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La reunión con Couteri resultó amena. "Barravento" era un restaurante con vista al océano, muy sencillo, pero donde se comía de maravillas.

A Tobías, que le importaba siempre el buen comer, agradeció la deferencia del brasilero cuyo laboratorio, mucho más pequeño y con los minutos contados en la bolsa, estaba siendo ofrecido al mejor postor.

Con otro atuendo más formal, Fernández Heink y Aldana se reunieron con ese hombre bajo, que apenas rozaba el metro setenta, bigote y casi calvo, muy ansioso pero afable.

Por respeto a ella, que no fumaba, escogieron una mesa en el salón interno. El cielo diáfano y el mar de fondo, hacían una sola composición de celestes y turquesas en los que Dana se perdía a menudo sin dejar de escuchar a los hombres hablar de la cotización de las empresas en Wall Street o en los mercados orientales.

Al momento del almuerzo, los tres recibieron la carta de menú. Aldana la recorrió de arriba abajo pensando qué pedir. Repentinamente sintió que el aliento caliente y con un suave dejo de café matutino de su jefe se le aproximaba al oído y provocándole un cosquilleo desorbitante, le decía:

―Recordá que te obligué a que pidieras lo que quisieras. ―Ella giró la cabeza sin calcular la extrema cercanía de su perfil con el de su superior; escondidos parcialmente detrás de sendas cartulinas de menú, la intimidad bordeaba el absolutismo. Sus narices prácticamente se rozaron y las respiraciones llegaron a un mínimo de expulsión.

―Si, gracias. ―Su afirmación fue hecha con un hilo de voz.

No pudieron quitarse los ojos de encima; se devoraron visualmente y con la mente, también.

―Te sugiero el risotto de camarones. Es delicioso. Con el vino que está abierto, marida genial.

―Está bien. ―Pasó saliva por la garganta, caso contrario se ahogaría de la excitación.

Tobías se alejó en cámara lenta y fue como si de golpe, el ruido del ambiente volviera a surgir. El camarero se acercó a los diez minutos y anotó lo que cada uno deseaba; Dana optó por seguir el consejo de Tobías en tanto que él prefirió un plato de camarones con leche de coco.

Tal como advirtió Couteri, la comida era un espectáculo. Tobías nunca había ido a ese lugar y lo apuntó enseguida como uno de sus favoritos. Disfrutaron del almuerzo y brindaron: el brasilero, con la ilusión de poder deshacerse de su empresa y Tobías, esperando que esté al borde la quiebra para tomarla por un precio irrisorio.

Ya de sobremesa, mientras esperaban el café, Couteri recibió un llamado que precipitó su salida de la reunión; su esposa había tenido un accidente doméstico que requería de su ayuda. Sin dudarlo, quedaron en llamarse y concretar un encuentro en Buenos Aires.

Una vez que estuvieron a solas, Aldana y Tobías continuaron hablando de la comida.

―Salgo a fumar un segundo, ¿sí? ―avisó él.

―Dale.

La secretaria miró con disimulo el culo de su jefe; ejercitado, era redondo, duro, y se tensaba bajo sus pantalones de vestir azul noche. Se le resecó la garganta por lo cual se sirvió una copa de agua fresca para hidratarse.

Era tan masculino, incluso su rostro se alejaba del típico carilindo de Hollywood y del mundo del modelaje que ella había visto anteriormente.

Disfrutando de las vistas, de toda clase de ellas, el lugar le resultó encantador y al mirar hacia la vereda donde pitaba Tobías, no tardó en distinguir que conseguía compañera: éste le encendía un cigarrillo a una pelirroja con sonrisa de publicidad y caderas envidiables.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora