Capítulo 8 🎤

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Lautaro ingresó a su casa y le dijo a su hija que se fuera a bañar y se pusiera el pijama, él fue hasta su habitación y se metió a la ducha también

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Lautaro ingresó a su casa y le dijo a su hija que se fuera a bañar y se pusiera el pijama, él fue hasta su habitación y se metió a la ducha también. Mientras el agua tibia bañaba su piel, repasaba mentalmente el repertorio de la noche. Todavía no hacía demasiado frío, por lo que esperaba que hubiera mucha gente en la calle.

Se despidió de Pili y de su abuelo y cargó su instrumento a la espalda. Fue hasta el centro, buscó el sitio en el que solía quedarse y colocó su piano eléctrico en su lugar. Lo enchufó en la pizzería de la esquina, donde Karen siempre le permitía hacerlo y dejó que sus dedos marcaran el ritmo de la noche.

Varias personas se acercaron a él, algunos se veían como turistas y le pedían que tocara algunas canciones conocidas, él accedía y observaba que el volumen de los billetes en el sombrero que había dejado en frente iba aumentando de tamaño. Debía aprovechar, pronto empezaría la temporada de lluvias y sus días de suerte se verían afectados.

Una niña de unos quince años se acercó y le pidió que tocara Ámame, una música de Ágatha. Lautaro suspiró, odiaba esa música ridícula y chiclosa, pero en ese momento agradeció que su hija cantara todo el día sus éxitos, por lo que cuando acabó de tocar una melodía tradicional que le había pedido una anciana, optó por uno de los éxitos de la cantante de moda.

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Gaby salió del baño y envuelta en una toalla se recostó en su cama. Estaba cansada, había sido una semana dura de idas y vueltas y, entre los ensayos y las clases, ya se podía adivinar que el semestre sería muy agotador. Pero no se daría por vencida, no solo porque aquello era un reto para sí misma, sino porque no pretendía dar lugar a que Matías la mirara con cara de yo te lo dije.

Esa semana él había estado frío y ocupado, pero a ella esa actitud no le molestaba, le generaba paz, ya que así no la molestaba. Ella cumplió con sus horarios y sus ensayos, así como con sus clases y tareas, aunque eso le significó algunos días sin dormir lo suficiente; por lo que Matías no pudo decirle nada.

Se volteó y miró su cajita de frases, ni siquiera había recordado sacar una cada día, así que decidió que era un buen momento para un mensaje. Tomó una tarjeta y la leyó: "Para florecer hay que pasar por todas las estaciones".

Eso era, tenía que florecer, tenía que llegar a ese punto en el que se viera al espejo y se sintiera orgullosa de sí misma, no solo porque todo el mundo le decía que cantaba bien o tenía talento, sino porque ella se sintiera a gusto con la persona en la que se había convertido.

Estaba cansada, no se veía como siempre, tenía ojeras y su cuerpo le dolía. En ese momento sabía más que nunca que todo eso recién era el inicio, que aquella aventura que se había propuesto a sí misma era real, y que a la vez no sería sencillo, pero le agradaba, era un proceso que necesitaba atravesar para florecer. Matías no lo entendía, y no sabía si Lala lo hacía o solo le seguía el juego, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que lo que hacía era lo correcto y que, aunque no tuviera sentido, lo hacía por y para ella.

—¿Vamos a buscar la pizza? —inquirió Andrea tras golpear la puerta.

—Deja que me vista y voy —dijo con una sonrisa.

Se vistió como siempre y caminó con su cuñada hasta la pizzería en la cual habían hecho un pedido para la cena.

Un montón de personas se congregaban alrededor de alguien en la esquina misma del local. Fue en ese instante en el que escuchó la melodía de una de sus músicas más populares al sonido de un piano.

—¿Quieres ir? —inquirió Andrea que enseguida comprendió lo que sucedía—. Ahí es la pizzería, yo voy por el pedido y tú anda a mirar quién toca.

Gaby asintió y se acercó con temor, casi nunca salía así tan tranquila por la calle y todavía temía que la reconocieran, sin embargo, se metió entre la treintena de personas que escuchaban al músico y nadie se percató de su presencia.

Fue entonces cuando se dio cuenta de quién era el pianista. Lautaro, su misterioso compañero de universidad que se creía mejor que los cantantes comerciales y que los criticaba sin piedad, estaba allí, sentado al piano, y tocaba con gran destreza Ámame, una de sus melodías más conocidas.

Gaby se cruzó de brazos y esperó a que la música acabara, una adolescente permanecía cerca de Lautaro y canturreaba la canción con emoción. Las últimas notas sonaron y muchas personas aplaudieron, algunos de ellos se acercaron a poner billetes en su sombrero y fue entonces, cuando Lautaro levantó el rostro y con una sonrisa agradecida paseó la vista por el público.

La vio.

Gaby frunció los labios y levantó las cejas. Él puso los ojos en blanco y sonrió divertido antes de colocar de nuevo las manos en el piano.

—¿Puedes tocar un tango? —escuchó a uno de los turistas pedir.

Lautaro asintió y comenzó así la siguiente melodía.

Andrea regresó junto a Gaby y le sonrió.

—¿Qué tal? ¿Lo conoces?

—Es un compañero de clases —dijo Gaby.

—¿Lo vas a saludar?

—No, ya vamos, ya me vio —añadió la muchacha y salió de allí aún disfrutando de la música que continuaba en el ambiente.

Por lo poco que oyó, Lautaro tocaba muy bien, sin embargo, lo único que podía pensar en ese momento era que escucharlo tocar su música, aquella que había desmeritado, le generaba una especie de regocijo que no podía explicar, eso, sumado al rostro que puso cuando la miró, como si hubiera comprendido la mueca que ella le había hecho, hicieron que se le pintara una sonrisa de satisfacción en el rostro.

Por lo poco que oyó, Lautaro tocaba muy bien, sin embargo, lo único que podía pensar en ese momento era que escucharlo tocar su música, aquella que había desmeritado, le generaba una especie de regocijo que no podía explicar, eso, sumado al rostro...

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