Ciento ocho

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~ALEJANDRO~

—¡Chicos, mirad! ¡Se ve la playa desde aquí!

Soy el único que le hace caso a mi novio y me incorporo para observar la costa por la ventana. El resto están dormidos o escuchando música con auriculares en sus respectivos asientos del autobús. Me gustaría ser uno de ellos; sin embargo, la incapacidad de Dani de dormir en cualquier sitio que no sea una cama hace que me hable todo el rato y no me deje descansar.

—Muy bonito —murmuro para después acercarme e intentar acurrucarme en su hombro sin éxito.

—¿Por qué todos os dormís? ¡Me aburro!

—Porque son las ocho de la mañana —farfulla Mario desde el asiento de atrás.

—No es mi culpa que este fuese el único autobús que salía hoy para la playa.

—Shh. —Ahí está Elena.

—De todas formas ya casi hemos llegado.

Y está en lo cierto. Tras unos diez minutos el bus se detiene y los pasajeros empiezan a levantarse para recoger sus maletas y salir del vehículo. Mis amigos a duras penas vuelven en sí y realizan la misma acción. Salvo por Dani y Samu el resto parecemos muertos vivientes en el camino al piso que hemos alquilado.

—¡Ahí hay una heladería! Tendremos que venir una noche.

Nunca había visto a mi novio tan emocionado como hoy. Gracias a él estamos aquí, ya que se ha encargado de encontrar el piso más barato y en la mejor zona del pueblecito costero al que hemos venido. Se encuentra a pocas manzanas de la primera línea de playa y cerca del paseo marítimo, además de tener varios supermercados y tiendas cerca.

Al llegar nos encontramos con el dueño del piso, un hombre de unos treinta años de aspecto jovial y fácil de tratar. Antes de darnos la llave e irse nos explica cómo funcionan los electrodomésticos y nos pide que no traigamos a mucha gente al piso o los vecinos se quejarán. Le prometemos que solo seremos nosotros siete y tras desearnos unas buenas vacaciones se marcha.

—¡Me pido la cama más grande que haya! —exclama Elena en cuanto la puerta se cierra y nos quedamos solos. El resto parece despertar de repente para quejarse.

—De eso nada.

—Te recuerdo que tendrás que compartirla con al menos una persona —advierte Maya con los brazos en jarra.

—¿Tenemos que...dormir juntos? —La cara de Samuel es todo un poema. A pesar de que estamos a treinta grados se ha plantado una sudadera gigante y unos pantalones largos, como ya es costumbre.

—Creo recordar que hay una cama individual. Puedes dormir ahí si quieres. —El rubio acepta sin pensarlo.

—Bueno, vamos a empezar a deshacer las maletas.

El resto de la mañana la pasamos sacando nuestras pertenencias —la mayoría ropa— y colocándolas en los distintos muebles que vamos encontrando por el piso. Antes de salir a comprar hacemos el reparto de camas: Samuel en la individual, Maya y Mario en la litera, Elena y Bea en la cama de matrimonio y Dani y yo en el sofá cama.

La primera compra la hacemos en el supermercado más cercano. Nos hacemos con lo básico: pan, pasta, pizzas, patatas, bebidas, helados... Además de lo necesario para la dieta de Maya. Volvemos con un carro lleno y lo dejamos todo en el piso. Se nos hace tarde enseguida, por lo que decidimos almorzar en la diminuta mesa del salón y después salir a dar una vuelta y así conocer un poco el pueblo.

Llegamos al piso casi a las once de la noche. Hemos entrado a casi todas las tiendas posibles, hemos investigado todas las formas de bajar a la playa y nos hemos hecho varias fotos con las que llenaré el tablón de mi cuarto cuando llegue a casa. Nos duchamos por turnos y cenamos viendo una película que ni siquiera nos gusta, aunque no podemos cambiarla porque la televisión solo tiene un canal.

Vulnerable [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora