Humo

By DhalyaSweet

30.8K 3.9K 9.4K

Más de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsd... More

Nota
Dedicatoria
Primera parte: Ciudad de las Sombras
Capítulo I. Un sueño cautivador
Recuerdo I. La puerta del muro
Anexo I. Monstruos en el bosque
Anexo II. La familia Schwarzschild
Capítulo II. Vieja amistad
Recuerdo II. El Cuento del Bosque
Capítulo III. La familia no se elige
Recuerdo III. Primera prueba de valor
Capítulo IV. Dejarse llevar no cuesta nada
Capítulo V. Una grata sorpresa
Anexo III. La familia Schneider
Recuerdo IV. Dios te mira pero no te ve
Capítulo VI. Debería haber empezado por aquí
Recuerdo V. Humo en el comedor
Capítulo VII. Una mala noche
Recuerdo VI. El ángel
Recuerdo VII. ¿Dónde están esas estrellas?
Capítulo VIII. Una buena noche
Capítulo IX. Complejo, complicado sentimiento de culpa
Capítulo X. Ahora sí: aquí empieza
Recuerdo VIII. El demonio
Capítulo XI. Entre el Cielo y el Infierno
Recuerdo IX. Imaginaciones de un niño
Capítulo XII. El Limbo
Recuerdo X. Un niño gritaba
Capítulo XIII. La enésima reconciliación
Recuerdo XI. Darek
Capítulo XIV. Castigo
Capítulo XV. Colapso
Capítulo XVI. Donde la niebla parece más densa
Recuerdo XII. Ciudad de las Sombras
Cuestionario 🕯️
Segunda parte - Prólogo
Capítulo 1. Enfrentarse a los demonios
Recuerdo 1. Las puertas que no deben abrirse
Capítulo 2. Los problemas que nunca terminan
Recuerdo 2. Lo que no hay que conocer
Capítulo 3. En quien no se puede confiar
Anexo 1. Asalto al Infierno
Capítulo 4. Viejas amistades
Recuerdo 4. El último funeral
Recuerdo 5. Cuidado con los lobos
Capítulo 5. El pretendiente de Elena Fürst
Capítulo 6. Almas gemelas y otros cuentos

Recuerdo 3. Observar aves

229 43 76
By DhalyaSweet

Mayo, 323 después de la Catástrofe

No habíamos podido dormir. David me pidió que no me fuera y estuvimos en su cuarto charlando toda la noche. Después de haber salido huyendo de la biblioteca y encerrarnos en su cuarto, con la luz apagada, escuchamos nuevos pasos de gente bajando las escaleras, abriendo la puerta y marchándose con el coche, y después sus padres volviendo a subir las escaleras y cerrar la puerta de su habitación. Tanto David como yo nos mantuvimos inmóviles, respirando con cuidado, como si temiésemos que se dieran cuenta de que estábamos despiertos. Tenía la sensación de que sabían que los habíamos visto.

—David —susurré—, tenemos que devolverle las llaves a Greta.

—Lo sé.

Pero no se movió. Seguíamos escuchando sonidos de movimiento. El dormitorio de sus padres estaba cerca. Y la puerta hacía suficiente ruido como para que se dieran cuenta de que salíamos al pasillo. Nos quedamos en silencio mucho rato, mucho después de dejar de escuchar sonidos o vibraciones del suelo. Después, David se levantó y abrió la puerta con cuidado quirúrgico, caminamos como si el suelo pudiera romperse y regresamos a su habitación de la misma forma.

—Tío, no me puedo creer lo que ha pasado —murmuró.

—Yo tampoco. ¿Crees que...?

No fui capaz de pronunciarlo en voz alta. Tenía que haber una explicación razonable para que Christopher y Eden, dos de las mejores personas que conocía, y a quienes admiraba por su bondad y sabiduría, cargasen un cuerpo en mitad de la noche con absoluta discreción, después de haber encontrado fichas que delataban una muerte sospechosa de trece soldados, instruidos por Eden, y tras haberla escuchado decir aquella misma mañana que «Mark Hammer era el último».

—No quiero creer que los han matado ellos —dijo—, pero está claro que algo tienen que ver con todo esto.

Pronto se nos hizo de día. Estábamos hechos polvo, pero no podíamos dormirnos, ya que habíamos quedado con Gabrielle en que iríamos al entierro. Además, teníamos que hablarle de lo que habíamos encontrado y lo que habíamos visto. Necesitábamos contárselo.

Metí la carpeta con los mapas y la de las fichas de los soldados desaparecidos, y antes de salir de la habitación, David y yo nos miramos con duda.

—Yo no sé si voy a poder actuar con normalidad delante de tus padres.

—Pues habrá que intentarlo.

Bajamos al comedor con el corazón en un puño. Aunque sabíamos que sus padres se levantaban temprano, esperé que la suerte nos acompañara aquel día y que, al haberse pasado media noche en vela, hubiesen decidido quedarse un rato más en la cama. Pero no fue el caso.

Nos los encontramos en el comedor y fue el saludo más incómodo de mi vida.

—Buenos días —se adelantó Eden.

—Buenos días —dijimos con tranquilidad mal disimulada y nos sentamos. Nos miraban fijamente y yo cada vez estaba más nervioso. Procuré no prestarles atención pero sentía sus ojos sobre mí como una roca aplastándome.

—¿Os sentó bien el vaso de leche? —preguntó Christopher. El corazón me saltó de pronto y no fui capaz de decir nada. David me dio un ligero apretón en la pierna por debajo de la mesa. «Yo me encargo».

—¿Cómo sabéis que bajamos a hacernos un vaso de leche?

Ninguno de los dos respondieron, sino que siguieron mirándonos esperando una respuesta. Me hubiese sentido presionado a responder algo si no lo hubiese dejado en manos de David.

Christopher sonrió, dejándonos descolocados por completo.

—¿Por qué estáis tan serios? ¿Hay algo que queráis contarnos?

—¿Nosotros? Nada interesante. ¿Y vosotros?

—Voy a mandar hacer una copia de la llave de la despensa, para que no tengáis que despertar a Greta en plena noche si os entra hambre. David, ¿quieres una copia de alguna otra llave?

David lo pensó, mirando a su padre con provocación.

—Ya que lo dices, si me dieras una copia de la caseta de caza podríamos ir a observar aves.

Christopher rio. Eden se apuntó a la gracia.

—Sois muy curiosos —dijo ella—. Está muy bien que os guste observar aves, pero tened cuidado con los lobos.

David no dijo nada. No estaba al cien por cien seguro de que lo supieran, pero ellos tampoco podían estar al cien por cien seguros de que los habíamos visto, porque si no, habrían hablado con más claridad.

Desayunamos en una conversación normal. Yo no estuve muy hablador, no podía dejar de pensar lo que habíamos visto anoche y actuar como si no los viera de otra manera se me hacía muy difícil. Me limitaba a responder con brevedad si me hacían alguna pregunta directa, mientras que David sí charlaba con ellos con normalidad.

Nos marchamos tan pronto como terminamos de desayunar, deseando perderlos de vista lo antes posible.

...

Cuando llegamos al pueblo llamamos a casa de Gabrielle. Su madre nos abrió la puerta y su padre salió a saludarnos.

Beate, que había sido nuestra maestra de pequeños, nos trataba todavía como si fuésemos niños grandes, o como una madre que está orgullosa de ver cómo sus hijos han crecido. Con mi casi metro ochenta ya podía saludar a Karter sin tener que levantar la cabeza.

—Estáis enormes —dijo Beate mientras pasábamos al salón a esperar que Gabrielle estuviese lista.

—Y aún no han parado de crecer —comentó Karter—. ¿Cómo van los estudios, chicos? —Se dirigió a mí—. Christopher me cuenta que sacas sobresalientes en todo. Y que David es el número uno en gimnasia. Vuestros padres tienen que estar orgullosos de vosotros.

Karter trabajaba en el ayuntamiento: era gestor. David agradeció el cumplido y trató de actuar con normalidad con su característica charlatanería, pero yo le conocía demasiado bien para entender el tono sutil de su voz apagada, y que indicaba que no le había sentado bien que su propio padre alabara los triunfos de su amigo con otros padres, como si fuera hijo suyo también. Después del incidente con la comparativa de la mañana anterior, todavía debía de seguir resentido.

—Gabrielle, en cambio... —dijo Beate—. Se esfuerza mucho, es muy buena estudiante, pero últimamente viene a casa quejándose de que no le enseñan nada útil. —Se encogió de hombros y suspiró—. La escuela de mujeres no es como la de los hombres, pero tanto como inútil...

David y yo nos miramos. Sabíamos que Gabrielle tenía algunas quejas de su escuela, pero no le habíamos prestado la atención que se merecía y no teníamos ni idea de por qué se quejaba. Ella no insistía si nosotros no le preguntábamos y cambiaba de tema, así que no le dimos demasiada importancia, y pensamos que ella tampoco.

—¿Cómo no va a quejarse, si lo único que le enseñan es a cocinar y a coser? —dijo Karter algo crispado y se dirigió a nosotros—. El otro día nos viene con un pastel, que le habían enseñado a cocinar en la escuela. Yo no sé qué clase de escuela es esa si no le enseñan literatura ni matemáticas.

David y yo nos quedábamos alucinados por momentos.

—¿Cómo que no le enseñan literatura ni matemáticas? —preguntó David.

—A ver, no es así, cariño —dijo Beate intentando apaciguar el ambiente, con una mano sobre su rodilla, y nos miró—. Sí que enseñan, pero no es un nivel tan alto como el de la escuela de los hombres. ¿Para qué quiere ella saber tanta álgebra si no le va a servir? Le enseñan cosas que le van a ser útiles, cuando se case.

—Bueno, ¿y si yo quiero que mi niña trabaje conmigo en el ayuntamiento, le tengo que enseñar yo todo? ¿No puede estudiar algo que le guste, tiene que que ser ama de casa por fuerza?

—Cariño, las cosas son así, si quieres enseñarle gestión de oficina, nadie te lo impide —argumentó con dulzura—, pero a todas las chicas no les interesan esas cosas, no van a cambiar la normativa porque una niña quiera estudiar cosas de hombres. Además, aunque Gabrielle es lista, no puede aprender todo lo que estudian ellos, es mucho más complicado.

—Mi niña es capaz de hacer lo mismo que todos los demás, Beate —puntualizó con cierto fastidio, como si aquella discusión la hubieran tenido más veces.

Beate suspiró y prefirió dejar el tema. Le dio una palmadita en la rodilla y se levantó.

—No os he preguntado si queréis un té, ¿os traigo una tacita?

—No, gracias, acabamos de desayunar —dijo David con educación—. Además, Gabrielle debe de estar casi lista. Espero —murmuró echando una fugaz mirada al reloj.

Poco después, Gabrielle entró en el salón con un vestido blanco de entierro y David y yo nos levantamos. Agradecimos a sus padres por la atención y salimos.

—¿Dónde vamos? Aún quedan dos horas para el entierro.

—A la casa del ayuntamiento.

David nos dirigió a la vivienda que su padre tenía en el altillo del ayuntamiento, a la que habíamos ido a merendar tantas veces cuando éramos críos y que, ya más mayores, nos servía como lugar de reunión cuando salíamos de fiesta por el pueblo. Cuando nos quedábamos bailando hasta tarde, tirábamos los dos únicos colchones en el suelo del salón y dormíamos los tres juntos.

Ahora nos reuniríamos allí para analizar unos mapas extraños y unas fichas sospechosas.

Saqué la carpeta de mi mochila y extendí los mapas encima de la mesita de cristal.

—¿Qué es esto? —preguntó Gabrielle extrañada, sentada en medio de los dos.

—Es un mapa del pueblo y, lo de abajo, un mapa del Subsuelo —dijo David.

Gabrielle levantó el primer mapa y observó los otros dos.

—¿Y este?

—Ni idea —dije—. Supongo que las líneas de colores sirven para marcar diferentes rutas, pero no estoy seguro.

—¿Y todo esto es el Subsuelo? —preguntó con incredulidad.

—Sí.

—¿De dónde lo habéis sacado?

—Del despacho de mi padre. Anoche robamos una copia de la llave y entramos para buscar pistas sobre lo que está pasando, pero no tuvimos tiempo de ver nada más. Tía, no te vas a creer lo que vimos —dijo con expresión sombría. Gabrielle lo observó con atención—. Estábamos en la biblioteca cuando vimos a mis padres llegar en coche por la puerta de atrás. Entraron con dos hombres más y una caja de madera, como un ataúd. Mik y yo no tuvimos tiempo de salir y nos escondimos en una estantería, y desde ahí vimos cómo abrían la caja y levantaban un cuerpo.

—¿Qué dices? —espetó. No se lo creía.

—Es verdad —confirmé.

Gabrielle pasó la mirada de uno al otro, intentando pillarnos, pero nuestras expresiones eran una prueba más que suficiente.

—Que no me lo creo.

—Mis padres trajeron un cadáver a casa y se lo llevaron dentro del despacho —repitió con seriedad—. Después desaparecieron por una puerta que llevaba hacia abajo por unas escaleras.

Tras decir esto, Gabrielle dirigió la mirada hacia mí, esperando que le confirmara que se trataba de una broma funesta en un momento inadecuado.

—Que es verdad, Gabrielle. Ojalá no lo fuera, pero lo es.

—Pero... ¿Entonces tus padres están detrás de todas esas muertes?

—No sabemos si son los responsables, pero están metidos en el ajo. Mi madre dijo que Mark era el último, así que no van a haber más muertes. Pero no sabemos por qué los mataron y, mucho menos, por qué los desentierran para llevárselos tras una puerta en el despacho.

—Ni sabemos adónde lleva esa puerta —concluí.

—¿Y esos puntos rojos? —Gabrielle cogió los mapas y los observó con curiosidad—. Sois tontos. Ya sé qué significan esas líneas. Mik tiene razón: son rutas. Y si os dais cuenta, están conectadas con los puntos rojos del mapa del pueblo. Encima de tu casa hay un punto, David. Tiene que ser esa puerta misteriosa a la que os referís. Y mirad la ruta. Lleva a un sitio llamado "L-5".

—Así que, ¿esos puntos son entradas al Subsuelo? —pregunté observando nuevamente.

—Es lo que parecen.

—Entonces hay otro en el ayuntamiento —dije señalándolo—, y en la iglesia.

—Y en el hospital.

También había algunos repartidos por el bosque.

—Tenemos que averiguar qué hacen con esos cuerpos. Este asunto apesta.

—¿Y qué pretendéis hacer cuando lo averigüéis? Aunque descubramos lo que están haciendo, a parte de que nadie nos va a creer si lo contamos, son tus padres, y todos sabemos que no vas a denunciarles.

—Solo quiero saber qué pasa, quiero confirmar que mis padres no son unos psicópatas o unos asesinos. ¿Cómo quieres que reaccione después de todo lo que hemos visto? Hasta que no llegue al final del asunto no podré dormir tranquilo.

—Y yo quiero saber quién era Jakub y qué le pasó de verdad. En las fichas solo dice que está desaparecido, tal vez sigue vivo en alguna parte.

—¿Después de veinte años?

—Quién sabe.

Continue Reading

You'll Also Like

2.8K 177 5
La Primavera de 1914 fue la temporada en que ellos disfrutaron los mejores momentos de su vida, esa Primavera fue testigo de su confesión de amor, el...
18K 1.5K 43
Ariana Smith solía tener un mejor amigo, un niño de ojos verdes con el que podía robar golosinas y jugar, reír y cantar horas y horas sin aburrirse...
7K 208 114
En este libro trato de plasmar todos mis sentimientos, tal y como son, sin apariencias y disfraces, lo que a continuación van a leer son mis frustrac...