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Cuando llegó a la oficina al día siguiente le dolía el alma; ver a su padre abatido, lejos del entusiasta deportista y empresario omnipotente que proyectaba, lo devastó.

―Tobías, acá te dejo el café. ―Como lo hacía habitualmente, Aldana apoyó la taza en el escritorio cuando notó que Tobías se agarraba la cabeza con las manos y le dirigía una mirada triste que le anudó la garganta de tristeza. ― ¿Te sentís bien?

―No. ―Y una lágrima solitaria le rodó por la mejilla.

Tobías no era un tipo de mostrar sus emociones en público, mucho menos en el ámbito laboral. Pero sentía un gran agobio; las presiones de ese nuevo puesto, las exigencias de un trabajo a distancia que no podía terminar de organizar y la inminente muerte de su padre, representaban una carga muy pesada de sostener.

Solía mostrarse como un tipo frío, analítico, adepto a las fiestas, a las mujeres ocasionales y poco comprometido con los afectos.

Sin embargo, haber visto a Jorge tan desmejorado lo sensibilizó más de la cuenta. Aldana se sentó frente a él y le ofreció un té en lugar de café. Todos los males del mundo, para ella, se solucionaban con un té de tilo.

―No, gracias, pero quedáte por favor. Quiero que me suspendas todas las reuniones de hoy. ―Ella no preguntó para cuándo postergaba las cosas, ni qué hacía con los enviados de un laboratorio alemán que prometían una interesante inversión. Ya se las arreglaría.

¿Este niño bonito tendría problemas de corazón? Aldana no lo creía posible; todos los días ante de irse lo encontraba en la misma posición, sonriendo embobado contra el vidrio  mientras hablaba por teléfono.

Supuso que no se trataría de una pareja estable sino de uno de esos romances que no salían a la luz, esos con los que cualquier revista llenaría varias páginas.

―Está bien. No hay problema. ¿Algo más que pueda hacer por vos?

Tobías levantó la mirada encontrando el rostro dulce y tierno de su secretaria. Llevaba, extrañamente, el cabello suelto ligeramente ondulado y lucía un vestido de lanilla negro hasta las rodillas, como si fuera un jumper de colegio. Lo que tenía de bonita lo tenía de aburrida para vestirse.

―Habláme de mi papá. ―La sorprendió.

―¿De tu papá?

―Si, de él. Prometo explicarte por qué te pido esto cuando termines.

Aldana tartamudeó ante el pedido, pero accedió. No le resultaría difícil hablar de lo mucho que lo admiraba, de su gentileza para con el personal y de lo educado que era. Eso y que jamás lo había visto enojado además de haberla ayudado mucho a progresar y estudiar. No ahondó en los detalles escabrosos que la habían vinculado con él.

―Yo no sabía más que hacer algunas cositas en la PC y él me dijo "no nena, vos vas a hacerte una carrera acá adentro. Te anotás en este, este y este curso ahora mismo". ―Ella imitó su voz respetuosamente, algo que le dibujó una sonrisa en el rostro a Tobías de manera inesperada. Fue como encontrarse con una brisa de aire fresco en el mismísimo infierno. Dana siguió ―. Así fue que en un mes y medio aprendí francés, italiano, portugués y algo, alguito pequeño, de alemán. Ese me costó más. Lo último que perfeccioné fue el inglés, que ya tocaba de oído.

―Sos brillante.

―Nada más lejos, creo que fueron mis ganas de quedarme con este trabajo y en este lugar donde siempre se me trató bien.

―Decime, Aldana, con una mano en el corazón y siéndome franca, sin intenciones de ofenderte... ¿vos y mi papá nunca...? ―La pregunta era desagradable, pero no era la primera vez que ella la enfrentaba. En lugar de salir furiosa como le sucedía al principio, tomó aire y respondió con naturalidad.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora