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Decepcionada y con los músculos entumecidos, se marchó a su casa sin siquiera despedirse de su jefe. Hacia las seis de la tarde Tobías continuaba inmerso en una reunión, percibiendo que su secretaria ya no estaba allí como para salir en su búsqueda y explicarle que entre él y la brasilera ya no pasaba nada.

Aldana se vistió con el más deshilachado de sus pantalones y la más ancha de sus remeras. Faltaban un puñado de horas para viajar con Tobías a Puerto Madryn y acababan de tener, inoportunamente, la primera discusión desde que eran pareja.

Los planes trazados parecían irse al tacho; habían decidido que él la recogería al día siguiente, el viernes y feriado 25 de mayo, para despegar desde el aeropuerto privado de San Fernando.

Todo se había desmadrado en un abrir y cerrar de ojos.

Lo cierto es que nadie en la oficina sabía cuál era el vínculo sentimental que los unía; Tobías a menudo insistía con aclarar esa situación ante los empleados, obteniendo puras negativas de su parte ya que no deseaba verse envuelta en comentarios desatinados. Él, retrucaba sosteniendo que, para acallar los rumores, lo mejor era actuar con la verdad, sin ocultamientos.

Lloró, pero mucho más insultó al cosmos. Odió ver a la morena apostarse en la oficina siendo gran dueña y señora, como si tuviera alguna clase de derecho sobre Tobías. Sin embargo, la tensión en el rostro de su jefe al notar la presencia de la mujer, fue evidente.

Las voces menos comprensivas en su cabeza, esas maliciosas que atentaban en su contra, le decían que él jamás cambiaría porque "el zorro pierde el pelo, pero no las mañas".

Eran más de las ocho cuando en el sillón, donde habían tenido sexo más que interesante, sintonizó "El diario de Bridget Jones".

―Maldito seas, señor Darcy. ―De brazos cruzados, insultaba al personaje de cine.

Para entonces el timbre sonó y poniéndose de pie de un respingo, supo quién era. La lluvia era despiadada, pero más despiadada estaba siendo ella al no atender y dejar que quien estuviera abajo, contrajera neumonía.

Pasaron varios segundos hasta que se dignó a levantar el tubo del portero ante el tercer ring.

―¿Si? ―preguntó maldiciendo a su traicioneras piernas que la hicieron levantarse del desvencijado sofá, a su traicionero brazo que se extendió para llevar a su traicionera mano que atendiera el puto timbre.

― Aldana, tenemos que hablar. ―Estaba tiritando.

―Lo siento, equivocado. ―Y colgó. De nuevo el timbre ―. ¿Sí?

― Aldana, tenemos que hablar.

―Ahora estoy ocupada, no puedo.

―No seas cruel, me estoy mojando.

―Abríte el paraguas o volvéte a tu casa.

―Aldana, dale, no te comportes como una nena.

―Y vos dejá de hacerte el pistolero que no sos el sheriff del condado. ―Advirtió una risa socarrona del otro lado.

Divirtiéndose a costillas de su jefe, lo quería hacer sufrir. Sin embargo, cuando se había habituado a ese ida y vuelta ridículo, el portero no volvió a sonar. Desilusionada, confiada en que él insistiría un poco más, levantó el tubo y solo escuchó la bocina de algunos autos y el spray de las llantas pasar sobre la calle.

Arrastrando las pantuflas, finalmente se dejó caer en el sofá cuando un golpe seco en su puerta la sobresaltó. El corazón le bombeó con fuerza: ¿era posible que él hubiera logrado entrar al edificio gracias a la generosidad de algún vecino?

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora