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Hacia el martes 12 de junio, el frío era insoportable. Aldana salió de la estación del subte y caminó los diez minutos que la separaban de la oficina, fue hacia el kiosco de Lily y compró las galletitas "Merengadas" que tanto le gustaban, puesto que la acercaban a su infancia, cuando separaba las tapas y comía el relleno gelatinoso en primer lugar.

Al pagar, vio nuevamente ese manojo de llaveros al que le faltaba la bola ocho, esa que significaba tanto para ella.

Dentro del edificio saludó a los muchachos de seguridad, a los de control de acceso con un ligero agite de su mano y subió al ascensor, sin esperar que, a punto de cerrarse las puertas de acero, Mercedes Fernández Salalles pulsó el botón y volvió a abrirlas. Dueña de ese andar displicente y esa perpetua cara de estar oliendo vinagre, ingresó.

―Buenos días, señorita Mercedes, ¿Cómo está? ―Aldana fue educada. La otra muchacha la miró de arriba hacia abajo.

―Hola Aldana. ―Presionó el botón correspondiente a su piso y comenzaron a elevarse. Como era de esperar los pocos segundos de viaje no alcanzaron para entablar una conversación, sin embargo, a una milésima de salir de la cabina, Mercedes lanzó un dardo certero.

―Dudo que mi hermano regrese de París. Ese es su lugar en el mundo, allá tiene sus caballos, su todo, no sé qué va a ser de esta empresa.

Aldana sintió que el mundo se acababa de abrir bajo sus pies. Le costó bajar del ascensor cuando llegó a su nivel, dos más arriba. Acechada por la jaqueca, por el insomnio y además, por esas recientes palabras, inspiró profundo y exhaló de igual modo evitando que las lágrimas se desprendieran de sus ojos.

Optó por un té de tilo en lugar de un café y abrió el paquete de galletitas. Al ver las anotaciones en la agenda, extrañó reunirse con Tobías, escuchar su voz, hablarle. Echaba de menos sus caricias, que la hiciera sentir tan linda.

¿Por qué era orgullosa? «No, no es orgullo se dijo―, es vergüenza, temor».

¿Se cansaría él de esos desplantes y celos? ¿Se habría ido enojado por su intransigencia? Había una sola manera de saberlo y era acercándosele, como aconsejaba Analía.

Su amiga llegó con una sonrisa esplendorosa en la cara, Dana estaba segura de que habría pasado una mágica noche con Gio. Caminó a su lado y guiñándole el ojo con entusiasmo, le confirmó sus sospechas.

―La gloria. ―dijo generándole una risa sincera a la secretaria.

A los veinte minutos la llamaron de la recepción, en planta baja. Era Roberto para decirle que un muchacho tenía un recado para ella. Aceptó la entrada del chico y cuando éste se acercó con un enorme ramo de rosas blancas y una roja, sus rodillas, se aflojaron.

Firmó el remito y sus dedos fueron hacia el sobre dorado que guardaba un pequeño papel con un mensaje cuya tipografía no era la de la Tobías. Lógicamente, él estaba en Paris, jamás le haría llegar un ramo de flores. Sin embargo, la frase era elocuente y ese gesto solo podía pertenecerle a él.

"Pardonne moi, mon amor" y firmado al pie, la letra J.

―Decime que son de Tobías o me tomo un vuelo ya mismo y lo mato con mis manos.

―Creo que sí...―Frunció el ceño.

Era una letra jota...firmaban con una jota...

―No puedo creer que seas tan ciega de no ver que son del jefe, ¡Topacio te voy a empezar a llamar! ―mencionó aquella novela de Grecia Colmenares en la que la muchacha era no vidente.

La secretaria miró su teléfono, pero no lo vio conectado, con la duda de saber si él se las había enviado revoloteándole por la cabeza. Dejó el celular de lado y se sumergió en las actividades del día, postergando el contacto.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora