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Gio se preparó frente al espejo. Pensó unas setenta veces si ir o no a ese boliche de ritmos latinos. No sabía bailar, pero si algo tenía ese hombre, era actitud. No había mujer que se le escapara, excepto Mercedes.

Enamorado de ella desde pequeño soportó su indiferencia por muchos años; celosa de su hermano, casi hasta la perversión, a Giovanni no le era indiferente el férreo control que pretendía ejercer sobre Tobías, incluso, intentando separarlo de su amigo. Cuando Fernández marcho a París intempestivamente, la muchacha se volvió de hielo, ansiosa por demás y comenzó a fumar como un escuerzo.

Se la encontraba a menudo en fiestas privadas, dado a que tenían en común gran parte de su círculo íntimo; los amigos de su hermano eran los mismos que los de Giovanni y ella solía codearse con la gente del club de polo o de yatch que desde la cuna, los amigos frecuentaban.

Mercedes lo saludaba con indiferencia, lo ignoraba groseramente. El "Tano" sentía que le revolvía un puñal en el pecho, pero con el tiempo supo que no podía seguir dejándose llevar por ese amor naif que jamás había sido recíproco.

Se culpó por esperar llamar la atención de alguien que ni siquiera sabía que existía. Fue así que comenzó a salir de su cascarón; tuvo varias relaciones, algunas más duraderas que otras, ninguna trascendental. Comenzó a frecuentar los clubes exclusivos en los cuales Tobías tenía trato preferencial en donde sació su hombría, participó de fiestas sexuales, dejándose llevar y experimentando nuevos mundos.

Sin embargo, decidió dar un paso al costado y hacer de la monogamia y el romance, una práctica habitual. Su última pareja estable había sido Denise, una empresaria diez años mayor que él que vivía en Santiago de Chile. Se encontraban allá o en Buenos Aires, pasaban un par de días juntos y luego, volvían a sus casas sin más. La pasión de a poco se apagó: la distancia, reproches a la lejanía y contratiempos laborales, enfriaron el vínculo.

A partir de entonces, no tuvo más que compañías ocasionales, cenas íntimas, citas a ciegas, pero nada comprometido.

Debía reconocer que Analía Monasterio era un petardo. Se rio al llamarla de ese modo: era pequeña, explosiva y ruidosa.

La muy descarada lo había invitado sin ningún tipo de pudor. Ella no era su prototipo de mujer puesto que él siempre salía con jóvenes pulposas y altas, sobre todo, teniendo en cuenta su propia contextura física. Esta vez, solo buscaba divertirse y ante la ausencia de planes, se interesó por esa novedosa propuesta.

Condujo su Audi TT blanco y atravesó las calles de la ciudad hasta llegar a Caballito, justo en el límite con la comuna de Flores. Su automóvil llamó la atención de los transeúntes. Descendió del coche y tocó el 4° B.

Analía vistió un pantalón negro ajustado a su pequeña cintura el cual le llegaba hasta los tobillos. Se calzó unas sandalias negras, de taco chino, altas pero manejables y una camiseta de lycra blanca con pequeñas lentejuelas que generaban un atractivo tornasol que iba del color crema al rosa pastel. Completó el conjunto con una campera de jean negra. Se colocó sus argollas de plata, algunas pulseras y se maquilló sutilmente. Planchó su cabello renegrido y brilloso y reafirmó una capa de laca color durazno sobre sus labios.

Se examinó mil veces en el espejo. Hasta ese momento, Giovanni no le había enviado un mensaje cancelando la cita ni mucho menos, lo que la alivió, pero no era sinónimo que no la dejara plantada sin excusas.

A la hora señalada el corazón le latió desbocado cuando escuchó el timbre de su unidad. Simuló estar tranquila, carraspeó y preguntó quién era, a través del portero.

―¿Ana? Soy Gio, ya estoy abajo.

La chica sintió que desfallecía de emoción. Respondió un "ya voy" y se repasó la mano por su cabello alisado. Sus ojos rasgados eran enigmáticos y sus pestañas largas y renegridas resaltaban.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora