Capítulo 7 🎤

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La semana se le pasó en un suspiro, entre los ensayos, los viajes, las clases y la familia, no le quedaba mucho tiempo para nada, y aunque la adrenalina y la emoción aún seguían intactas, el cansancio comenzaba a mostrar su rostro también

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La semana se le pasó en un suspiro, entre los ensayos, los viajes, las clases y la familia, no le quedaba mucho tiempo para nada, y aunque la adrenalina y la emoción aún seguían intactas, el cansancio comenzaba a mostrar su rostro también.

La reunión del sábado estaba marcada para las dieciséis, Alicia era eufórica, cada día llenaba de mensajes el grupal al que había denominado "Los bichos raros". Por la mañana, enviaba un mensaje de buenos días o alguna imagen con muchos colores y mensajes positivos, por la tarde se encargaba de recordarles las tareas o las lecturas que debían de hacer y por la noche enviaba algún mensaje de buenas noches. A Gaby no le molestaba, siempre respondía con una carita feliz o con un gracias, cosa que normalmente jamás hacía con nadie más, y Lautaro casi nunca escribía nada, salvo que hiciera alguna pregunta sobre una tarea.

Ese sábado, Gaby se despertó muy tarde, aprovechó para dormir toda la mañana y descansar del ajetreo de toda la semana, luego se alistó para la reunión en la casa de Alicia, que ya había enviado la dirección de su departamento.

En ese punto sabía que Alicia vivía con su novio, Marcos, en un departamento céntrico cerca del local donde trabajaba, pero de Lautaro no sabía gran cosa. Cuando le contó a Lala que era su compañero y lo veía a diario, su amiga le pidió que se lo presentara apenas tuvieran la oportunidad.

Cerca de las tres de la tarde, cuando Gaby estaba a nada de salir de su casa, Lautaro avisó que llegaría, pero que tenía un pequeño inconveniente, por lo que no sabía si podría quedarse mucho. Alicia le contestó que lo esperaban y que fuera lo que fuera lo resolverían. A Gaby le daba risa la actitud tan positiva que Alicia siempre tenía para con todos, pero le hacía sentir bien, no parecía algo fingido y fluía natural en ella. Recordó entonces las palabras de Matías, que siempre decía que todas las personas tenían un precio, y pensó que quizás estaba equivocado, Alicia no parecía buscar nada a cambio de su efusiva amistad, al menos no todavía.

Llegó puntual y su amiga le abrió la puerta, el departamento era casi tan pequeño como el vestidor de su casa capitalina, por lo que Gaby sintió como si un puñal se le clavase en el pecho al recordar las veces que Matías le dijo que había muchas personas en el mundo que deseaban tener lo que ella tenía y no valoraba. Sin embargo, Alicia la recibió con un abrazo sincero y la hizo pasar al pequeño comedor donde apenas cabía una mesa con cuatro sillas apretujadas.

—Preparé algunos bocadillos —dijo y señaló una bandeja que descansaba en el medio de la mesa. Estaba llena de masas dulces, magdalenas, tortas y alfajores, nada de lo que Gaby tenía permitido comer, sin embargo, en ese momento se le hizo agua la boca.

—¿Lautaro aún no llegó? —inquirió la muchacha y pensó que apenas cabrían los tres en aquel sitio.

—No, pero estará por llegar, imagino —dijo Alicia encogiéndose de hombros—. ¿Quieres? —preguntó y le pasó la bandeja.

Gaby lo pensó, calculó las calorías en aquellas masitas y analizó cuál de ellas tendría menos para poder comerla sin culpas, o al menos, con la idea que en el ensayo del lunes podría quemar lo que comió de más.

Un salto al vacíoWhere stories live. Discover now