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Cuando Analía escuchó que su jefe había cenado en casa de su amiga, la mandíbula se le descolgó hasta la planta baja. Jocosa, exagerada, se refregaba sobre la silla, bailoteaba entre los marcos de la puerta y bromeaba con respecto al perfume del ambiente.

―Mmm...aun huele a él.

―Dejá de hablar de boludeces, Ana. Se fue hace un día.

―Pero su perfume de macho argentino es fuerte y deja la estela impregnada en todos lados. ¡Ay, nena! No sé cómo no te le tirás encima cada día que pasás a esa oficina. Y la mesa grande...mmm...que te agarre ahí arriba y...¡paaaaaaaaaaaa! ―gritó eufórica, con las caderas hacia adelante, en clara alusión a la penetración masculina.

―¡Analía! Por favor, es nuestro jefe.

―¿Y? Está más bueno que comer churros con dulce de leche bañados en chocolate. ―dijo y Dana tuvo que admitir que la comparación era muy acertada.

―Creo que vino porque se sentía culpable de suspenderme.

―¿Vos decís? ¡Qué buen jefe que además te trajo comida!

―Es atento y estas últimas semanas trabajamos mucho tiempo juntos y...

―...y miradita va, miradita viene...―Su amiga la tomó de las manos quitándole la taza de té y poniendo ésta sobre la mesa ―. Dale, admití que te mueve el piso, no matás a nadie con reconocerlo y yo prometo que te voy a insistir menos con el asunto.

―No te creo, siempre me hacés lo mismo. ¡Manipuladora!

―Bueno, ya que me conocés, aceptá que te vuelve loca el jefe. Solo vos faltás.

― ¿Qué falto yo?

―Danita querida, el noventa y cinco por ciento de las empleadas de "Fármacos Heink" están muertas con ese potro, sin importar que tengan veinte, cuarenta o estén al borde de la jubilación, como Perla Suarez. ―Mencionó a la secretaria del área de laboratorio.

―Igual, es una locura admitir que me gusta mi jefe.

―¿Por qué? Como te dije, no estás violando ningún derecho de la Constitución ni es algo inmoral. Después de todo él es mayor de edad y es un hombre de carne y hueso como cualquier otro.

―No, no es como cualquier otro.

―Claro que no: tiene millones en el banco, caballos pura sangre, mujeres que se le tiran de palomita a los pies y puedo agrandar la lista si querés.

―Basta Analía, no me gusta y punto. ¿Qué tanta vuelta?

―La que das vueltas sos vos.

Dispuesta a quedarse con la última palabra, Analía le sacó la lengua apenas dijo eso. Conocía lo suficientemente bien a su amiga para notar que cada vez que salía del despacho de su jefe, ella lo hacía con un brillo especial en los ojos, que le sonreía de un modo distinto que al común de la gente y al ver el entusiasmo con el que le hablaba de la cena del día anterior, menos dudas le quedaron sobre la atracción que Tobías Fernández Heink ejercía sobre la secretaria.

―Deberías escribirle una cartita de amor.

―Analía...

―¿No me dijiste que nunca se le presentó la oportunidad de ser romántico? Bueno, quizás vos tengas que dar el primer paso para que se dé cuenta que vos podés ser una potencial destinataria de ese romanticismo reprimido.

―Ana, en serio, y ahora dejo de sonreír, ¿realmente creés que estoy en condiciones de enredarme con mi jefe? No es ético ni profesional. Además, jamás se fijaría en mí.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora