Capítulo 1 🎤

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  despertó cerca de las nueve de la mañana, los rayos del sol se filtraban sin piedad por el enorme ventanal de vidrio de su habitación y bañaban todo con su brillo y calor

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  despertó cerca de las nueve de la mañana, los rayos del sol se filtraban sin piedad por el enorme ventanal de vidrio de su habitación y bañaban todo con su brillo y calor. La muchacha odiaba que la claridad la despertara, pero era costumbre de Matías abrir las cortinas para que ella se levantara más temprano.

Según él, ella debía organizar su vida para ser más eficiente, levantarse temprano, hacer sus ejercicios, desayunar saludable y comenzar a trabajar lo más temprano posible, de esa manera lograría mejores resultados y su vida sería mucho más proactiva. De hecho, su lado de la cama estaba vacío, se había marchado a la oficina muy temprano, como cada mañana.

Y no es que ella pensara que aquello estaba mal o no era razonable, el punto era que su vida no era como la de cualquier persona, sus horarios laborales no estaban estructurados en un horario de oficina y, casi siempre, estaba demasiado cansada o dormía muy tarde. ¿No era justo acaso remolonear un poco más en la cama al día siguiente?

Se levantó con el enfado bullendo en su interior, corrió las cortinas con fuerza y luego volvió a la cama. Hacía varios días, o quizá meses, que aquel sentimiento de frustración —que crecía a toda velocidad en su interior y que a veces se hacía incontenible—, buscaba salir de su cuerpo a través de lágrimas, emociones descontroladas o berrinches de enfado. Había momentos en que ya no se reconocía a sí misma, una tristeza enorme la tomaba presa y la dejaba por horas bamboleándose entre lágrimas como si fuera una bandera a merced del viento.

Como autómata y para no dejarse arrastrar por un nuevo momento de inestabilidad emocional, tomó el celular de su mesa de noche y comenzó a mirar los mensajes. Matías le recordaba que tenía un ensayo a las seis de la tarde, como si ella fuera una niña irresponsable a la que los padres dicen lo que debe hacer. Había otro de su agente de relaciones públicas que le comunicaba que había conseguido una entrevista para el día siguiente a las tres de la tarde y que más tarde la llamaría para coordinar, y uno último de Lala, su mejor amiga y maquilladora que le avisaba que a las once la buscaría para ir a comer algo y conversar.

Ante este último mensaje, Ágatha sonrió, ella y su hermano eran las únicas personas reales de su mundo, las únicas que le ayudaban a mantener los pies sobre la tierra y la sostenían cuando el mundo le pesaba demasiado.

Las pestañas de sus redes sociales explotaban de notificaciones, pero ese día no tenía ganas de saludar a sus fanáticos ni escribirles algo vacío que les emocionara y los acercara al ideal de persona que ellos admiraban. Abrió su cuenta de correo electrónico, aquella personal que llevaba su nombre real y que nadie conocía. Allí casi no había emails interesantes más que correos no deseados entre los que encontró algo que llamó su atención.

Era un email de la Universidad General de Caya, la misma en la que ella estudiaba a distancia la carrera de Psicología. Lo abrió y leyó lo que parecía ser una carta del rector general, no era personalizada, iba a dirigida a todos los alumnos de la modalidad a distancia y los invitaba a cursar de manera presencial el último semestre que les quedaba antes de titularse.

Ágatha leyó y releyó el email unas diez veces y sintió que un calor inquieto se encendía en su pecho. Esa podría ser la oportunidad que buscaba para hacer algo diferente. Es lo que le había dicho Ale, su hermano, cuando el fin de semana lo visitó y le comentó lo perdida que se sentía. Él y su esposa Andrea la habían invitado a un almuerzo familiar para festejar la llegada de su próximo hijo. La pequeña Farah, hija de Andrea, pero a quien Ale había reconocido y amaba como si fuera propia, estaba sentada en su regazo y jugaba a maquillarla con sus brochas de juguete.

—Necesitas encontrar una motivación, Gaby, algo que te despierte las ganas de vivir, algo que te dé fuerzas para levantarte cada mañana. La vida no es fácil para nadie, tampoco lo es para mí, pero mi motivación son ellas —dijo y levantó la vista para mirar a Andrea que en ese momento preparaba ensaladas para acompañar la carne asada que él cocinaba y luego observó a la pequeña niña en el regazo de su hermana—. Y ahora viene un bebé más y todo es... emocionante, hace que la vida valga la pena.

Ágatha, o Gaby —que era su nombre real y como la llamaban las personas que la conocían de verdad— sonrió, en esa casa podía palparse el amor con las manos, pero esa realidad estaba demasiado distante de ella. Cada vez que veía interactuar a Ale y Andrea, no hacía más que preguntarse qué clase de relación tenía ella con Matías. Él jamás la había mirado de la manera en que su hermano miraba a su esposa y viceversa.

Andrea se acercó y le colocó una mano en el hombro.

—Estoy segura de que pronto encontrarás la salida a todas las cosas que te atormentan, Gaby —añadió—, nosotros somos tu familia y siempre estaremos para ti. Por cierto, deberías contratar a Farah para tus maquillajes —bromeó.

La pequeña niña le mostró el espejo y Ágatha sonrió al ver la obra de arte de su sobrina que se asemejaba más a un cuadro de arte abstracto en el cual su rostro era el lienzo.

Ágatha sonrió ante el recuerdo y luego volteó su vista hacia su mesa de noche. Allí estaba el viejo tarjetero que su abuela le había regalado, su posesión más preciada. Era una cajita de madera tallada con flores de diferentes colores en un fondo verde oscuro, adentro había varias tarjetas de coloridas frases positivas conocidas o desconocidas. Ella sacaba una cada mañana o en cada momento que necesitara, era como si su abuela pudiese hablarle a través de esas tarjetas que casi siempre coincidían con lo que ella pensaba o sentía, podía ser simplemente el azar, pero le gustaba pensar que era la manera en la que se comunicaban.

Sacó una y la leyó con cuidado: ¡Hoy es un buen día para salir de la rutina! Eso era todo lo que decía.

—¡Hoy es un buen día para salir de la rutina! —leyó en voz alta.

Volvió a tomar el celular que había dejado recostado en su cama y leyó de nuevo el email de la universidad, una idea algo descabellada se le apareció en la mente, se mordió el labio, dubitativa mientras una lista de pros y contras aparecían en automático en sus pensamientos, pero una sonrisa se le pintó en los labios al tiempo que las ganas de levantarse y moverse en esa dirección la despertaban de un letargo que parecía haber durado años.

"Una motivación". Pensó.

Y con una lluvia de ideas alocadas enmarañándose en sus pensamientos, fue a darse una ducha.


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Un salto al vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora