Selección Múltiple

By mcanepa

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Veamos: mi padre me jodió la vida, mi carrera depende de un profesor que me odia, estoy obligado a trabajar c... More

Sinopsis
1 - Oportunidad imperdible
2 - Perspectiva laboral
3 - Boca a boca
4 - Bienvenido a bordo
5 - Sara
6 - Primera clase
7 - Insensible
8 - Propuesta indecente
10 - Sabotaje
11 - Perro bruto
12 - Clase nocturna
13 - Colega del infierno
14 - Zancudo
15 - Reencuentros
16 - Sorpresa
17 - Café de máquina
18 - Desalineados
19 - De shopping
20 - Gesto inesperado
21 - Nubarrones
22 - Cumpleaños feliz
23 - Un día familiar
24 - En tus brazos
25 - No te acerques
26 - En su propia trampa
27 - Imprudente
28 - Princesas
29 - Epifanía
30 - La cita
31 - Desayuno
32 - Lauren
33 - Tarjeta
34 - Ábreme
35 - Autobús
36 - Negociaciones
37 - Intimidad
38 - Dividido
39 - Consejo
40 - Cuarentena
41 - Teppanyaki
42 - Papá
43 - Paseo del Ombligo
44 - Baila conmigo
45 - Remordimiento
46 - Buenos días
47 - En la playa
48 - Dímelo
49 - Maletas
50 - Lamiendo heridas
51 - Golpe bajo
52 - Café de grano
53 - Quiltro
54 - Vértigo
55 - Manos vacías
56 - Resolución
57 - Esperanza
58 - Al desnudo
59 - En pedazos
60 - Sala de espera
61 - Muy cerca
62 - Bienal
63
64 - Último adiós
65 - De toda justicia
66 - Cerrando capítulos

9 - Desmadre

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By mcanepa

Héctor se frotó la cara por vigésima vez, acompañando el gesto de un gruñido exasperado.

—A ver, es que no entiendo el gráfico. ¿Por qué la resistencia primero sube y después baja?

—No, no, lo estás leyendo mal —dije, intentando no emitir un suspiro de frustración. Definitivamente no me sentía de ánimo para esto—. El eje X no es una línea de tiempo. Es el nivel de carga. Pasado este umbral, el material pasa de su punto elástico al inelástico y finalmente colapsa. ¿Entiendes?

—Ah, claro. Entiendo... —Su expresión facial decía otra cosa. Esto no iba a resultar.

—Mira... ¿te parece que lo dejemos hasta aquí por hoy? La próxima clase te voy a traer unos ejemplos prácticos para que entiendas lo que estamos hablando de manera más intuitiva, yo creo que eso te va a ayudar harto.

Sus ojos se iluminaron, ignoro si por mi nueva estrategia educativa o por la perspectiva de terminar la clase anticipadamente.

—¡Me parece perfecto! Gracias Gabriel por tu paciencia, aunque no lo creas siento que progreso —dijo, poniéndose de pie y empezando a guardar las cosas en su mochila—. ¿Quieres que te vaya a dejar?

Ahora fueron mis ojos los que se iluminaron. El recorrido en transporte público a la casa de mi papá tomaba por lo bajo una hora e implicaba largos recorridos, esperas y transbordos, además de una caminata de más de quince minutos, que podía alargarse aún más si me veía obligado a rodear ciertos callejones que a esa hora era recomendable evitar.

Estuve a punto de aceptar, hasta que imaginé a Héctor viendo el barrio y la casa en que vivía. Él seguramente tenía tantos problemas económicos como yo, pero aún así prefería evitarme la humillación.

—Con que me acerques al metro me basta —dije, fingiendo un tono casual—. Te desviaría demasiado.

—¿Seguro? O te puedo dejar en un punto intermedio.

—¡Ok, hagamos eso!

El Hectormóvil, como le llamaba a su decrépito Nissan Sentra del año 90, varias de cuyas latas no correspondían al color original del auto, era un verdadero chiquero en que se mezclaban sin orden ni vergüenza envases vacíos de comida, materiales de maqueteo, frazadas, juguetes de bebé y alguna sustancia en putrefacción que me obligó a abrir la ventana —forcejeando con la manilla, que se resistía con todas sus fuerzas— para hacer el ambiente interior respirable. Él parecía no percibir el hedor. Con todo, su acarreo me ahorró casi media hora de viaje, así que me despedí agradecido.

Llegando a casa, un auto de color azul eléctrico estacionado afuera captó mi atención. Era el de mi madre. Y peor aún, ella estaba adentro. Al verme, descendió rápidamente y caminó hacia mí. Consideré girar sobre mis talones y buscar una banda de delincuentes para que me asesinaran de una vez. Entre el incidente de la cafetería, el del parque y ahora esto, el mundo parecía empeñado en alguna especie de vendetta en mi contra.

—¡Gabriel! ¡A la horita que llegas! Ábreme la puerta de la casa, por favor. ¡Tu padre se niega a abrirme! El pelotudo cree que no me doy cuenta que está adentro ¿Para qué cambiaron las chapas? —dijo sin siquiera saludar. Clásico de mi madre.

—El motivo está parado delante mío.

—Abre la puerta, Gabriel —insistió, ignorando mi comentario—. Necesito hablar con el tarado de tu padre.

Me hubiera gustado negarme, pero entonces ¿qué hubiera hecho? ¿Quedarme de pie en la calle? Abrí la alta reja que enjaulaba el minúsculo patio frontal (medida habitual en nuestro barrio para minimizar los intentos de robo) y luego las múltiples chapas de la puerta de calle. Mientras lo hacía, noté que el ojo mágico pasaba de opaco a transparente. Mi padre había estado espiando toda la situación y ahora seguramente preparaba su retirada. Le tenía terror a mamá.

Apenas abrí la puerta, mi madre entró dándome un empellón, casi como si se tratara de una unidad policiaca allanando el domicilio de un narcotraficante. Y unidad policiaca no era una exageración, porque su cuerpo tenía el volumen suficiente para contener a tres uniformados.

—¡¡¡FEDERICOOOO!!! —gritó ella con tal fuerza, que temí que la onda expansiva echara abajo las paredes.

Papá apareció al segundo, fingiendo sorpresa, con un maletín en la mano.

—¡Pola! ¡Polita hermosa! ¿estabas afuera? ¡No oí el timbre! ...pucha, qué lástima, me encantaría quedarme a conversar contigo, ¡pero justo me pillas saliendo a una reunión!

Papá intentó rodearla, cosa que no era tarea fácil, pero ella dio un paso al costado y bloqueó su vía de escape. Abrirse paso a la fuerza estaba descartado, mi madre le sacaba varios centímetros en todas las direcciones al endeble cuerpo de mi viejo.

—¿A esta hora? ¡Qué reunión vas a tener tú, patán! —rugió mi madre, a la vez que le arrebataba el maletín—. ¡Si solo sales de la casa para jugar póker o ver strippers! —luego abrió el broche del maletín y lo sacudió boca abajo. Un par de revistas porno, un cepillo de dientes y una muda de calzoncillos y calcetines fue todo lo que cayó—. ¡Curioso material para una reunión, farsante!

Papá bajó la cabeza, derrotado. Yo continuaba en mi misma posición, inseguro de si entrar para encerrarme en mi pieza o escabullirme de vuelta a la calle.

—¿Qué hiciste ahora, grandísimo imbécil? ¿¡No te cansas de dejar cagadas!?

Papá levantó la vista con los ojos muy abiertos y luego me miró a mí, entre sorprendido y dolido.

—¿Le dijiste?

—No, yo...

—¡Linda la cosa! ¡Pierdes la plata de la universidad de tu hijo y más encima le pides que te guarde el secreto! —rugió mi madre, atropellando mi respuesta sin contemplaciones—. ¡Si querías mantenerlo secreto, no hubieras dado una entrevista al respecto, pelotudo! —Sacó uno de esos diarios que regalan a la salida del metro desde su bolso y lo agitó frente a la cara de papá. El titular leía "LA GRAN ESTAFA. VÍCTIMAS HABLAN". Él se puso rojo y bajó la vista.

—Dijeron que no publicarían mi nombre...

—¡Sinceramente no sé qué mierda estaba pensando cuando me casé contigo, tarado! ¡Si no me hubieras embarazado a la primera cita yo...! —se detuvo en seco al darse cuenta de lo que estaba diciendo. Me dio una mirada culpable y luego fingió ocuparse en meter el diario de vuelta en el bolso.

Nunca me lo habían dicho tan a la cara, pero esa información sobre el origen de su matrimonio y de mi propia existencia no me sorprendía en lo absoluto. Ellos dos nunca habían funcionado. Desde mi más tierna infancia, sólo recordaba a mi madre furiosa por absolutamente todo lo que hacía papá, y a mi padre ausentándose con todas las excusas imaginables para evitar el asedio de mi vieja. Eso y que cuando estábamos a solas, papá era el único que me expresaba verdadero cariño. A veces le robaba plata a mi madre solo para comprarme los juguetes que ella se había negado a darme. Ella, en cambio, rara vez me daba alguna muestra de amor. Su trato era duro, exigente y muchas veces indiferente, por eso cuando ella agarró las cosas para largarse de casa, no me extrañó en absoluto que no intentara llevarme con ella. Tampoco lo lamenté: de haberme permitido elegir, hubiese optado quedarme con él de todos modos.

—¿Cuánto perdiste, Federico? —interrogó mi madre, volviendo a la ofensiva— ¡Dime que tuviste suficiente seso para no meter todo el fondo de Gabriel en ese negocio trucho!

Papá le dio una mirada de cachorro regañado y volvió a mirar el piso. Ella rodó los ojos al cielo, extendiendo los brazos como invocando un poder divino, para luego a dejarlos caer sonoramente.

—Te pasas, Federico. Realmente te pasas. Ya, yo te pago la universidad, Gabriel.

—No hace falta, madre. Yo puedo pagármela solo. No los necesito. A ninguno de los dos. —Mis palabras fueron intencionalmente hirientes. Papá me dio una mirada dolida, pero mi madre giró todo su cuerpo en noventa grados hacia mí y puso los brazos en jarra.

—¿Tú? —dijo, abriendo las aletas de la nariz y soltando un resoplido burlón—. ¿Y cómo, si puede saberse? ¿Carreras de caballos?

Entorné los ojos con odio. Mi madre siempre había resentido que yo mostrara preferencia por papá y parecía creer que eso me hacía igual a él.

—Hago clases particulares —dije, secamente. Su rostro se suavizó por un microsegundo, pero luego retomó la mirada severa.

—Eso es para morirse de hambre, Gabriel, yo te la pago. Tú tienes que concentrarte en tus estudios, para no terminar siendo un bueno para nada, como tu padre.

—¡Ya te dije que no quiero tu dinero! —dije alzando la voz—. ¡No pretendas ahora preocuparte por mí, cuando nunca te he importado!

Mi madre casi dio un paso atrás producto del shock, pero su respuesta llegó rápida como látigo.

—¿No estás un poco peludito para andar lloriqueando por colgarte de mi falda?

Sentí mi sangre hervir. Eso era todo. Dí media vuelta y salí de la casa, dando un portazo que casi arranca la puerta de sus bisagras. Caminé furioso durante dos cuadras, masticando con ira todo lo que se había dicho y ocasionalmente respondiendo algo en voz alta, antes de darme cuenta que no tenía dónde ir.

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