Selección Múltiple

By mcanepa

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Veamos: mi padre me jodió la vida, mi carrera depende de un profesor que me odia, estoy obligado a trabajar c... More

Sinopsis
1 - Oportunidad imperdible
3 - Boca a boca
4 - Bienvenido a bordo
5 - Sara
6 - Primera clase
7 - Insensible
8 - Propuesta indecente
9 - Desmadre
10 - Sabotaje
11 - Perro bruto
12 - Clase nocturna
13 - Colega del infierno
14 - Zancudo
15 - Reencuentros
16 - Sorpresa
17 - Café de máquina
18 - Desalineados
19 - De shopping
20 - Gesto inesperado
21 - Nubarrones
22 - Cumpleaños feliz
23 - Un día familiar
24 - En tus brazos
25 - No te acerques
26 - En su propia trampa
27 - Imprudente
28 - Princesas
29 - Epifanía
30 - La cita
31 - Desayuno
32 - Lauren
33 - Tarjeta
34 - Ábreme
35 - Autobús
36 - Negociaciones
37 - Intimidad
38 - Dividido
39 - Consejo
40 - Cuarentena
41 - Teppanyaki
42 - Papá
43 - Paseo del Ombligo
44 - Baila conmigo
45 - Remordimiento
46 - Buenos días
47 - En la playa
48 - Dímelo
49 - Maletas
50 - Lamiendo heridas
51 - Golpe bajo
52 - Café de grano
53 - Quiltro
54 - Vértigo
55 - Manos vacías
56 - Resolución
57 - Esperanza
58 - Al desnudo
59 - En pedazos
60 - Sala de espera
61 - Muy cerca
62 - Bienal
63
64 - Último adiós
65 - De toda justicia
66 - Cerrando capítulos

2 - Perspectiva laboral

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By mcanepa




—Me estás jodiendo.

—No, no te estoy jodiendo.

Javier se echó para atrás dando un sonoro suspiro y movió su cabeza de lado a lado en señal de desaprobación. Una cicatriz que llevaba en la frente, fruto de un fuerte encontrón con la silla de un columpio durante su infancia, le habían ganado a mi amigo el apodo de "Javi Potter", aunque aquella era su única similitud con el personaje.

—¿Y qué vas a hacer?

—No sé. ¿Vivir bajo un puente? —dije con ironía, mirando con desgano la casi invisible capa de mermelada entre las dos flácidas rebanadas de pan que sostenía en mi mano.

Estábamos en la cafetería de la universidad. Javi frente a su bandeja con un completo almuerzo extraído desde el buffet y yo rumiando un sándwich de miga hecho en casa con lo poco que pude pillar en el refrigerador, menú que con toda probabilidad sería mi almuerzo estándar durante todo el resto del año.

—Podrías contarle a tu mamá que...

—¡No! —lo interrumpí en seco.

—Sé que no te gusta, pero esto es serio y...

—No. Y además no le puedo contar. Papá me suplicó que no lo hiciera.

—Pero ¿y eso qué importa? ¿Después de la cagada que se mandó, le vas a cubrir las espaldas a costa de tu futuro? ¡No te lo creo! ¿Seguro que es por eso? Ya sé que tú y tu mamá...

—Te dije que no. Y ya no insistas.  

Yo ya había terminado mi pan y Javier, que se había quedado en silencio, quizá notó mis miradas furtivas a su bandeja, porque tomó su taza con caldo de pollo y me la acercó. Hice el amago de negarme, pero lo descartó con un gesto rápido.

—Bueno... vale. ¿Y pedir una beca?

Ya tengo una beca. —dije, sorbiendo el sabroso líquido caliente.

—Sí, pero es de esas de excelencia académica y solo te cubre la mitad del arancel. ¿No podrías pedir una de esas becas sociales?

—Ya pregunté. No quedan becas disponibles para nuestra generación. Todo lo que hay es para alumnos nuevos.

—Ah... ya veo. —Javi comenzó a morderse un padastro del dedo índice, un hábito suyo cuando intentaba pensar. Hasta cierto punto, me conmovió ver a mi amigo tan preocupado por mí.

—Voy a tener que buscarme un trabajo —dije finalmente, para resolver su dilema.

—Sí, eso estaba pensando. ¿Pero en qué? Con los horarios que tenemos en arquitectura lo veo difícil.

—No soy ni el primer ni el último alumno que tiene que pagarse él mismo la carrera. 

—No, claro, pero la mayoría no tiene que mantener un promedio altísimo para no perder la beca, como tú. Ni trabajan también de ayudante.

—Ser ayudante paga.

—Una miseria.

—Pues sí... es casi un pago simbólico y consume bastante tiempo... pero todo suma —dije, inclinando la taza para hacer caer los últimos grumos de caldo—. Muchas gracias por la sopa.

—No es nada. ¿Cuánto ganan los embolsadores en los supermercados?

—Cercano a cero, supongo. Sobre todo desde que prohibieron las bolsas plásticas.

—¿Qué más hay? ¿Ser repartidor? ¿Trabajar en una cadena de comida rápida?

—Está eso... también paga horrible, pero tal vez si trabajo en las noches... —la sola idea me ponía los pelos de punta. Arquitectura de por sí ya demandaba jornadas extenuantes de clases y largas noches en vela preparando exámenes y entregas. Sumado a la ayudantía, no veía cómo meter además suficientes horas de trabajo para pagar la universidad, sin sacrificar las preciadas horas de sueño que me quedaban

—¡Potter, piensa rápido! —una voz femenina interrumpió mis reflexiones, al tiempo que una lonja de queso caía con un sonoro "splat" en la frente de mi amigo.

Cintia se instaló con su bandeja, riendo a carcajadas, a nuestro costado. Yo tampoco lograba contener la risa. Javi desprendió la lonja de queso lentamente de su rostro, la miró un segundo y haciéndola un rollo, se la metió en la boca.

—¡Hey, esa era mía! —dijo ella.

—Si quieres te la devuelvo —Javi empezó a regurgitar.

—¡Guácala, asqueroso! —Cintia le pegó una palmada en la nuca, riendo aún. Luego se volvió a mí— Villagra, ¿tienes planes esta noche?

—¿Eh?

—¡Uuuuuuh! ¿Quieren que los deje solos? —dijo Javi. Cintia le dio otra palmada.

—¡Madura! ¡No lo estoy invitando a una cita! —Luego se volteó hacia mí— No habrás creído eso ¿verdad?

—No, claro que no—dije, aunque por un segundo tuve la duda.

—Mish, ¿y por qué tan seguro? ¿Es que no soy suficientemente buena para ti? —Cintia apoyó la barbilla en su mano y me lanzó una mirada sensual.

Eché un breve vistazo a Javi, que fingía mirar la situación divertido, aunque su sonrisa algo forzada revelaba sus verdaderos sentimientos. Cintia no era especialmente guapa, pero su personalidad exuberante y su rostro alegre no dejaba a nadie indiferente. Cuando entré a la carrera fue la primera en dirigirme la palabra y, si bien nunca trabamos una amistad cercana, pues éramos demasiado diferentes, entablábamos conversación con regularidad simplemente porque ella hablaba con total naturalidad con todo el mundo.

—Al contrario, es que no puedo con tanta mujer —respondí para intentar cambiar de tema.

—¡Ja ja ja! Puede ser —dijo ella reclinándose, a la vez que sacaba un palito de zanahoria de su plato de ensalada.

—Bueno, ¿y para qué lo necesitas entonces? —intervino Javi.

—¡No seas metiche, Potter! —retrucó ella insertando el palito de zanahoria en la boca de Javier, para luego girarse hacia mí—. Es que necesito de tus poderes educativos, Villagra. Así como voy, marcho derechito a reprobar Física de Estructuras II, y si repruebo un ramo más, caigo en causal de eliminación.

—Así que quieres que te haga una clase particular.

—¡Exacto! —dijo ella, reclinándose feliz al tiempo que sacaba otro palo de zanahoria y le daba una sonora mascada—. El semestre pasado el repaso que me hiciste antes del examen final me salvó el pellejo. ¡Si hasta saqué la quinta mejor nota! Y eso que antes de tu clase express no lograba distinguir un vector de una salchicha. Tienes talento para esto, Villagra, te equivocaste con la arquitectura, deberías estudiar pedagogía. Así que qué dices, cerebrín ¿me vas a ayudar?

—Me encantaría, pero tengo un montón de pruebas que corregir para mi ayudantía de Edificación. El profe me deja todo el trabajo a mí, poco falta para que me pida prepararle las clases.

—¡Pooooorfis!

—Es que no puedo...

—¡Poooooooooorfiiiiiis! —insistió, inclinando la cabeza hacia su hombro con boquita de pato y tomando mi mano. Javi miró para otro lado.

—Javier también tiene buenas notas en Estructuras. Él podría ayudarte.

Cintia lo miró pensativamente.

—¿Es verdad eso, Potter? ¿Haces magia con los números?

—Para nada —respondió Javier, encogiéndose de hombros—. Me va bien porque Gabriel me explica todo antes de los exámenes. Él es el mago acá.

Cintia se volvió a mí nuevamente.

—Ya pues, no me puedes hacer esto, Villagra. Me van a echar ¿Te das cuenta? ¿Tolerarías la universidad sin mi adorable presencia?

—No exageres.

—¡No exagero! ¡Llevo promedio cero! Te juro que no respondí ni una puta pregunta en el primer examen. Necesito tu ayuda desesperadamente.

—De verdad que quiero ayudarte, Cintia, pero no podías elegir peor momento, justo ayer mi viejo...

—¡Te pago! ¡Te pago lo que sea!

Las palabras se atragantaron en mi garganta. Miré a Javier, cuyos ojos se abrieron de par en par, al surgir en su cabeza la misma idea que se estaba formando en la mía.


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