"Pura Sangre" (Completa)

By DanielaGesqui

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Tobías es un atractivo y carismático empresario dedicado a la cría de caballos Pura Sangre en Normandía, Fran... More

Advertencia
Argumento
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Spin Off : Noche "hot" entre Gio y Analía
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Epílogo

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By DanielaGesqui

Dana y Analía, a dos pasos detrás de los jefes, solo podían ver sus espaldas. Tanto Tobías como su amigo lucían impecables trajes Armani; el más alto por escasos centímetros era el rubio, vestía chaleco y de la presilla de su pantalón pendía una cadenita que se enganchaba a su bolsillo. Dana supuso que llevaba un reloj, algo tan anticuando como distinguido. Analía la sorprendió mirándole el culo; apetecible, la tela se tensaba entre sus nalgas.

El hijo del jefe en cambio, portaba un traje azul marino y una camisa blanca desabrochada en los primeros dos botones, algo que le entregaba un aspecto más informal y jovial. Superaba el metro ochenta muy fácilmente, calculó Dana, que alcanzaba el metro setenta.

De súbito Jorge terminó de hablar y dio un paso hacia atrás pisándola accidentalmente. Amable, el hombre pidió disculpas y se puso a su lado. Le tomó la mano y le besó los nudillos. Él era un hombre gentil, amable, paternal.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, admiraba a ese hombre que la había rescatado de una vida miserable.

―Por favor, ayudá a mi hijo, ¿sí? ―Le susurró al oído con un hilo de voz, como si le entregara su propia vida, y ella asintió con la cabeza. Había llegado el momento de devolverle todos los favores.

―Por supuesto, no hacía falta ni que me lo dijera.

― ¿No me vas a tutear ni siquiera en el último día de trabajo? ―Como si fuera una chiquita, le pellizcó la mejilla.

Para entonces, su hijo giró y vio aquel gesto que no supo cómo interpretar.

Tobías Fernández Heink era de cabello negro, mirada oscura y profunda. Ella sintió que el rubor le trepaba por el cuerpo hasta asentarse en sus marcados pómulos cuando recibió ese par de ojos fulminantes.

Los aplausos cesaron y tras un último agradecimiento de Jorge, los empleados ocuparon sus puestos nuevamente. El jefe, aun en el cargo, invitó a Dana y a Analía, Omar Numberg, jefe del sector de contaduría quien trabajaría junto a Giovanni; Natalia Presta, de Recursos Humanos, Paulina Fraga, encargada del área de producción, Manuel Farrazena, jefe del laboratorio y quien trabajaba con Mercedes, ausente sin aviso, Laura Holmes, del sector de prensa y publicidad, su hijo Tobías y Giovanni Carbone, que se acomodaran en su despacho, rodeando la mesa ovalada de cristal.

Aldana no podía dejar de temblar, la desequilibraban los cambios y más cuando estaban relacionados a lo único estable en su vida: su trabajo. El hijo de su jefe y futura autoridad, era un hombre muy serio, de semblante recio, quizás con mal genio, muy reconocido por su apego a la noche y la fiesta. Sin proponérselo, tomaron asiento uno al lado del otro.

―Ya tendremos tiempo de hablar con los restantes, pero hoy quería, básicamente, presentarles a Aldana Antur y Analía Monasterio, mi secretaria principal y secretaria sustituta y telefonista, en ese orden. ―Resumió Jorge a los dos novatos, señalando a Aldana en un escalón por sobre su amiga en cuanto a responsabilidades ―, y claro está a ellos también. ―Participó a los restantes, con nombre y apellido junto a su cargo.

Tobías asintió al igual que Giovanni, ubicado justo en frente de su amigo.

Aldana extendió los brazos sobre la mesa colocando su agenda por debajo de sus manos; Tobías miró por sobre su hombro y con discreción, recorrió la piel blanca inmaculada de esa muchacha. Sin dudas, lo suyo no era tomar sol.

Debía reconocer que era una muchacha bonita en todo el sentido de la palabra: ojos azules y grandes, cabello castaño con tintes rojizos y gran esbeltez. Llevaba apenas un poco de maquillaje que acompañaba la tersura de su cutis y las pecas que rodeaban su nariz.

No lucía sortija de matrimonio, aunque eso no debía asustarlo: él estaba con mujeres casadas sin pudor siendo ellas, las responsables por su propio estado civil. Sin embargo, tenía bien en claro que el día que contrajera matrimonio, a pesar de que a sus treinta y tres años dudaba que ese momento tocara su puerta, dejaría las andanzas.

Su padre explicó las tareas de cada uno, hasta que con Aldana tuvo un trato más simpático.

―Chicos, Aldana es lo más parecido a una agenda viviente que podrán conocer en sus vida ―esa broma distendió el ambiente ―, es la secretaria más eficiente, servicial e inteligente del mundo.

―Señor, me va a sonrojar...―dijo ella con inocencia. Y aprovechando que era el centro de atención, Tobías la miró con menos disimulo.

¿Sería la amante de su padre? Si algo le decía su propia experiencia era precisamente eso: las apariencias engañaban; su padre, un tipo circunspecto y correcto, no daba la impresión de serle infiel a Teresa. Sin embargo, la luz especial que desprendían sus ojos y los de la chica cuando se miraban, ese beso en los nudillos apenas terminó con su saludo motivacional, le generaron ciertas suspicacias.

Jorge siguió conduciendo la reunión:

― Aldana y Analía serán las encargadas de coordinar junto a vos, Laura, el cóctel de bienvenida que se ofrecerá en el Hipódromo de Palermo, al que yo mismo me he encargado de reservar.

Aldana escribía en su agenda, algo ajada y repleta de números, contactos y anotaciones que se encimaban unas con otras. Tobías frunció el ceño; a pesar de que la chica tenía caligrafía de maestra de primer grado, redonda y festoneada, no dedujo cómo era posible que fuera capaz de descifrar los asuntos pendientes de los ya cumplidos.

Parpadeó varias veces, ella era la secretaria después de todo y según su padre, una luz.

Jorge estipuló el menú, los shows que quería convocar el tipo de música que aclimataría el evento. A Tobías. escuchar el entusiasmo con el que hablaba de la fiesta lo sobrecogió, entendiendo que no solo se trataba de una bienvenida sino también, de una despedida.

Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en su padre, en las discusiones sin sentido y en el chico rebelde que había sido y que tantas veces lo desobedeció. Quiso tener la capacidad de viajar en el tiempo y retroceder ocho años, cuando le dijo cosas horrendas y se fue como un cobarde a establecerse en París, a perseguir sus sueños, a terminar su carrera como polista y poner en alto una empresa personal.

Regresando sus ojos a Aldana, descubrió que la muchacha era suave al hablar y se sonrojaba con facilidad, que a menudo corría su flequillo largo de lado, tal vez nerviosa, y cuya sonrisa era casta, apenas revelando sus dientes.

Sus manos eran prolijas, bien cuidadas y en los dedos pulgares sobre el esmalte, se dibujaba una pequeña flor con brillitos. Detalles como eso le hacían creer que era un poco inmadura y aniñada.

«¿Cuántos años tiene? ¿Veinticinco? ¿Veintitrés? ¿Mi papá la sacó de la secundaria? Menos de treinta tiene seguro», Tobías trazó una rápida lectura.

Entretenido en mirarla sin intimidarla, o al menos fue su propósito, Tobías escuchaba que su padre hablaba y hablaba de la fiesta. Se detuvo a analizar la delicadeza en los gestos de la chica, en la larga trenza espigada de lado que nacía en la cima de su cabeza y en el batir de esas pestañas oscuras que formaban un abanico que bailaba flamenco. De inmediato, comenzó a entender por qué su padre le había advertido que con ella no se metiera: era una gacela que pasearía muy cerca de la jaula del león hambriento sin saberlo.

Inspiró profundo y tragó, volviendo al eje de la reunión, dejando de lado ese estudio pormenorizado de la muchacha que no lo conduciría a nada.

Si algo tenía claro Tobías, era que involucrase con gente de su trabajo era para problemas; los cotilleos innecesarios, los rumores de pasillo, no alimentaban una buena relación entre los empleados y pensar en favoritismos, eran de mal augurio.

Aldana no era tonta y con cada rulo que hacía a sus letras y puntos precisos sobre sus íes, notaba que una mirada oscura y controladora la observaba. Hizo como si nada sucediera, pero lo cierto es que ese joven no le daba la misma tranquilidad que el señor Jorge.

Intentó relajarse, responder con una sonrisa y un cálido "gracias" cada vez que su jefe la elogiaba y atender con solvencia a sus pedidos. Se lo notaba muy feliz a Fernández Salalles con la llegada de su hijo, aunque para ella eso significaba que terminaba una etapa y empezaba otra.

¿Y si pedía el cambio de sector? Analía de seguro estaría dispuesta a tomar su puesto y estaba calificada para hacerlo.

«Calmáte, nena, ni siquiera sabés cómo te va a tratar y ya querés volar de ahí. Jorge te pidió que le des una mano, prometiste devolverle su amabilidad», la voz de su conciencia le bajaba las revoluciones a cero.

― Aldana, Tobías, quédense conmigo para que cerremos la agenda de estos dos días. A los demás les agradezco la paciencia y deseo que tengan un buen día.

Aldana se puso de pie y sabiendo que estaban próximos a la hora del almuerzo, se permitió cruzar palabra con Analía para solicitarle que le comprara una ensalada Caesar y una lata de Coca-Cola en el local de enfrente y que le dejara el pedido en la heladera con un papelito que tuviera su nombre.

Tobías simuló mirar su teléfono, cuando en realidad escuchaba la intrascendente conversación de la secretaria. Volteó la vista y la miró por sobre sus pestañas; llevaba unos jeans nada sentadores, sin gracia, y una camisa rosa pálido de mangas largas con pequeñas florcitas violetas, componiendo un estampado Liberty. Era alta aun con sus chatitas de lentejuelas negras, lo único con algo de sofisticación en ese atuendo más parecido al de una chica que está por ir a la universidad que el de la secretaria personal de un adinerado empresario.

Aproximándose a su padre, con la mirada perdida en el Río de la Plata, caudaloso e imponente, lo palmeó por detrás.

― ¿Seguís pensando que no es un error que agarre este fierro caliente?

―Giovanni es muy bueno y te va a saber asesorar. El engranaje general de la empresa funciona como un violín y Aldana, con su pericia y velocidad para solucionar temas de agenda, te va a arreglar la vida.

― ¿Para tanto?

―Pedile fechas, nombres, que te detalle caras. Detrás de esa mirada aniñada y por momentos, imposible de leer, se esconde un cerebro prodigioso. ―Ambos miraron en dirección a la puerta, viento que la susodicha contaba sus billetes y parloteaba con Analía, la morena de falda negra y exageradas plataformas con las que desafiaba la gravedad.

―Podría vestirse un poquito mejor, ¿no? ―Sugirió Tobías, quien empilchaba de primera y venía de la meca de la moda.

―No la jorobes con esas cosas. Es un ser muy sensible y puede pensar que querés transformarla en una modelo de pasarela, algo de lo que dista mucho.

―Tiene potencial, es una lástima que no use faldas.

―Te dije que tengas cuidado con ella. Y no se habla más del tema. ―Entre sonrisas, llamó a la muchacha y se reubicaron en la mesa de cristal.

Dana, eficiente, anotaba todo lo que su jefe le solicitaba. Escribía nombres de invitados, a quiénes llamar para el servicio de catering y aclaró que, si bien era un coctel, no hacía falta que la gente fuera tan elegante. Tobías frunció el rostro aún descontento con la decisión, pero no emitió juicio. Para eso estaba su padre, todavía, sentado en el sillón de la presidencia.

―Perfecto, sábado 9 de marzo, a las 8 de la noche, en el hipódromo de Palermo. Vestir elegante sport. ―Repitió ella en voz alta, aunque su volumen era sumamente bajo.

―Exacto. Que en el área de diseño hagan la invitación y se ponga en copia a todos.

― ¿A todos? ―Ella pestañeó.

―A todos.

―Por último, Tobías después te dirá si quiere modificar la decoración de la oficina. Va a ser su lugar cotidiano por mucho tiempo si Dios quiere. ―una mueca de orgullo arrebató el rostro de Jorge.

―No voy a comprar nada nuevo, a lo sumo moveré los muebles. Así está bien. ―Alejando el sentimentalismo, no quiso admitir que el mobiliario de ese sitio le haría pasar mejor el futuro duelo.

Para cuando finalizaron, Aldana se puso de pie y a punto de empuñar el pomo de la puerta, Tobías la llamó por su nombre de pila. Escuchar "Aldana" siendo pronunciado por esa voz tan grave, le erizó cada pelo de su cuerpo.

― ¿Señor?

―Uy, no...vamos mal si me decís señor. ―él descontracturó el ambiente con palabras y una sonrisa de lado y ella aflojó los hombros. Como siempre, ante los hombres se ponía a la defensiva, una armadura protectora ―. Quiero agradecerte de antemano por la ayuda que puedas darme. Este mundo es nuevo para mí y sé que tu colaboración va a ser invaluable. Voy a tener en cuenta todo tu esfuerzo y por favor, tenéme paciencia. ―Fue genuino, consciente que por un tiempo ella lo guiaría hasta que se acomodara.

―No hay porqué, señor...

― ¡Y dale con el señor!

―Bueno... ¿prefiere señor Tobías? ―Se permitió curvar los labios, distendiéndose con lentitud. Ese muchacho la ponía muy nerviosa.

―No, Tobías. A secas. Y tuteáme, que no soy mucho mayor que vos, che.

―Está bien...Tobías. ―Su gesto se dulcificó y él identificó un gesto aniñado que en este mundo que fagocitaba la inocencia de las personas, creyó desaparecido ―. Para lo que necesite.

―¡Necesitésssss! ―Remarcó la S ante la sonrisa de su padre.

Cuando la muchacha ya no estuvo con ellos, Jorge se reclinó en la silla, y de brazos cruzados, le sostuvo la mirada a su hijo.

―Ojo.

― ¿Ojo? ¿Con qué?

―No te hagas el galán con ella.

―¿Decirle que me tutee y me trate de Tobías significa que la quiero seducir?

―Solo digo que tengas cuidado. Ella no es como las chicas que frecuentás vos.

―¿Y vos qué sabes cómo son las chicas que frecuento? ―Se molestó por primera vez en lo que iba del día.

―Que se rinden a tus pies, que nos les importa revolotearte hasta que vos le das bolilla, que pierden la cabeza.

―Papá, no existen los ángeles caídos del cielo. ¡Despertá!

―Te puedo asegurar que Aldana es uno.

Y con esa afirmación, incómoda y poco negociable, su padre se marchó dejándolo en su flamante oficina de presidente.

Dana se sintió algo sofocada ante el pedido de su nuevo jefe; ella, acostumbrada a tomar distancia, a tratar a la gente con seriedad y aplomo, debía dirigirse al empresario por el nombre, como uno más.

«Quizás no es tan vanidoso como pensé», ella levantó una ceja, poniéndolo en consideración. «¿O será un pervertido confianzudo?», optó por pensar en lo primero.

― ¿Y? ―En el comedor de la empresa, una esquina vidriada con un pequeño sector aterrazado que poseía una de las mejores vistas del río y donde se congregaban los fumadores, Analía la interceptó extendiéndole un mantelito de papel, improvisado con servilletas. Ésta ya había almorzado, pero esperó a su amiga en busca de chismes.

―Y nada. Esa fiesta es un poco rara. Quiere que estén los capos de todos los laboratorios de las otras firmas también. Vamos a ser muchísimos.

― ¿Qué?

―Lo que oís; no sé, es como si tuviera ganas de que el mundo sepa que "Fármacos Heink" está más vigente que nunca y que la llegada de su hijo, será providencial.

― ¿Y el pibe que te pareció?

―Entre nosotras, que no tiene pasta. Está re asustado.

― ¿Te parece? El flaco maneja un negocio super importante en Francia. Lo buscan de otros países para comprarle caballos de exhibición, de deporte.

―Maneja una empresa con treinta personas, no quinientas y de un ramo que no tiene nada que ver con el de los animales. ¡Es veterinario! ―Le susurró secretamente el dato de Google.

―Y bueh...tendrás que ayudarlo. ―Analía batió sus pestañas oscuras con entusiasmo.

―Si, eso parece. ―La secretaria frunció la boca.

Lo cierto es que el hijo de su jefe era un hombre sumamente atractivo, pero con un aura negativa, como si llevara un gran peso en sus espaldas. Había estado muy serio a pesar de buscar complicidad con ella, alegando lo del tuteo, algo que Dana adjudicó a su nerviosismo. Era obvio que el muchacho estaba por ocupar un sillón que no le resultaba nada cómodo.

Hacia última hora del viernes, mientras todos hablaban de su atuendo para concurrir al cóctel del día siguiente, Aldana, por el contrario, no tenía idea qué ponerse.

Como siempre que estaba en vísperas de un evento formal, su cabeza parecía solo darle como opción un jean y una camisa. Por suerte, tenía a su infaltable y coqueta amiga Analía y a Karina, la chica de presupuesto, que la esperaban en la calle Florida, una de las peatonales más importantes de la ciudad, repleta de locales y tiendas de ropa a precios acomodados y no tanto, para que pudiera elegir a su antojo y medida de su billetera.

―Vamos a Galerías Pacifico, así también vemos algo de maquillaje. ―Determinada, Analía entró a ese centro comercial de tres niveles, con una imponente cúpula central en la cual se exhibían pinturas de artistas como Berni, Spilimbergo y Castagnino, considerándola como la expresión más importante del muralismo argentino.

Convertido en tiendas comerciales, ese edificio construido en el año 1888 respondía a las características de las galerías europeas más reconocidas, como la Víctor Manuel II, de Milán.

Mientras recorrían los locales no dejaron de criticar algunos precios exorbitantes, los cuales claramente apuntaban a los turistas, frecuentes en esa zona. Tras varios minutos de caminata, Karina les señaló una confitería en el piso inferior.

La distribución de la circulación, permitía que los balcones de las dos plantas superiores volcaran hacia el centro del último nivel donde se instalaban algunos locales gastronómicos, jugueterías y las cadenas de librerías más importantes de la ciudad.

A dos escalones del piso, Aldana se detuvo en seco.

―Chicas, ¡está el hijo del jefe con Giovanni! ―Masculló entre dientes ―. No quiero que me vea haciendo compras.

―¿Por qué, no?¿Estás loca? Es algo de lo más normal del mundo. ―Replicó Karina Ochoa.

―Pero no me gusta que vea que hago cosas de...

―¿Cosas de gente normal? Dale boluda, estás en un lugar público haciendo compras. ¿O robaste las cosas? ―Analía prácticamente la empujaba de la escalera de mármol.

Llevada casi a la rastra, disimuló ver a los dos muchachos sentados tomando un café cuando éstos rápidamente las identificaron, intercambiando algunas palabras. Las "tres mosqueteras", con varias bolsas en sus manos, saludaron con gentileza ante la vista del nuevo jefe, quien hizo un escaneo rápido de las bolsas de sus empleadas.

― ¿De shopping? ―Parado frente a las tres, preguntó sin rodeos.

―Ya no es horario de oficina. ―Recordó Aldana, más rígida de lo necesario.

―Por supuesto que no, son dueñas de hacer lo que quieran. ―Tobías no supo a qué iba ese comentario, pero lo dejó pasar. No conocía a la chica más que por algún breve intercambio de palabras. Supuso que, a partir del lunes cuando su padre ya no fuera a la oficina, tendrían tiempo de conversar y estrechar lazos ―. Van a ir mañana al cóctel, ¿no?

―Por supuesto, jefe. ―Karina se deshizo en babas, algo que sofocó a Dana, quien roló los ojos con disimulo. ¡Su compañera era una desvergonzada!

―Bueno, nos vemos mañana, entonces. ―Giovanni inclinó la cabeza, junto al saludo de despedida.

―Si, hasta mañana. ―dijeron las tres a destiempo.

El trío se retiró entre risitas que claramente los tuvieron de protagonistas; cuando los jóvenes volvieron a tomar asiento, no dejaron pasar detalle.

―Me estoy metiendo en un quilombo terrible. ―Exhaló Tobías. Sorbió la última gota de café de su taza.

―Dale, no seas miedoso. Saliste airoso de muchas cosas. Esto es un negocio y vos tenés la varita mágica: todo lo que tocás lo convertís en oro, aunque no tengas idea de lo que se trata.

Tobías volteó el rostro mirando la figura de las tres chicas a su cargo, quienes se perdieron en una mesa lejana. A pesar de la distancia, le era posible seguir escuchando las risotadas.

― ¿Le pusiste el ojo a la secretaria o me parece a mí?

―Nah, mi viejo me degüella.

―Una cosa no quita la otra. Es muy bonita.

―Seee...ponéle...―dijo respondiendo el mensaje de celular de una de las amigas de su hermana, Carla Pearson, una vieja conquista que se había enterado de su llegada a Buenos Aires.

―La ropa que se pone no la favorece. Podría vestirse mucho mejor.

―Si, vi lo mismo. Pero bueno, no voy a asesorar a la gente como debe vestirse, aunque si va a ser mi secretaria, me gustaría que tenga un look más profesional.

― Le vi que tenía varias bolsas, capaz que te escuchó los pensamientos.

― Lo que menos querría, te aseguro, es escuchar los pensamientos que tengo ahora. ―Se burló Tobías de sí mismo agitando el teléfono con un chat bastante subido de tono, en tanto de Gio meneó su cabeza.

Su amigo era incorregible.

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Esmalte: barniz de uñas.


Empilchar: vestir.


Boluda: latiguillo muy frecuente que significa "tonta" sin resultar agresivo ni despectivo.

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