Capítulo 17 🎤

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Ese viernes, Lautaro salió de la universidad dispuesto a ir a tocar

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Ese viernes, Lautaro salió de la universidad dispuesto a ir a tocar. Los fines de semana eran los días que más movimiento había en las calles y debía aprovechar. Su abuelo se iba a quedar con Pilar, como siempre, pero también estaba Alicia, que ya se sentía mucho mejor y jugaba con paciencia y cariño con la niña, o se ponían a ver videos de la famosa Ágatha.

Gaby lo siguió. La semana había sido especialmente dura, teniendo en cuenta que cada vez que salía de la universidad iba un rato a ver a Alicia e intentaba estar el mayor tiempo posible con ellos para asegurarse de que nada les faltaba.

—¡Lautaro! —llamó Gaby.

—¿Sí? —se detuvo él.

Había intentado mantenerse alejado de ella durante toda esa semana, cuando ella llegaba a su casa él aprovechaba para bañarse, cocinar o dejarlas solas y en la universidad no hablaban demasiado. La muchacha pelirroja se le había metido hasta en los sueños y Lautaro no lograba comprender qué le sucedía con ella.

—¿Hoy tocas? —inquirió.

—Sí...

—¿Puedo ir contigo? —quiso saber...

—Ehmm... bueno... sí...

Gaby sonrió ante la idea y lo acompañó hasta su casa, se preparó mientras ella saludaba a Alicia. Luego, fueron hasta la esquina donde tocaba.

—Ella es Karen, una amiga —dijo presentándola cuando entraron a la pizzería para enchufar el piano—. Ella es Gabriela, compañera de la universidad.

—Hola, un gusto —saludó Karen que enseguida notó la electricidad que flotaba entre ellos.

—Hola —saludó Gaby con una sonrisa.

—Puedes quedarte aquí, estarás más cómoda —dijo Lautaro y le señaló una mesa vacía en una especie de balcón que daba al sitio donde él tocaba, por lo que desde allí se veía perfectamente el piano.

—Me agrada, un sitio VIP —bromeó.

Karen levantó las cejas al notar el extraño actuar de su amigo alrededor de aquella muchacha y se alejó no sin antes dejarle un menú, por si deseaba ordenar algo.

Gaby observó a Lautaro colocar su instrumento con suma concentración y dejar todo listo para empezar, entonces, se dispuso a disfrutar de la música que esa noche iba a escuchar.

Las manos de Lautaro se desplazaron por el piano y comenzó a tocar la melodía de una canción que a Gaby le gustaba mucho. Aprender a volar, de Patricia Sosa, se coló por su piel y sus sentidos, y se encendió dentro de ella una necesidad de cantar que hacía mucho no sentía. Era irónico, porque ese era su trabajo, pero no fue hasta ese momento en el que sintió que hacía tiempo había dejado de disfrutar de su pasión y se había convertido en rutina.

Le hubiera gustado alcanzarlo, pararse a su lado y cantar con él, pero era demasiado peligroso, podrían reconocerla. Lo observó, él cerraba los ojos y desparramaba pasión sobre su instrumento, aquello encendió sus recuerdos, esos en los que ella era solo una niña de unos doce años y cantaba esa misma canción en su escuela, frente a todos los maestros y compañeros. Los chicos de su grado la aplaudían orgullosos, los maestros la felicitaban y todos le insistían para que no dejara de cantar.

Un salto al vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora