Capítulo 9 🎤

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Era cerca de la media noche cuando Lautaro acabó de tocar, se sentía el fresco del invierno que estaba por entrar

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Era cerca de la media noche cuando Lautaro acabó de tocar, se sentía el fresco del invierno que estaba por entrar. Desarmó el piano y lo guardó en su estuche, juntó el dinero que tenía en el sombrero y fue hasta la pizzería, se sentó en una mesa y comenzó a contarlo.

—¿Qué tal te fue? —inquirió Karen acercándose y dejándole un plato con pizza.

—Bien, bastante bien... De hecho, mejor de lo que esperaba.

Karen sonrió y se sentó con él.

—¿Cómo está Pili? ¿Y don Chelo? —inquirió.

—Bien, por suerte, todos bien. ¿Tú? ¿Qué hay de nuevo?

—Nada, fue una semana con mucho trabajo, hay muchos turistas por aquí, pero eso está bueno... ¿no?

—Sí, es bueno, siempre es bueno... —dijo y sonrió.

—¿Cómo te fue en la universidad?

—Bien, bastantes tareas y trabajos... pero ya queda muy poco.

—Yo sé que sí, lo vas a lograr —dijo ella con cariño.

Lautaro le devolvió la sonrisa y se entretuvo comiendo la pizza que le había servido su amiga. Karen era una muchacha bonita, divertida, confiable, era su mejor amiga desde hacía muchos años y había estado a su lado en cada golpe que le dio la vida para darle una mano y ayudarle a levantarse.

Él sabía que ella sentía algo más que amistad por él, y deseaba con todas sus fuerzas poder corresponderle, era la imagen femenina más cercana que tenía Pilar y le hubiese gustado poder formar una bonita familia, sobre todo por su hija, pero no podía mentir sobre sus sentimientos, no sería justo para ella. Esperaba que encontrara una persona que valorara todo lo que tenía para dar.

Lautaro se despidió luego de un rato, estaba cansado y deseaba dormir. Caminó hasta su casa, guardó su dinero en su caja fuerte, se lavó las manos, se cambió y se fue a la cama. Pilar y su abuelo ya estaban dormidos.

Se acostó y cerró los ojos, pero el sueño no llegaba. Había noches en que se sentía así, lejos de todos y de todo, incluso de sí mismo. No lograba reencontrarse con aquella persona que un día fue. Aquel Lautaro de veinte años que soñaba con ser un músico reconocido, recorrer el mundo, conocer lugares y utilizar su música para hacer felices a las personas que lo escucharan. Para él, la música era parte de la vida, era una necesidad, una manera de expresarse y de decir todo aquello que tenía dentro, a través de ella podía amar, reír, llorar, soñar, estar feliz o triste, a través de ella podía vivir.

Y lo seguía haciendo de alguna manera, pero las cosas no habían salido como había soñado. ¿Qué pensaría su yo de veinte años de la persona en la que se había convertido? Probablemente estaría muy decepcionado. Él mismo lo estaba.

Pilar crecía y su miedo aumentaba, ¿qué es lo que iba a ofrecerle si no conseguía mejorar su situación? La única carta que le quedaba era acabar la carrera y conseguir así algo mejor y más estable.

Sus recuerdos lo llevaron a aquella noche. Liza ingresó al pequeño monoambiente que compartían y le dijo que tenía algo muy importante que decirle.

—Estoy embarazada, Lautaro, y no quiero tener a este niño —dijo con vehemencia.

—¿Qué? ¿Embarazada?

Lautaro se dejó caer en la cama e intentó procesar esa información. Él y Liza salían desde hacía un año y en ese momento se preparaban para un concurso que podría lanzarlos definitivamente a la fama. Lautaro la amaba, pero sabía que Liza tenía fecha de caducidad, lo había sabido desde el inicio, Liza solo amaba una cosa en este mundo: su carrera.

—Sí, y no es el momento. Solo tengo veinte años y quiero ganar ese concurso. Si pasamos a la siguiente etapa, tendremos que viajar y... no podré hacerlo con un niño en brazos.

—¿Y qué pretendes? —inquirió Lautaro—. ¿Quieres abortar?

Liza se encogió de hombros y él suspiró sin saber qué hacer o qué decir. Hacía dos minutos atrás él tenía un sueño, de pronto, todo había cambiado. Aquella noche no pudo pegar un ojo, y mientras Liza dormía plácidamente a su lado, él daba vueltas y vueltas a todas las posibilidades.

La puerta se abrió y el sonido de los pasitos de Pilar hicieron que Lautaro regresara al presente.

—¿Qué haces despierta? —inquirió con dulzura.

—Te estaba esperando —dijo la niña—. ¿Comiste algo, papi?

—Sí, cené en la pizzería, con Karen...

—¿Hubo mucha gente hoy? —quiso saber.

—Bastante —dijo él—. Ven aquí.

Lautaro dejó que la niña se acostara a su lado y ella se recostó en su brazo, como siempre.

—A que no sabes, hoy una chica me pidió que tocara una música de Ágatha, si no fuera por ti, jamás hubiera conocido ninguna música de ella, así que creo que te debo una —añadió y ella sonrió orgullosa.

—¿Te salió bien? —inquirió.

—Perfecta, estoy segura de que, si Ágatha me escuchara, me pediría que tocara con ella —respondió con diversión.

—¿Tú crees?

—Sí, y a ti te pediría que fueras una de sus bailarinas.

Pilar sonrió con orgullo y luego cerró los ojos. Lautaro sabía que ese era el sueño de la pequeña y disfrutaba de hacerla feliz con aquellos comentarios.

—Buenas noches, papi —dijo ella ya acomodada en sus brazos.

—Buenas noches, Pili —susurró y cerró los ojos.

Lo único que Lautaro sabía era que nunca podría arrepentirse de la decisión que tomó, Pilar era lo mejor que le había pasado en la vida.

Lo único que Lautaro sabía era que nunca podría arrepentirse de la decisión que tomó, Pilar era lo mejor que le había pasado en la vida

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Un salto al vacíoWhere stories live. Discover now