Humo

By DhalyaSweet

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Más de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsd... More

Nota
Dedicatoria
Primera parte: Ciudad de las Sombras
Capítulo I. Un sueño cautivador
Recuerdo I. La puerta del muro
Anexo I. Monstruos en el bosque
Anexo II. La familia Schwarzschild
Capítulo II. Vieja amistad
Recuerdo II. El Cuento del Bosque
Capítulo III. La familia no se elige
Recuerdo III. Primera prueba de valor
Capítulo IV. Dejarse llevar no cuesta nada
Capítulo V. Una grata sorpresa
Anexo III. La familia Schneider
Recuerdo IV. Dios te mira pero no te ve
Capítulo VI. Debería haber empezado por aquí
Recuerdo V. Humo en el comedor
Capítulo VII. Una mala noche
Recuerdo VI. El ángel
Recuerdo VII. ¿Dónde están esas estrellas?
Capítulo VIII. Una buena noche
Capítulo IX. Complejo, complicado sentimiento de culpa
Capítulo X. Ahora sí: aquí empieza
Recuerdo VIII. El demonio
Capítulo XI. Entre el Cielo y el Infierno
Recuerdo IX. Imaginaciones de un niño
Capítulo XII. El Limbo
Recuerdo X. Un niño gritaba
Capítulo XIII. La enésima reconciliación
Recuerdo XI. Darek
Capítulo XIV. Castigo
Capítulo XV. Colapso
Capítulo XVI. Donde la niebla parece más densa
Recuerdo XII. Ciudad de las Sombras
Cuestionario 🕯️
Capítulo 1. Enfrentarse a los demonios
Recuerdo 1. Las puertas que no deben abrirse
Capítulo 2. Los problemas que nunca terminan
Recuerdo 2. Lo que no hay que conocer
Capítulo 3. En quien no se puede confiar
Anexo 1. Asalto al Infierno
Recuerdo 3. Observar aves
Capítulo 4. Viejas amistades
Recuerdo 4. El último funeral
Recuerdo 5. Cuidado con los lobos
Capítulo 5. El pretendiente de Elena Fürst
Capítulo 6. Almas gemelas y otros cuentos

Segunda parte - Prólogo

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By DhalyaSweet

Era un dolor intenso que se extendía de forma violenta a través de mi pierna derecha. Una herida recién abierta que quemaba como un hierro candente abrasando la piel, subiendo lentamente desde el talón hasta el muslo.

El dolor por sí mismo era una agonía insoportable, pero era peor la sensación húmeda que fluía de la herida y empapaba la ropa, la sensación de los tejidos abiertos, la carne de dentro hacia fuera. Creo que había llegado hasta el hueso, o al menos esa es la impresión que recuerdo.

Cuando los soldados llegaron, todavía podía sentir las garras del monstruo clavadas en la pierna rasgándome la piel, rompiendo músculos y tendones con la facilidad de quien rasga una hoja de papel.

Aunque podía haber sido peor. Llegaron justo a tiempo —o demasiado tarde, tal vez— para lanzarle diez flechas que lo detuvieron. Justo en el momento en que sus zarpas me alcanzaban la pierna; y yo, caído al suelo, pensé que me había llegado el momento. Sin embargo, mientras me retorcía de dolor, los soldados remataron al gigantesco zoomorfo que se desplomó con un estruendo a escasos centímetros de mí.

Entonces el tiempo pareció acelerarse, tan rápido que apenas puedo recordar todo lo sucedido. Un soldado se arrodilló a la altura de mi cabeza y la apoyó en su regazo, mantaniéndola inmovilizada entre sus manos enguantadas. Mientras tanto, otros dos soldados se colocaban a ambos lados: uno de ellos rasgó el resto de la pernera y el otro procuró mantener agarrada mi pierna. De manera simultánea, otro soldado me abrìa la boca y me obligaba a tragar un líquido aceitoso; asimismo, su compañero impregnó mi pierna de una solución acuosa y me sacudí con violencia por el intenso ardor. Acto seguido, sentí una nueva tela enrollarse con urgencia alrededor, a la altura del gemelo.

Creí que la tortura no terminaría nunca, cada acción parecía repetirse cinco veces, con más duración de la necesaria, y ni siquiera era capaz de entender qué estaban haciendo y por qué.

De pronto noté un peso plomizo en todo el cuerpo, las sacudidas cada vez se me hacían más costosas, moverme era un esfuerzo agotador. Mis extremidades parecían haberse pegado al suelo de cemento. Ya no me podía mover. Intenté mantener los ojos abiertos. No pude hacerlo.

Y sin perder tiempo, mientras sentìa mi cuerpo volverse rígido como una piedra y la conciencia se me iba apagando poco a poco, los cuatro soldados me levantaron del suelo y me sacaron de allí.

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