Humo

By DhalyaSweet

31.2K 4.2K 10.1K

Más de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsd... More

Nota
Dedicatoria
Primera parte: Ciudad de las Sombras
Capítulo I. Un sueño cautivador
Recuerdo I. La puerta del muro
Anexo I. Monstruos en el bosque
Anexo II. La familia Schwarzschild
Capítulo II. Vieja amistad
Recuerdo II. El Cuento del Bosque
Capítulo III. La familia no se elige
Recuerdo III. Primera prueba de valor
Capítulo IV. Dejarse llevar no cuesta nada
Capítulo V. Una grata sorpresa
Anexo III. La familia Schneider
Recuerdo IV. Dios te mira pero no te ve
Recuerdo V. Humo en el comedor
Capítulo VII. Una mala noche
Recuerdo VI. El ángel
Recuerdo VII. ¿Dónde están esas estrellas?
Capítulo VIII. Una buena noche
Capítulo IX. Complejo, complicado sentimiento de culpa
Capítulo X. Ahora sí: aquí empieza
Recuerdo VIII. El demonio
Capítulo XI. Entre el Cielo y el Infierno
Recuerdo IX. Imaginaciones de un niño
Capítulo XII. El Limbo
Recuerdo X. Un niño gritaba
Capítulo XIII. La enésima reconciliación
Recuerdo XI. Darek
Capítulo XIV. Castigo
Capítulo XV. Colapso
Capítulo XVI. Donde la niebla parece más densa
Recuerdo XII. Ciudad de las Sombras
Cuestionario 🕯️
Segunda parte - Prólogo
Capítulo 1. Enfrentarse a los demonios
Recuerdo 1. Las puertas que no deben abrirse
Capítulo 2. Los problemas que nunca terminan
Recuerdo 2. Lo que no hay que conocer
Capítulo 3. En quien no se puede confiar
Anexo 1. Asalto al Infierno
Recuerdo 3. Observar aves
Capítulo 4. Viejas amistades
Recuerdo 4. El último funeral
Recuerdo 5. Cuidado con los lobos
Capítulo 5. El pretendiente de Elena Fürst
Capítulo 6. Almas gemelas y otros cuentos
Recuerdo 6. La lluvia que no deja pensar
Capítulo 7. Todo va mal
Anexo 3. Los demonios de David
Capítulo 8. A cambio de mi alma
Recuerdo 7. La peor paliza
Capítulo 9.
Recuerdo 8. Alivio culpable
Recuerdo 9. Un ser inferior
Capítulo 10. El mayor honor que puedan concederme
Recuerdo 10. Cuando la infancia se pierde
Recuerdo 11. Las fiestas son para divertirse
Capítulo 11. Albrecht me da su bendición
Recuerdo 12. La verdad que me ocultaba a mí mismo
Capítulo 12. Fiel a uno mismo
Recuerdo 13. La puerta

Capítulo VI. Debería haber empezado por aquí

415 77 145
By DhalyaSweet


Septiembre, 341 después de la Catástrofe

Al Subsuelo se accedía por una trampilla en la biblioteca del ayuntamiento: bajabas unas escaleras de piedra y accedías a una especie de recibidor, que no era más que una sala vacía con tres puertas acorazadas. Solo los profesores y demás personal autorizado que trabajaba en las instalaciones teníamos la llave, mientras que los alumnos se quedaban encerrados desde el domingo por la tarde hasta el viernes.

Cuando llegué a mi aula todavía no había nadie, los chicos debían de estar en el entrenamiento. Me quedé esperando unos minutos hasta que sonó la campana, y poco después fueron entrando los siete alumnos uno detrás de otro. Entre ellos encontré a Stefan, y me dio tanta alegría que decidí felicitarlo.

—¡Hombre, señor Schneider! Hoy sí nos va a honrar con su presencia, qué maravilla.

Esperaba que respondiera algo, que me dirigiera la palabra de una vez, pero no cayó en mi provocación, ni siquiera me miró. Por parte de sus compañeros, escuché algunas risas comedidas mientras abría el maletín para sacar mi libreta, donde tenía la lista y la hoja de calificaciones.

—Señores, silencio. —Los alumnos fijaron sus ojitos de cordero en mí y el aula se quedó tranquila—. Bien. Hoy vamos a dedicar la clase a empezar con la materia.

—¿Qué vamos a hacer, señor Bauer? —preguntó Andrej, pero no le escuché porque me fijé en un pobre idiota que en vez de atenderme se dedicaba a dibujar su mesa.

—Tú, ponte de pie.

Todos lo miraron y al final se dio cuenta de que, sí, le estaba hablando a él.

—¿Yo?

—Sí, tú, ponte de pie —repetí sin alterar la voz un ápice.

Inseguro, el chico obedeció. Arrimó su silla y se quedó plantado, mirándome con expectación y preguntándose qué le pasaría.

—Hale, quédate así un momento. Señores, hoy tocaba ver el cuarto capítulo del libro, pero vamos a hacer algo más útil que responder a qué es la hipotenusa y con qué se come. Pensaréis en algo que os apetezca construir; una casa, una silla, un nido de pájaros... Algo no muy complicado, y haréis los planos en vistas diédricas. Tú lo dibujarás en la pizarra, así adaptamos la clase a tu afición por dibujar en el mobiliario del aula. ¿Qué estudias?

—Eh... arquitectura, señor.

—Benditos arquitectos. Vuestro trabajo es complejo: cualquier mínimo error en un plano, cualquier cosa que no se comprenda, puede hacer que se caiga el techo encima de las personas que habitan un edificio. Vosotros sois los ojos y el cerebro del albañil, y a los primeros que responsabilizan de los accidentes. Así que no os podéis permitir entreteneros con una mosca. ¿Has diseñado un edificio alguna vez?

—No —dijo con pasmo.

—Pues empieza con un boceto —dije entregándole la tiza—. Un plano: casa simple con las dependencias indispensables, con los metros que tú quieras. Quiero ver que aplicas tangencias, enlaces y circunferencias. Muebles incluidos. Hala, el resto id pensando qué queréis hacer. El objetivo es aplicar lo que explican los cuatro primeros capítulos del libro.

Los alumnos se pusieron a trabajar y me senté en mi escritorio. Mientras esperaba a que sonara la campana me dedicaba a planificar las próximas clases o a organizar mi agenda, echando algunos vistazos a su trabajo o atendiéndoles si requerían mi ayuda. Tras sentarme eché una ojeada a los chicos. Todos habían sacado sus materiales de dibujo y el libro abierto por la página conveniente, pero Stefan permanecía de brazos cruzados y me miraba con hostilidad, el escritorio todavía vacío.

—¿Sucede algo, Schneider?

—¿Puedo hablar con usted en privado?

—Por supuesto.

Nos levantamos ambos y salimos al pasillo. Junté la puerta sin cerrarla, pensé que sería rápido.

—¿No te gustan las clases? —pregunté en cuanto estuvimos asolas.

—No es eso, señor Bauer, es que yo no sé qué hacer. ¿No puede mandarme unos ejercicios y listo?

—¿No crees que aprenderás más con un proyecto integral?

—Pero en Leyes no hacemos edificios ni muebles.

—Debe de haber algún motivo por el que hayas escogido esta asignatura. No te lo pregunto porque me importe, la verdad es que no me importa en absoluto, sino porque si no me lo dices no puedo orientarte.

Stefan suspiró, miró al suelo y rozó las losas con la punta de su zapato.

—Es que no quiero que se ría de mí ni que me humille delante de mis compañeros.

—¿Por qué dices eso? No recuerdo haber humillado a nadie.

—Se ha burlado de Geremy, lo ha mandado a la pizarra a dibujar delante de toda la clase.

—No me ha parecido que Geremy se sintiese humillado.

—Pues a mí me parece que le gusta meterse con los demás.

—Me encanta, pero eso no significa que me vaya a reír de ti, estoy aquí para orientaros, no para burlarme de vuestros intereses. Cuando os llamo la atención es porque habéis cometido alguna falta. No creo que el motivo por el que asistas a mis clases sea algo reprobable.

Stefan suspiró de nuevo, rendido. Lo pensó un instante y me dijo:

—No se lo he contado a nadie, no lo saben ni mis amigos ni mi familia, solo mis abuelos. No quiero que mis compañeros se enteren. Tiene que prometerme que, si se lo cuento, será para que lo sepa solo usted.

—Soy tu médico de cabecera.

No entendió la referencia, pero tampoco insistió.

—Y no quiero que me juzgue.

—¿Quieres soltarlo de una vez?

—Vale... Me gusta diseñar ropa. Estudio Leyes por mi padre, pero me gusta el diseño, pensé que sería divertido estudiar esto para aprender a hacer mi propia ropa. A veces ayudo a mis abuelos en el taller, pero ellos están demasiado ocupados para enseñarme.

Sonreí. No pude evitar una modesta carcajada.

—Me ha prometido que no se reiría.

—No, es que había pensando que pretendías hacer algo delictivo.

—Me da vergüenza admitirlo, si se lo dijera a mis padres o a mis amigos me mirarían con otra cara. Me ha prometido no decírselo a nadie, ¿eh? Júrelo. Y no me juzgue, ¿vale? Que me guste el diseño no significa que sea marica.

—No te preocupes tanto por lo que piensen los demás y céntrate en tomarte en serio tus habilidades. Si te gusta el diseño, te sugiero que tu trabajo de esta semana se base en diseñar dos conjuntos, uno de hombre y otro de mujer, para el ámbito que prefieras: vestidos de fiesta, trajes de montura... Hala, tira para dentro y empieza —dije empujándolo del hombro, pero se paró antes de que pudiera abrir la puerta.

—Espere, quería decirle otra cosa.

Resoplé y lo miré de nuevo.

—Suéltalo, venga.

—Mi abuelo me ha dicho que está buscando un ayudante.

—¿Cómo?

Lo miré extrañado. ¿Cuándo le había dicho yo a Albrecht que buscaba un ayudante? «Ah, sí, le dije que me lo estaba planteando». Pero aquello lo dije por decir. ¿Y qué interés podía tener Stefan en trabajar para mí, si tan poco me soportaba? No habíamos tenido un buen comienzo, así que no entendía qué le habría hecho replantearse la posibilidad de relacionarnos más a menudo.

—Pues eso.

—Espera, ¿tú quieres trabajar para mí?

—No he dicho que quiera, solo que podría ver qué tal, si le parece bien.

—La verdad es que no me vendría nada mal un ayudante.

—Por algo le dijo a mi abuelo que estaba buscando uno, ¿no? Mire, si no quiere hacerme una prueba dígamelo y ya está.

—¿Qué sabes hacer?

La pregunta le dejó descolocado; se encogió de hombros.

—¿Sabes a qué me dedico?

—Pintor, ¿no?

—Escultor. A veces también pinto, pero me dedico principalmente a la escultura. Bueno, tú pásate el sábado a las ocho y ya lo hablamos. ¿Conoces el Páramo?

—¿Donde la casa abandonada?

—Me pregunto de qué conocerás esa casa —dije para mí—. Mi taller está cerca, pero en vez de torcer a la izquierda, sigue recto. Déjalo, mejor te recojo, así hago algunas compras.

Quedamos así, y el sábado por la mañana salí con el carro hacia el pueblo. Hacía un buen día a pesar de las eternas nubes grises que coronaban el cielo. Y corría todavía un airecillo fresco, pero el día empezaba a caldear y la gente iba saliendo de sus escuálidas casas de madera, grises y marrones, de tejados picudos y chimeneas tuertas que expulsaban humo denso, y caminaban de un lado a otro a través de la plaza de adoquines plateados y todavía encharcados por la llovizna de la noche anterior. Lloviera o no, siempre había gente en la plaza: algún vagabundo pidiendo limosna, la lechera anunciando el producto, a los banqueros y políticos tomando juntos un té, las madres llevando a sus hijos a la escuela, los viejos jugando a cartas y fumando en una terraza y las monjas entrando y saliendo del monasterio. Uno podía sentirse renacido en aquel ambiente. A mí, en cambio, me asfixiaba.

El reloj del ayuntamiento marcaba las ocho. A su lado, un enorme rosetón de coloridos cristales coronaba la torre principal de la iglesia y observaba sin descanso a los viandantes.

Me prometí no tener prejuicios sobre su responsabilidad teniendo en cuenta que había llegado tarde el primer día y que era algo insolente, aun así no podía evitarlo, y me sorprendió verlo esperando junto a la estatua de mármol del arcángel Miguel, en la hora que habíamos acordado.

Le hice señas para que me viera. Estaba de brazos cruzados mirando en la distancia, apoyado en la base de la estatua, esperando que llegara. Pero no me veía, así que me acerqué.

—Buenos días —saludó sin ilusión al darse cuenta de mi llegada.

—Vámonos, no quiero perder el tiempo.

Compré las herramientas que necesitaba —Stefan las llevó— y emprendimos el camino hacia el Páramo. Por el sendero delineado por enjutos cipreses, esqueletos marrones, ambos mantuvimos el silencio. Stefan sentado a mi lado en el carro admiraba el paisaje en la distancia. Nos acompañaba una incómoda norma de miradas evasivas. Por lo general no me molestaba el silencio y prefería ahorrarme las conversaciones banales, pero con personas que no me interesaban, que solía ser casi todo el mundo.

Qué iba a decirle. Con qué rellenar el vacío verbal. ¿Pensaría lo mismo que yo? ¿O estaba deseando que pasara rápido el día para poder irse a su casa, evitando, por lo que más quieras, cualquier conversación con el profesor gruñón?

—Mire que el pueblo ya es gris, pero el Páramo es más gris todavía.

Me sorprendió tanto que hablara que ni siquiera me di cuenta de lo que había dicho.

Entonces me asaltó la curiosidad.

—¿Cómo es que quieres trabajar para mí pudiendo hacerlo en la sastrería con tu abuelo?

Stefan se encogió de hombros.

—Mis abuelos me convencieron de que sería buena idea.

—¿Puedo saber qué te convenció?

—Pues, ya sabe, dijeron que podía aprender mucho trabajando con usted.

—Para mí.

—Aunque no creo que un escultor vaya a enseñarme mucho sobre diseño.

Y yo, ofendido, le dije:

—Es prácticamente lo mismo, todo viene de la misma base, pero cambiando los materiales finales.

«Aunque no me extraña que tu cerebro de mosquito no haya llegado a esa conclusión».

—No me interesa mucho la escultura, la verdad.

—Me da lo mismo qué te interesa. —«Frena, Mikhael»—. Tendrás que aprender las proporciones del cuerpo humano, por ejemplo, si quieres ser diseñador. Eso sí puedo enseñártelo.

—Yo no he dicho que quiera ser diseñador, eso se lo ha inventado usted. Voy a servir en la gendarmería cuando acabe. Seré oficial como mi padre.

—¿Y a ti te gusta? —lo escruté con la mirada.

—Bueno, a las mujeres les pone el uniforme. Y no está tan mal, con algo me tendré que ganar la vida.

Me mordí la lengua a tiempo, quién era yo para darle lecciones. ¿Que me recordaba a mí cuando tenía su edad? Sí. Más motivo para callarme. ¿Que me arrepentía de haber hecho siempre lo que los demás esperaban de mí, despreciando mi habilidad por ser universalmente considerada una pérdida de tiempo? Pues te aguantas, deja en paz al chico. Tan solo era un tipo extraño en su vida que no tenía derecho a meterse en sus asuntos.

—Yo estudié Ingeniería Militar.

El chico me miró con curiosidad.

—¿Usted? ¿Y por qué se hizo escultor? No entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra.

—Estudié lo que quien me pagó los estudios quería que estudiara. Pero me di cuenta de que me daba mayor satisfacción pensar en el arte que en la guerra.

Stefan ya no dijo nada más en lo que quedó de camino. Tal vez lo había ofendido, o tal vez se había dado cuenta de que intentaba hacerle ver que nuestras situaciones eran parecidas y prefirió ignorarme. No insistí más.

Llegamos a la finca y abrí la puerta de la valla para dejarlo pasar. En eso Stefan miró la casa, me miró, observó el Páramo al derredor y, sin hacer ningún gesto específico, entró. ¿Qué esperaba encontrar?

Vanda y yo plantamos hace tiempo semillas de trébol para evitar que crecieran las malas hierbas, por lo que teníamos un escenario verde y limpio casi todo el año. Y luego estaba la vieja vivienda con su rancio y desaliñado aspecto que parecía que iba a caer en cualquier momento. El techo plano de madera se torcía hacia abajo y las paredes de piedra se caían a trozos. Las vigas entrecruzadas estaban en posiciones extrañas, emparedadas dentro del muro, y le otorgaban a la casa sensación de raquitismo. Las ventanas, muy pequeñas, hundidas en las gruesas paredes.

Al entrar, con paciencia —la cerradura está oxidada, la llave no entra bien—, el esqueleto humano al lado de la entrada de la cocina ahora mostraba el dedo corazón y tenía un cigarro en la boca. Vanda debió ponerlo así antes de salir porque sabía que ese día recibía visita.

—¡Como mola! ¿Es de verdad?

—No toques nada —le insté antes de que se acercara a comprobarlo—. A ver, Stefan —dije dirigiéndome a una cajonera pegada a la pared—, voy a guardar esto y ahora te explico en qué consiste el trabajo. Espera en la cocina. Hay puesta una tetera, sírvete.

—No me gusta el té, preferiría una jarra de cerveza.

—Y yo prefiero que me pague tu familia por aguantarte, pero todo no puede ser.

Terminé de guardar las herramientas y materiales que había comprado y me reuní con él en la cocina, donde esperaba paciente con los codos sobre la mesa, mirándolo todo a su alrededor. Me senté frente a él y me encendí un cigarro, luego le ofrecí coger uno de la cajetilla.

—¿Sabe qué? Se me hace raro estar aquí con usted.

—¿Por qué?

—No sé. Nunca había estado con otro profesor fuera de la escuela, es como si le viera de otra manera. Parece más simpático y todo.

—¿Ah, sí? Tú por si acaso no me toques mucho las narices.

—Mi abuelo me dijo que cuidaba de mí cuando era pequeño.

—Sí, así es.

—No le recuerdo.

—¿Cómo te ibas a acordar? Eras muy pequeño.

—¿Antes era diferente?

—¿Cómo que diferente? Y yo qué quieres que te diga. Tenía menos canas y más energía. Yo qué sé.

—Quiero decir si era más feliz. No me malinterprete, es que es un poco borde.

Lo miré. Me miró incómodo, pero expectante. Lo había preguntado con tanta naturalidad que no podía pensar que lo había dicho adrede para molestarme, así que no se lo tuve en cuenta. Pero, ¿yo, borde?

—En fin, chiquillo, básicamente quiero que me ayudes en las tareas más sencillas, que son también las más tediosas. Levantar peso, pasarme herramientas, limpiar el suelo cuando acabemos... O te puedo pedir que hagas pasta, que me traigas agua, o que vayas a buscar plantas y frutas. A veces me encargan alguna pintura, tú me puedes ayudar a preparar la pintura, o las telas... Y se sobreentiende que te pediré más de una vez que poses para los bocetos. ¿Tienes alguna pregunta?

—Eh... No, de momento, no.

—Un marco la hora, luego ya veremos.

—Me parece bien.

Lo observé con detenimiento. Un marco era poco, justo para trabajos de ayudante. Lo que me inquietaba era qué necesidad tenía un chico como él de trabajar, con una familia rica, con dieciocho años y cero compromisos. Me preocupaba que no se lo tomara en serio.

—¿Y no prefieres irte con tus amigos, después de estar toda la semana estudiando?

—No, ya salgo por la noche. Por las mañanas no tengo nada que hacer.

—Pero tampoco te hace falta el dinero.

Se encogió de hombros.

—Mis abuelos dijeron que podía aprender de usted. No pierdo nada por probar.

—¿Y tu abuelo no te necesita en la sastrería?

—No, le ayudaba, pero está bien. Creo que prefiere que venga a trabajar aquí. Al fin y al cabo fue él quien me lo sugirió.

Asintiendo, le di la ultima calada a mi cigarro y lo apagué. Fui a coger el bastón y Stefan se levantó antes que yo para alcanzármelo. Sorprendido, le di las gracias con la mirada. Bueno, se lo agradecí por dentro. Con eso basta.

—¿Puedo preguntarle algo personal?

—No.

—¿Qué le ha pasado en la pierna?

—¿Qué pierna?

Stefan señaló con la mirada la derecha, la coja.

—¿Es de nacimiento o...?

—¿A ti qué te importa? —dije. Se quedó mudo un momento. Qué paz. ¿No iba a insistir?—. Un accidente cuando tenía tu edad.

Levantó la cabeza, conforme con la respuesta.

Ya en el taller, antes de dejarme explicarle nada, comenzaron de nuevo las inquisiciones.

—Oiga, ¿y cómo es que empezó a trabajar para mi abuelo?

—Caray, ¿tú no paras? Haces más preguntas que un inspector. Mira, quizá no se te dé tan mal lo de gendarme.

Esperó paciente. O quería que le respondiera o lo había intimidado. Por si acaso:

—El trabajo me lo encontró Christopher Schwarzschild. Necesitaba dinero, me presentó a tu abuelo y trabajé con él una temporada. Pero en fin, estuve poco.

—¿Por qué? ¿No le gustaba?

—No, no es eso... ¿No te lo ha contado tu madre? —Pensé que Mary habría aprovechado todas las ocasiones para despellejarme. O pudiera ser que el chico supiera más de lo que mostraba, pero negó con la cabeza—. Pues nada, eh... Bueno, no me acuerdo muy bien, fue hace mucho tiempo. Supongo que porque empecé con la pintura y pude dejar el trabajo.

—Es una historia muy poco interesante.

—Pues no te daré más cigarrillos. Hala, vamos a trabajar.

Stefan me sorprendió para bien. Creía que intentaría escaquearse en cuanto pudiera, que trabajaría sin ganas o que tendría que perder demasiado tiempo explicándole lo que debía hacer y dándole directrices a cada tanto, como hubiese pensado de cualquier chico de su edad. Pero olvidaba que él ya había ayudado antes a su abuelo, y aunque la faena era diferente, se desenvolvía con soltura.

Trabajamos sin descanso durante toda la mañana, le di algunas tareas tales como pulir los escalpelos, limpiar los pinceles y ordenar las pruebas de arcilla en sus estanterías. Además, me ayudó a transportar del almacén hasta el taller un nuevo bloque de piedra de dos metros de ancho por uno y medio de alto con el que iba a realizar otra escultura para un cliente especial: el nuevo sacerdote Peter Schäfer. Fue Vanda quien había intermediado con él, por lo que no tuve que verle la cara, y si no hubiese sido por ella, no sé si habría aceptado el trabajo. Que alguien tan importante como Peter Schäfer me pidiera un encargo debía ser todo un honor, pero este había sido un Moisés para el panteón familiar, ahora que su tío Mathius Schäfer, el anterior sacerdote, había muerto. Fallecido. Lo que sea.

El Moisés representaba la liberación del camino hacia la sabiduría y la individualidad, y yo no creía que ningún miembro de la Iglesia recogiera tales atributos. Me irritaba participar en su hipocridad creando la imagen falsa que querían transmitir al pueblo. Y hubiese cancelado el contrato que Vanda ya había firmado con él de no ser porque tenía razón en algo: a ella tampoco le gustaba mediar con ese bastardo, pero mientras no hubiesen más encargos, nosotros no nos podíamos quedar parados. Y trabajar para la Iglesia nos brindaba una oportunidad de visibilizar mis obras que no era nada desdeñable.

—Bueno, ya tengo los bocetos, así que hoy no te voy a poner a posar con una toga, qué lástima. Mira, te voy a explicar cómo se empieza con la piedra.

—¿Va a hacer esto? —preguntó sosteniendo la prueba de arcilla vencedora. El Moisés semiacostado con su lustrosa barba mecida por el viento y el fuerte pecho al descubierto, levantando su bastón sagrado prometiendo la libertad del pueblo.

—Sí, por desgracia hoy voy a tener que bajarme los pantalones —dije comenzando a marcar la piedra.

—¿Por qué dice eso?

Stefan me miraba curioso, inmóvil, descolocado. Trataba de entenderme y procuré calmarme para encontrar las palabras adecuadas, porque a mí el tema de la Iglesia me pone de mal humor y no se puede hablar conmigo.

—¿Vas a menudo a la misa?

—Todos los domingos con mi familia —dijo en tono neutro.

—¿Y tú qué opinas?

—Que es de lo más aburrido.

—Vaya respuesta más inútil. ¿Qué piensas de la religión?

Se encogió de hombros.

—Yo solo pienso que hay cosas que no se pueden explicar. Pienso que está bien porque te dice cómo obrar correctamente. Mucha gente haría cosas malas si no fuera porque le temen a Dios o a ir al Infierno.

—¿Y qué entiendes tú cuando hablas de "cosas malas"? Muy bien eso de educar a las personas con el miedo, y no con el entendimiento, así podemos hacer de ellas lo que queramos. ¿No crees que puedes estar sugestionado por lo que dice el sacerdote, como si él tuviera la verdad absoluta? El humo de los inciensos deja embotados a los corderos que os sentáis en esos bancos, cantáis y no sabéis ni lo que decís. ¿De verdad piensas en lo que cantas? ¿De qué hablan esas canciones, eh?

Stefan se quedó anquilosado, boca prieta, ojos grandes y confundidos. Hala, ya había hablado demasiado. Y yo qué sé, señor Bauer, voy con mi familia desde que tengo memoria.

—Olvídalo, tampoco espero que te hayas formado una opinión. —Y, para mí mismo, y para cambiar el tema que lo había dejado paralizado como una estatua de hielo, añadí—: Ojalá no tuviera que hacer estas cosas para ganarme el pan, pero cuando trabajas para un cliente tienes que olvidarte de tus creencias.

Stefan, pobre, buscando alguna respuesta que pudiera sacar a flote su autoimagen hundida por mí:

—¿Por qué no mete algún mensaje subliminal? Ya sabe, algo con lo que se pueda burlar pero que los demás piensen que significa otra cosa más buena. No sé si me explico. Lo aprendí en literatura, hay poetas que lo hacen: dicen una cosa que parece que halague a la persona a quien se lo dice pero en el fondo la están criticando.

Lo miré, impresionado —pero sin pasarse—. Había dicho algo muy perspicaz. Pensé que su entendimiento no alcanzaba a tanto, pero me había dado una gran idea a la que ni yo mismo había sido capaz de llegar. Podía hacer que entre su toga se mostrara el trasero o, que en la mano que agarraba el garrote, se extendiera con disimulo el dedo corazón. Lo que fuera; podría decir «esto es mentira» con sutileza y, aunque nadie más se diera cuenta, yo me habría quedado tranquilo con mi conciencia.

—Stefan, como me suspendas la asignatura te voy a dar un tortazo.

Al principio me miró con cara de espanto: «¿qué he hecho ahora?», pero dejé entrever una tenue sonrisa y se relajó, sonrió orgulloso de su propuesta y compartimos un momento de complicidad.

Continue Reading

You'll Also Like

12.1K 277 22
Hay un Dicho muy conocido "𝘏𝘢𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳𝘭𝘦 𝘮𝘢́𝘴 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘢 𝘓𝘰𝘴 𝘷𝘪𝘷𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘰𝘴" pues el hombre es el...
6.8M 685K 22
Tercer libro en la Saga Darks (2021) Portada: BetiBup33 design studio.
3.2K 180 23
Zarek Andire, un poderoso demonio que vino a la Tierra una vez más a causar terror y descontento a la raza humana, sus propósitos son claros: dominar...
890K 34.9K 111
-Eramos mejores amigos, pero yo sentía algo más ¿acaso no te diste cuenta? Esta es la historia de una adolescente de 16 años que se enamora de su mej...