol de palomitas en la mesa.

Miré por la mirilla de la puerta y suspiré.

—Vamos, Tori. Sé que estás ahí. —Abrí la puerta y Alex estaba plantado delante de mí.

—¿Qué quieres, Alex? —pregunté, pero no contestó. Metió la mano en la bolsa que llevaba y sacó un bote gigante de chuches—. ¿Crees que con eso te voy a dejar entrar en mi casa?

—Bueno, hay chocolate dentro de la bolsa.

Miré la bolsa y luego le miré a él.

—Solo diez minutos que se me van a enfriar las palomitas.

Me volví al sofá y cogí otra vez el bol de palomitas.

—Veo que te has montado un buen plan —comentó antes de sentarse en el sillón—. Ya entiendo por qué no querías venir al karaoke.

—Creo que hay más razones por las que no quería ir.

Se hizo un silencio incómodo. Alex apartó la mirada de mí.

—Victoria, lo siento mucho. —Se levantó del sillón y se sentó a mi lado—. De verdad, necesito que me perdones. Te echo de menos y sé que tendría que habértelo contado todo desde el principio, pero yo solo quería protegerte.

—Alex, no tengo cinco años. Hemos crecido, los dos.

—Ya lo sé, realmente lo sé. Nunca pensé que pasaría todo esto. —Me agarró la mano y puso la otra encima—. Por favor, tienes que creerme.

Tenía muy marcadas las ojeras, el pelo desaliñado y hacía mucho tiempo que no le veía salir de casa en chándal.

—¿Sabes? Si no hubieses venido en chándal, no te habría creído.

Y entonces llegó MaverickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora