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Amparado por la oscuridad, Otto avanzó entre las mesas y tomó asiento frente a Mercedes, causándole un sobresalto de muerte.

―¿Otto?¿Qué hacés acá? ―Preguntó ella en voz baja, casi en un susurro, mirando hacia todos lados ―. Tobías puede verte y va a sospechar. ― ¿Cuántas posibilidades existían de que coincidieran en ese sitio?

―¿Qué pasa? ¿No esperabas verme? Ah, no, claro, estás en una cita amorosa con tu hermanito...con ese al que le querés cagar la vida a mis expensas. ¡Pendeja de mierda! ―Sus ojos azules destilaban odio; previamente, se había reunido con Tobías y Gio para ajustar los alcances de esta emboscada. 

Otto decidió cooperar con ambos, tenía mucho más para perder que para ganar al seguirle el juego a Mercedes. Lamentó haber invertido dinero y tiempo en esa mujercita.

―Otto, pará, es cualquiera lo que decís, estás re equivocado.

―Me pusiste en riesgo, acepté un negocio entre nosotros dos, no para que te hagas la vengadora y mancharas gente inocente con tus caprichos de niña mimada insatisfecha, sino como adultos que somos.

Mercedes no podía hacer foco, el sudor frío le recorría la espalda de un modo criminal. A punto de levantarse de la mesa, Tobías le posó ambas manos sobre sus pequeños hombros, obligándola a regresar el culo a su asiento.

Él ocupó una silla vecina, ubicándose entre ambos contrincantes. Como si eso fuera poco, se sumaron Valentín Salvatierra, el abogado especialista en derecho impositivo, fiscal y de todo lo relacionado con estafas empresariales, e Ibar Belekian, el abogado de Jorge Fernández Salalles.

Mercedes quiso llorar, efectivamente, esta no era la cita romántica que imaginó ni Tobías estaba en plan de conquista, era una maldita trampa organizada por su medio hermano.

¡Qué ingenua había sido al creer en esta farsa!

―Tobías, ¿qué significa esto?

―Te dije que te tenía una sorpresa, no te mentí.

―Me estás humillando. ―Le tembló el labio con el llanto agolpándosele en la garganta, pujando por no salir.

―¿Yo, humillarte? Te equivocás, vos sos la que nos humillaste a Otto y a mí. Engañaste a este hombre haciéndole creer que estaban concretando un negocio, turbio, por cierto ―lo miró a Prözask sin recibir respuesta ―, cuando lo único que querías era deshacerte de Aldana y vengarte de mí, de mi indiferencia. Ingrata.

―Otto no es ninguna Carmelita descalza, Tobías, aceptó el trato sin chistar porque sabía que le estaba dando una mina de oro en bandeja.

―Pero lo que hiciste no era lo que acordamos; era un pacto secreto, no una cacería de brujas. ―Retrucó el hombre, cuidando los modos.

Un par de lágrimas comenzaron a rodar sobre el rostro níveo de Mercedes, quien no bajaba el mentón; no se mostraría derrotada, debía continuar peleando por lo suyo.

Fue turno del muchacho que no llegaba a los cuarenta, de penetrantes ojos azules y cabello desordenado y oscuro, atractivo. Mercedes lo observó con detalle, nunca lo había visto en su vida.

―Buenas noches, soy Valentín Salvatierra, abogado del señor Fernández Heink. He estado analizando los alcances de la declaración jurada que se firmó en el momento que usted aceptó trabajar en la firma. También estudié el convenio de ética empresarial, sobre todo teniendo en cuenta que usted es accionista del laboratorio.

El hombre comenzó a enumerar las cláusulas que ella había violado, los falsos testimonios a los que acudió y pruebas inventadas, además de las consecuencias de haberlo hecho como ser fraude empresarial, ya que lo vendido a Otto no era de su propiedad, sino del laboratorio.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora