Humo

By DhalyaSweet

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Más de trescientos años hace que la niebla no deja ver las estrellas. Desde entonces, los soldados de Engelsd... More

Nota
Dedicatoria
Primera parte: Ciudad de las Sombras
Capítulo I. Un sueño cautivador
Recuerdo I. La puerta del muro
Anexo I. Monstruos en el bosque
Anexo II. La familia Schwarzschild
Capítulo II. Vieja amistad
Recuerdo II. El Cuento del Bosque
Capítulo III. La familia no se elige
Recuerdo III. Primera prueba de valor
Capítulo IV. Dejarse llevar no cuesta nada
Capítulo V. Una grata sorpresa
Anexo III. La familia Schneider
Recuerdo IV. Dios te mira pero no te ve
Capítulo VI. Debería haber empezado por aquí
Recuerdo V. Humo en el comedor
Capítulo VII. Una mala noche
Recuerdo VI. El ángel
Recuerdo VII. ¿Dónde están esas estrellas?
Capítulo VIII. Una buena noche
Capítulo IX. Complejo, complicado sentimiento de culpa
Capítulo X. Ahora sí: aquí empieza
Recuerdo VIII. El demonio
Capítulo XI. Entre el Cielo y el Infierno
Recuerdo IX. Imaginaciones de un niño
Capítulo XII. El Limbo
Recuerdo X. Un niño gritaba
Recuerdo XI. Darek
Capítulo XIV. Castigo
Capítulo XV. Colapso
Capítulo XVI. Donde la niebla parece más densa
Recuerdo XII. Ciudad de las Sombras
Cuestionario 🕯️
Segunda parte - Prólogo
Capítulo 1. Enfrentarse a los demonios
Recuerdo 1. Las puertas que no deben abrirse
Capítulo 2. Los problemas que nunca terminan
Recuerdo 2. Lo que no hay que conocer
Capítulo 3. En quien no se puede confiar
Anexo 1. Asalto al Infierno
Recuerdo 3. Observar aves
Capítulo 4. Viejas amistades
Recuerdo 4. El último funeral
Recuerdo 5. Cuidado con los lobos
Capítulo 5. El pretendiente de Elena Fürst
Capítulo 6. Almas gemelas y otros cuentos

Capítulo XIII. La enésima reconciliación

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By DhalyaSweet

Noviembre, 341 después de la Catástrofe

Darek no había muerto, pero deseé que lo estuviera. Deseé no haber hablado nunca con él otra vez y, ya de paso, poder borrar su recuerdo de mi memoria. Me seguía atormentando incluso después de haberse ido. Y lo peor es que no se había ido en realidad.

Me desperté en el pasillo, frente a la puerta por donde había entrado al Infierno. Vi la cruz que me había prestado Peter y que el demonio me había hecho quitarme y me reí.

«No he cambiado para nada, todo me sale mal».

Tras un momento de agonía, cogí la cruz y me incorporé, mareado y débil, y volví a mi taller. Había fracasado estrepitosamente —tal y como era de esperar—, pero en ese momento me daba lo mismo. Lo único que quería era llegar al taller, lavarme la cara y acostarme.

Cuando salí del Subsuelo estaba lleno de ira. Durante el camino no pude dejar de sentirme estúpido, porque aunque ya sabía que no era buena idea volver a verle, en el fondo me había ilusionado saber que no podía librarme, porque una parte de mí quería que las cosas volviesen a ser como antes, recordar el pasado y retomar el contacto con él.

«Pero, qué idiota eres, ese monstruo con su cara no es él. Nunca volverá. No habrán más domingos de misa esperando a que salga, no volveréis a tumbaros en la hierba juntos, como antes. Eso ya se ha terminado. Darek está muerto».

En cuanto llegué al taller enganché el bastón en el primer sitio que encontré y me senté en la cocina. Me agarré la cabeza y me froté la cara, intentando tranquilizarme, y volví a levantarme para hacerme una infusión.

Los utensilios limpios estaban apilados en la encimera y, cuando tiré del asa de la tetera para extraerla del fondo de la pila, se cayeron los cazos, sartenes, vasos y platos al suelo y armé un estropicio.

Entonces exploté en cólera, lancé la tetera por los aires, le di al Moisés de Peter y le rompí la nariz.

«Mierda». Fue todo lo que podía pensar en aquel momento.

Fui a comprobar la gravedad de mi metedura de pata. El mármol resistió bastante bien el golpe, pero había hecho un buen boquete notable desde la distancia. Retiré los restos hechos arenilla, había quedado un feo hueco en un costado y la punta de la nariz.

Me eché una mano a la cabeza. «¿Y ahora qué?» No quería hacer eso. Llevaba casi tres meses trabajando en ella, ya había solucionado lo de la hoja, y ahora esto. Quise echarle la culpa al demonio, pero sabía que había sido todo por mi reacción desmedida. Y aunque podía haber existido una posibilidad de arreglarlo, en ese momento estaba tan angustiado, nervioso y fuera de mí que no era capaz de verla. Así que me eché al suelo y, hecho un ovillo, apreté los dientes para contener la profunda rabia que corría dentro de mí y, cuando se extinguió, fui capaz de pensar con claridad.

Entonces me levanté. Respiré hondo en cada movimiento. Y antes de separarme de la estatua, no sé qué me pasó, tuve el impulso incontrolable de golpearla repetidamente hasta que me sangraron los nudillos y me eché a llorar.

Volví a la cocina, recogí el estropicio entre lágrimas y encendí los fogones para prepararme la infusión. Mientras esperaba a que se calentara el agua, vertí un chorro de vodka en un vaso y me lo bebí de un trago y, no habiendo quedado satisfecho, le di otro trago a la botella.

La sensación de desespero no desaparecía. Con la ultima lágrima, eché un vistazo a mi alrededor, y como una sugerencia mi vista se topó con un refulgente cuchillo afilado. Supe en seguida lo que tenía que hacer, y me dirigí cojeando hacia el almacén, donde guardaba, bajo una sábana, el último recuerdo bueno que conservaba de Darek.

Cuando retiré la sábana y descubrí el retrato, sus ojos negros me miraron otra vez, pero no eran ni de lejos los que había visto en el Subsuelo. Cualquier otra persona hubiese interpretado el gesto de su rostro como una mirada de desinterés, con notas de desprecio debido a la curvatura profunda de la comisura de sus labios y la nariz ligeramente arrugada. Pero yo le conocía lo suficiente para ver en ese gesto una media sonrisa, una expresión plácida de aquellos días de sincera, límpida, sencilla amistad.

Aunque lo conociese frío y distante, ahora que lo volvía a mirar en el cuadro me parecía mucho más amable. Me vino a la memoria el recuerdo de aquellos días en el taller, nosotros dos solos. Después de tanto tiempo insistiéndole al final conseguí que me dejara pintarlo. Pero lo rehuí, lo excluí de mi mente y cerré la puerta.

Levanté el cuchillo. Y me despedí de Darek para siempre. Y de lo que había significado para mí.

Al día siguiente, David me sorprendió con su visita. No puedo decir que no me alegrara de verle, aunque seguía conservando cierto resentimiento y recelo.

—¿Podemos hablar? —preguntó con tono moderado.

Lo invité a pasar sin mucho esfuerzo, ya estaba cansado de pelearme con el mundo. Aquel día habría dejado pasar incluso a Hugh si se hubiese levantado de su tumba y hubiese querido hacer las paces conmigo.

David se quedó observando todo a su alrededor, asintiendo con sutileza y una mirada de aprobación. Nos sentamos en la cocina con la confianza de dos viejos amigos y me encendí un cigarro mientras lo invitaba a un té caliente. No se andó por las ramas.

—Mik, siento lo de la otra noche. Sé que es un tema delicado para ti. No tenía derecho.

—No pasa nada.

—Entiendo que no quieras hablar con él, no tienes por qué hacerlo. Solo espero que podamos empezar de cero.

—Ya lo he hecho.

Por su expresión —los ojos bien abiertos, las palabras a medio decir—, supe que le había pillado por sorpresa.

—¿Y cómo ha ido?

—Bien —dije y me encogí de hombros.

—¿Qué te ha dicho?

—Que quiere verme sufrir y que no va a decir nada. Habrá perdido su alma, pero sigue siendo tan encantador como siempre.

—Vaya. —David apartó la mirada para pensar. Posé mis ojos sobre él durante la espera.

—¿Qué vas a hacer ahora?

Negó con la cabeza y apretó los labios.

—No tengo ni idea. Pediré que se convoque un consejo, lo mejor sería que acabáramos con los vacum antes de que intenten algo contra nosotros, pero sé que no me van a escuchar.

Por algún motivo, aquella posibilidad me produjo un retortijón. Perder a lo que quedaba de Darek significaba muchas cosas malas, como, por ejemplo, no llegar a saber nunca qué era lo que trataba de recordar y me impedía dormir con tranquilidad.

—No, no creo que sea una buena idea.

David me miró con atención, desconcertado. Arrugó las cejas y ladeó la cabeza.

—No me digas que tú también crees que deberíamos conservarlos.

—Relájate. Creo que puedo sacarle información. Mientras el cuerpo de Darek siga existiendo, tenemos una oportunidad.

David volvió a su posición —pecho fuera, cabeza alta— y cogió su taza de té, sin llegar a beber, solo para seguir sintiendo que todavía tenía el control sobre algo.

—De todas formas, no voy a poder convencer a nadie. Por algún motivo, al capitán le interesa mantenerlos.

—¿Recuerdas que el padre de Darek estuvo controlado por un demonio antes de quedarse huérfano?

Mi compañero me miró con curiosidad y asintió dudoso.

—¿Por qué lo dices?

—¿Cómo se llamaba?

—¿El demonio? Me parece que era un patiens.

—Los devoradores de sufrimiento —dije para mí mismo.

—Correcto. Pero no te sigo, ¿qué quieres decir?

—Tengo la impresión de que el mismo demonio que poseyó a su padre sigue vivo dentro del cuerpo de Darek.

—¿Tú crees? ¿Tantos años? Me parece que los demonios etéreos no sobreviven a la luz, y que yo recuerde, Darek podía salir por el día.

—¿Y si se hubiese quedado en el fondo? Tal vez, dentro de la mente... No sé si es posible, tú entiendes de demonios mejor que yo. Pero sé que Darek tenía muchas pesadillas, y hacía sufrir a los demás a su alrededor; no era capaz de controlarse.

—Pero eso es porque Darek siempre fue un sociópata mal integrado.

—¿Y si no era un sociópata, como dices? —planteé con desdén—. ¿Y si tenía un demonio dentro, que, por algún motivo, ha sobrevivido incluso después de haberse convertido en un vacum?

—¿Un demonio dentro de un demonio? Sería curioso.

Tal vez improbable. Quizá solo estaba tratando de convencerme a mí mismo de que Darek no había hecho todas aquellas cosas, que no era él quien había pronunciado todas aquellas palabras hirientes, sino un demonio en su cuerpo con hambre de sufrimiento. Creí hallar el motivo por el que resultaba ligeramente diferente de los otros vacum. Y creí en ello, incluso ante la atenta mirada de David en la que se adivinaba que me tomaba por ingenuo.

—Cuando hablé con él, había algo diferente de los otros vacum. Estaba sonriendo y dijo que quería hacerme sufrir. No es posible que los vacum tengan sentimientos.

—Ningún demonio los tiene —aseguró—. Pero dicen que esos actúan por impulso. ¿Te ha leído la mente, a que sí?

Lo miré interrogante. David asintió con gesto de obviedad.

—No sé cómo lo hacen, pero saben lo que pensamos. Y no me parece extraño que te dijese aquello para asustarte, yo ya sabía que sería difícil que te contara alguna cosa, ningún demonio va a darte la oportunidad para que lo destruyas. Es instinto de supervivencia.

—¿Quieres decir que era todo actuado?

—Es la única explicación.

—Vale, entonces, ¿cómo lo hacemos para que me diga lo que quiero saber?

David sonrió muy ligeramente, casi de forma inapreciable. Al final no pudo contenerse y exhibió una amplia sonrisa.

—¿Por qué sonríes? —pregunté, ajeno a su alegría repentina.

—Esto me recuerda a nuestra época de justicieros. ¿Te acuerdas de adolescentes, cuando planeábamos descubrir los secretos del pueblo?

—Aquello me valió una pierna.

—Es genial que volvamos a estar en el mismo bando.

—No vayas a ponerte sentimental ahora. Todavía no te he perdonado.

David sonrió con gesto provocativo.

—De todas formas, me alegra que volvamos a ser amigos.

—Bueno, no he dormido mucho y estoy hecho polvo, dejaría entrar a mi casa incluso a Dios ahora mismo.

—Sabes cómo hacer que alguien se sienta halagado, ¿eh?

—Venga, responde a mi pregunta. ¿Cómo vamos a hacer para que Darek me cuente lo que quiero? Tú eres el que sabe cómo manejar a las personas.

Torció el gesto con reproche, me satisfizo que supiera que no podía replicar. Continuó con seriedad:

—Él no es una persona. Y yo mato demonios, no me relaciono con ellos. Mi padre lo invitaría a comer y le diría todas las buenas cualidades que ve en él hasta encontrar el momento en el que esté más dispuesto, pero no creo que eso funcione con un vacum. Mi estrategia, en cambio, sería torturarlo, pero estos no hablan ni aunque les arranques los miembros uno a uno. Aunque me has hecho pensar, tío, y creo que eso de un demonio dentro de otro demonio podría ser posible. Debemos tener en cuenta todas las posibilidades. ¿Por qué no hablas con Peter? Dicen que un sacerdote puede liberar a los demonios que invaden un cuerpo, tal vez él pueda hacer algo.

—¿Peter? No, no va a ayudarme.

—¿Por qué no?

—Aunque no fuera el primero en su lista negra, no me ayudaría. No le importan los demás, no ayudó a Darek cuando le dije que estaba en peligro, no le importó saber que dejaba a un niño en manos de un demonio. ¿Por qué iba a hacer algo ahora por él?

—¿Te refieres a la noche que murió su padre?

—Sí. Le dije que creía que Darek estaba en peligro, y no me hizo caso. Solo se le ocurrió pegarme y amenazarme. Encima que le advierto.

—Mik, es que esa noche Peter fue a mi casa.

Fruncí el ceño, David asintió con rotundidad.

—Te lo juro, tío. Habló con mi padre. Dijo que su plan era que Darek volviera a la escuela para sacarlo de casa, para que no viera lo que iban a hacer con van Duviel. Pero como no fue, le dijo a mi padre que tendrían que hacerlo al día siguiente. Creo que lo interpretaste mal.

—¿Hacer qué?

—Sacarle el demonio. Tenían que hacerlo por el día. Pero claro, ¿quién se iba a imaginar que se mataría él mismo esa noche?

Eché la mirada hacia el suelo, pensando. Así que, si no hubiera sido un ansioso y no hubiera decidido salvar a Darek por mi cuenta, Peter habría podido quitarle el demonio al señor van Duviel y todo se habría arreglado. «¿Qué he hecho?»

Durante tantos años pensé que, si Peter me hubiese prestado más atención, nada de aquello habría pasado. Y me desmoroné al darme cuenta de que la culpa había sido mía, por meterme donde no debía, por intentar cumplir una tardea para la que no estaba capacitado.

—Entonces, si no hubiese ido a su casa esa noche, su padre no habría muerto y Darek no habría sufrido tanto. El patiens que llevaba dentro van Duviel habría dejado de existir, ahora todo sería mucho más fácil.

—Mik, no hiciste nada malo.

—Metí la pata. Peor: por mi culpa su padre murió y Darek se quedó con un trauma de porvida.

—No, intentaste salvarle. Tuviste mucho valor. ¿Quién dice que las cosas hubiesen sido diferentes? ¿Y si Peter no hubiese conseguido quitarle el demonio sin tener que matarlo?

—Al menos no habría sido tan violento.

—Darek seguiría siendo un desgraciado. Igual no habría cambiado nada. Y, venga, ahora no vayamos a lamentarnos por las cosas del pasado. El presente es que ahora es un demonio que sabe cosas, y tenemos que conseguir como sea que nos las diga. Ve a ver a Peter, si quieres te acompaño. Ojalá solucionemos el problema. Tendré pruebas para demostrar que es mejor acabar con ellos.

...

Fui a su casa con la excusa de devolverle el rosario. Por si te lo estabas preguntando, no se alegró de verme. No me dedicó una sola palabra. Me abrió, me sostuvo la mirada con su más notable agriedad, así con sus arrugas de hombre curtido, y cuando le extendí el rosario lo cogió. Ni un gracias siquiera. Estuvo apunto de cerrarme la puerta si no fuera porque entrometí el bastón entre él y sus intenciones.

—Tenemos que hablar de Darek.

Con la misma frialdad, abrió un poco, lo suficiente para darme a entender que no tenía ganas de dejarme entrar.

—Creo que podría tener un demonio dentro. Necesito que le vea y, si estoy en lo cierto, que se lo saque.

Hizo un gesto parecido a una sonrisa torcida, con desprecio. Le hacía gracia y no disimuló en hacerme saber que me encontraba ridículo.

—Eso es imposible. El único que tiene un demonio dentro eres tú.

—Aun así, no pierdes nada por asegurarte —dije en el colmo de mi paciencia, ya había aguantado demasiadas faltas de respeto—. Está en riesgo la vida de los soldados. Tengo que sacarle información a ese demonio como sea. Si no me ayudas, estarás interfiriendo en una misión de suma importancia. ¿Podrás vivir con eso si al final los vacum se salen con la suya?

Soltó una carcajada.

—¿Y tú, puedes vivir sabiendo que interferiste en una misión y destrozaste la vida de un niño? Sí, te hablo de esa noche. Si hubieses obedecido en vez de entrometerte Darek no habría sufrido las consecuencias de tus actos. Tú eres el único responsable de lo que hizo, de que esté donde esté. No te bastó con destrozar su infancia, lo fuiste corrompiendo hasta que no fue capaz de vivir con tanta oscuridad.

Sus palabras me dejaron con un clavo ardiendo en la garganta y no fui capaz de responder. Peter se quedó satisfecho con ello y aprovechó mi indecisión para terminar la charla y cerrarme la puerta.

Y así fue como quedé con él: con un intento frustrado y un golpe directo a mi amor propio.

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