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La noche fue excepcional, se amaron hasta el infinito ida y vuelta. Se disfrutaron de todas las formas posibles; Aldana venció sus barreras y dejó que él la poseyera mirándole la espalda, teniéndola en primer plano.

Tal como había deseado hacerlo en su departamento, él le besó las cicatrices dándoles otra entidad. Como una bendición divina, las había recorrido con su lengua, sanando de algún modo ese dolor inmenso que pesaba sobre sus hombros.

La espalda de Aldana se arqueaba contra el pecho duro de Tobías; él la penetraba, le tomaba los pechos con sus manos, le buscaba la boca, el cuello, la nuca. Le mordisqueaba las escápulas, le tironeaba el cabello obligándola a voltear el perfil...

Quería todo de ella, ser más que su amante, ser el último hombre que recorriera sus rincones y le diera extremo placer. Posesivo, despertaba un monstruo egoísta que destruiría a todo aquel que la dañara y osara rozarla.

Reacomodándose, se sentaron en la cama, frente a frente, ella subió y bajó, y las pieles de sus pechos se frotaron; los pezones calientes y puntudos rozaban el vello del torso masculino, dorado y ancho. Pelvis contra pelvis chocaban, musicalizando el caluroso encuentro.

Los dedos de Tobías cosquilleaban la espalda marcada de Aldana, aquietándola. La recorría con esmero, queriendo trazar un mapa en su mente, ser su capitán. El único que conociera cada recoveco de su piel.

Aldana disfrutaba una y otra vez de ese hombre que entregaba todo de sí, que la satisfacía completamente y la llevaba a la demencia.

¡Cuánto lo echaría de menos si escogía marcharse a París!

Caer en la cuenta que quizás el romance no seguiría más que por unas semanas más, la asoló. Una lágrima salió de sus ojos, anticipando el dolor venidero. Tobías se la limpió con el pulgar y sin saber cómo, creyó que ambos pensaban lo mismo: si era posible separarse. La vida de él pertenecía a París, pero ahora también le pertenecía a ella.

Aceleró el impulso de sus caderas, se aferró a las crestas ilíacas de su amada y perdido en la conexión visual de su pene entrando y saliendo del cuerpo femenino, sembró tempestades. Un gruñido hosco, crudo, salido de sus vísceras, lo atravesó, explotando en ese interior dulce y cálido que no se cansaba de recibirlo.

Aldana no fue menos; como una ola gigante, como un tsunami, el orgasmo arrasó su costa, su bahía. Tobías se aferró a sus pechos, los mordisqueó con las últimas convulsiones de su miembro dentro de ella, notando que los músculos de la vagina se contraían en torno a su miembro aun erecto.

No quería que esa noche terminara.

No quería que su vida junto a ella terminara.

No quería despertar.

***

A la hora del desayuno bajaron por la escalera tomados de la mano, con el cabello mojado y con miradas cómplices que los ruborizaban. Aldana sospechaba que cualquiera que la viera había escuchado sus gritos cuando él le practicó sexo oral en la bañera más temprano.

Tomaron asiento en la mesa del comedor, vestida con un mantel de lino áspero con puntilla bordada a mano y rosas también bordadas, a modo de bajorrelieve.

―¡Esto es para un batallón! ―Se asombró ella al ver una canasta con bollos de pan casero, rebanadas de pan francés tostado, galletas marineras, rulos de manteca, jaleas de pera, manzana y ciruela, y un gran cuenco con dulce de leche casero.

Pina se acercó con la cafetera. Los saludó y les llenó la taza. Aldana quiso cortarlo con leche caliente, ubicada en una jarrita de porcelana.

―Ese pan tiene una pinta bárbara.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora