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Hacia el noreste de la ciudad, transitaron esas calles de ripio donde las piedritas saltaban bajo las ruedas del automóvil alquilado. En tanto fueron adentrándose en el barrio humilde, alejado de la belleza paisajística de la costa con altos y modernos edificios de viviendas, el shopping zonal y las tiendas de primera línea, Tobías sintió que ella le clavaba los dedos en el muslo y la respiración se le cortaba de a poquito.

La miró de lado, confirmando que estaba nerviosa. Deslizó su mano desde la palanca de cambios hasta su pierna para entrelazarle los dedos en ese gesto tan suyo y así, poder besarle los nudillos.

―Tranquila, che. No soy un ogro ni merezco reverencia real.

―Pero siempre viviste entre algodones y cosas lujosas. Esto nada tiene que ver con vos.

―Sí que tiene que ver, te dije que todo lo que esté relacionado con vos tiene que ver conmigo. Y si este es tu pasado y tu entorno, también es mío.

―Salís perdiendo.

―En absoluto, porque cada día tengo la mejor versión de vos y eso es gracias al pasado que te forjaste.

Ella inspiró intentado hacer carne esa declaración de amor que ni en sus mejores sueños creyó escuchar. Se sonrió mirando hacia su ventanilla rememorando ese instante mágico en la playa donde le dijo que era su mujer. Regresando los ojos al frente le dio las directivas para que se detuviera en la próxima calle, a mitad de cuadra sobre mano derecha.

Estacionaron frente a una casa de revoque y construcción tradicional, en mucho mejor estado que las linderas, algunas con frentes de chapa o estructuras a medio terminar. Recientemente pintada, de seguro el esposo de una de sus primas se había ocupado de mejorar la vista.

Tobías reconoció de inmediato la casa por los rosales que ocupaban parte de la fachada y se enredaban en la verja baja de acceso y parte de la ventana lateral.

Como una sucesión de cubos que se fueron sumando a modo de Tetris, los ambientes se armaron en respuesta a las necesidades de crecimiento de la familia.

En la primera construcción erigida sobre la línea de la vereda, se veía que, por debajo de esa enredadera de rosas, existía una ventana bastante discreta en cuya reja se colgaba un cartel que decía "Delicias caseras – abro por la tarde". Siendo casi las 4, casi no había transeúntes dando vueltas.

El Toyota Corola de alquiler no pasaba desapercibido para aquellos que eran del barrio; los únicos tres hombres que pasaron por allí silbaron al ver el vehículo, pero sin representar peligro. Era muy habitual que en las zonas de la Patagonia sobre todos aquellas que vivían de la explotación de pozos de petróleo, existiera una notoria desigualdad económica entre los patrones y los simples obreros. Aunque los sueldos no eran despreciables, el costo de vida en ciudades como esa era altísimo.

Aldana hizo palmas y al ver que nadie atendía, pasó la mano por sobre la reja baja y le quito el pasador. No se pinchó ni lastimó con las espinas de los rosales.

―¿Entramos así nomás? ―Parpadeó un tanto asombrado.

―Si, la gente es honesta por estos lados.

Él la siguió sin decir ni "mu".

En efecto, ese cubo donde funcionaba la despensa de delicias galesas de la que ya le había hablado Aldana, era la construcción más prolija de la casa.

Era un lote muy largo, quizás de 10 metros de ancho por 50 metros de largo y una secuencia de cubos desiguales y ventanas no permitía notar cuando arrancaba una propiedad y terminaba otra. Había un tendedero con ropa de niño pequeño, otro con sábanas y un perro que ni se mosqueó en ladrar.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora