Hermosa Ante Mis Ojos

By MarlyyGrey

668K 39.5K 4.7K

¿Qué pasa cuando encuentras a esa persona que tanto tiempo has esperado? "Él" Un multimillonario exitoso. A... More

(0)
(1)
(2)
(3)
(4)
(5)
(6)
(7)
(8)
(9)
(10)
(11)
(12)
(13)
(14)
(15)
(16)
(17)
(18)
(19)
(20)
(21)
(22)
(23)
(24)
(25)
(26)
(27)
(28)
(29)
(30)
(31)
(32)
Aviso
Nota
(33)
(34)
(35)
(36)
(37)
(38)
(39)
(40)
(41)
(42)
(43)
(44)
(46)
(47)
(48)
Final
Epílogo
Agradecimientos

(45)

9.9K 668 76
By MarlyyGrey


—¿Dos? —pregunto en un hilo de voz.

Siento el apretón de mano de mi nena, pero mi vista está centrada en el rostro de la doctora quien sonríe serena.

—Exactamente. —Mi corazón intensifica su latir. El aire ha abandonado por completo mi sistema.

—Christian. —Desvío la mirada hacia Anastasia al escuchar su voz baja y temblorosa.

Sus lágrimas no se han hecho esperar y me inclino hacia ella para besar sus labios con afán. Cada centímetro de mi cuerpo es recorrido por una sensación de felicidad inexplicable. Las palabras no abarcan lo que me hace sentir saber que son dos los frutos de este amor, que aún con obstáculos, ha salido vencedor.

—Dos, nena —susurro sobre sus labios agitado por privar a mis pulmones del aire que exigían—. Son dos, amor. Dos. —Mi voz se quiebra por la intensidad y sobrecarga de los sentimientos que me cubren. Recargo mi frente con la suya intentando controlar las ganas de llorar, pero de felicidad. —Dos —susurro nuevamente.

Me separo para ver sus ojos. Limpio sus lágrimas dejando besos en ambas mejillas.

—Puedes volver a vestirte. —La voz de la doctora nos interrumpe. Me incorporo y la miro. Me sonríe con ternura. —El amor salta a la vista en ustedes y es excelente ya que se los transmiten a esos bebés los cuales estoy segura esperan con mucha ansiedad. Felicidades, serán unos excelentes padres. —Me hincho de orgullo al escucharla.

Asiento sin poder hablar. Sale dejándonos completamente solos. Ayudo a mi nena y sin darle tiempo vuelvo a tomar sus labios en un beso fuerte y desenfrenado. No es el tipo de ansiedad sexual que ella despierta siempre. Es felicidad absoluta que busco controlar a través de sus labios.

—No lo puedo creer —susurra sobre mis labios. Acaricia mis mejillas con sus suaves manos las cuales incrementan mis sensaciones erizando cada vello de mi piel. Copio su gesto limpiando al paso el rastro de lágrimas que no dejan de caer.

—¿Y todavía te preguntas porque te amo? —La miro directo a los ojos. —Me estás haciendo el hombre más feliz del mundo en estos momentos y lo quiero para toda la vida, nena. —Enreda sus manos en mi cuello en un abrazo. Cierro los ojos disfrutando del mismo. —Te amo, nena. Maldita sea, te amo y no te imaginas cuanto, Anastasia.

—Lo sé, porque es lo mismo que siento por ti. —Limpia sus lágrimas.

—Termina de vestirte. Te espero afuera con la doctora. —Asiente.

Beso sus labios antes de salir. La doctora me informa que todo está bien y me entrega dos recetas explicando que son vitaminas y fórmula de hierro. Le pregunto sobre los cuidados a tener en cada aspecto, sobre todo en el sexo, ya que aún conservo la inquietud por haberla golpeado durante el acto.

Mi nena regresa perfectamente vestida y salimos dando por terminada la cita. No se ha borrado por ningún motivo la sonrisa que mantienen mis labios y no es para menos. Ser padre de un bebé me llenaba de alegría y satisfacción. Me confirmaba que la familia que deseaba construir estaba cerca, pero ahora con dos me asegura por completo lo real que será y que sólo debo tener paciencia.

Pasamos a un restaurante a almorzar en donde acordamos reunirnos con Elliot y Kate.

—¿Me puedes sacar de dudas en porque estás tan feliz? —pregunta mi hermano.

Miro a mi nena sonrojada e igual de feliz.

—¿Tu o yo? —Se encoge de hombros bajando la mirada a su plato a medio comer.

—Tú —susurra volviendo la mirada a su amiga que la mira con una ceja arqueada.

Tomo su mano por encima de la mesa.

—Hoy fue la primera cita de Anastasia y pude escuchar el corazón de mis bebés. —Kate frunce el ceño.

—¿Dijiste bebés? —pregunta dudosa.

—¿Cómo qué bebés? —Ahora es mi hermano quien se muestra confundido. 

Vuelvo la mirada a Anastasia y beso sus labios castamente.

—Así es. Seremos padre de dos bebés completamente sanos. —Los miro.

El rostro de mi hermano se torna contradictorio ya que está sorprendido, pero la sonrisa que mantienen sus labios deja claro que lo siguiente será un comentario fuera de lugar como solamente él lo sabe hacer.

—¡Joder! —chilla Kate llamando mi atención—. Seré doblemente tía. —Sonrío.

—Baja la voz, por favor —la reprende Anastasia.

Pone los ojos en blanco.

—Vaya, hermano. Sin duda eres el paquete perfecto. —Lo miro sin expresión ya que tanto halago viniendo de él me confunde y mantiene alerta. —Guapo, millonario y con una puntería envidiable por el mejor francotirador. —Anastasia tose ahogada con el agua por su comentario.

Lo fulmino con la mirada, pero él se carcajea ampliamente.

—¿Y ya saben que serán? —Anastasia niega recobrando la compostura.

—Es muy pronto. Para mayor seguridad recomendó hacer la ecografía después de las veinte semanas. —Aplaude emocionada.

—Esto es emocionante. Tendré dos bebés para cargar. —Arqueo una ceja.

—Hermano, saca de la miseria a tu mujer. —Niega vehemente.

—Nos falta tiempo. Por ahora que se conforme con sus futuros sobrinos y brindemos por este acontecimiento que sin duda los hace muy feliz. —Llama al mesero y le pide una botella de la mejor champagne.

Miro a mi nena sintiéndome completo. El resto del almuerzo pasa ameno entre risas, chistes y planes de Kate quien alega que será la tía consentidora. Elliot le recuerda que Mía está de por medio y entra en un debate sobre sus derechos al ser la hermana por elección de la madre.

Creo que esas dos tendrán su disputa y lo disfrutaré por primera vez.

Dentro de todo me hace feliz que mis bebés tengan a su alrededor personas que los quieran sin obligación. Creo que el saber que mi padre fingió por muchos años amarnos marco mi vida, pero me sorprende ver que aun conociendo la verdad no guardo ese odio que debería haber por aquel que me engaño. Hay resentimiento, pero hasta ahí. No me sale odiarlo y es lo que muchas veces me molesta, ser flexible en mis sentimientos.

Sonrío por un comentario de Elliot, pero mi risa cesa al mirar más allá de él donde el cristal deja ver las personas pasar. La imagen que se recrea frente a mí me sumerge en una burbuja de tensión inquietante.

—¿Qué pasa? —escucho lejana la voz de mi nena, ya que toda mi atención la tiene aquel niño que sostiene en su mano una caja de golosinas y se las ofrece a las personas que pasan y se alejan de él como si fuese una peste.

Pantalón gastado, zapatos sucios y un suéter, que debería ser negro, está en un punto cercano al gris. Pasa la mano por su cabello y rostro como si estuviera sofocado. Insiste a la siguiente pareja que pasa y lo miran con asco, para luego acelerar el paso.

Mi pecho se aflige al recordar que muchas veces pensé en mi futuro de no haber sido adoptado por mi madre y me imaginé en esa misma situación. Con ropa gastada, sucia y vendiendo cualquier cosa para poder comer. Soñando con un futuro como el de ahora, sin poder aspirar a tenerlo de haber estado en aquella condición.

Me pongo de pie ignorando a mi hermano. Taylor me observa en la entrada y con la cabeza le indico hacia donde voy. A cada paso mi corazón se acelera de una manera diferente a la normal. Inhalo profundamente cruzando la calle y me detengo frente a él, pero me sorprender ver la sonrisa que cubre su rostro...

—¿Me compraría un chocolate? —Ladeo la cabeza al escuchar su voz.

Suave, pasiva, completamente serena, y con un toque de esperanza que da un vuelco en mi pecho. Seguramente es la felicidad de ver que soy el único que, de tantas personas, una se detiene a comprarle un chocolate.

Lo analizo rápidamente comprendiendo por qué no se le acercan. Su cabello castaño oscuro está revuelto y pequeños flecos caen por su frente húmeda. Su piel es clara resaltando el color ámbar de sus ojos que han dejado aquella angustia que tenían por no vender nada de aquella caja que sostienen sus manos.

—¿Cuántos años tienes? —pregunto cuando encuentro mi voz, y, aun así, ha sonado ronca producto de la opresión que mantiene mi pecho.

Borra aquella sonrisa que conozco a la perfección. Esa que finges ante un cliente, socio o en momentos especiales, aunque tu vida sea una verdadera mierda; Retrocede dos pasos asustado.

—Yo... —Lo interrumpo al ver su rostro tornarse nervioso.

—Tranquilo, no te haré nada malo. —Levanto mis manos en señal de paz. Sus ojos se desvían a mi derecha e instintivamente miro a mi nena junto a mí. Vuelvo la mirada hacía él. —Me llamó Christian, y te aseguro que no te haré daño. —Su mirada expresiva me deja ver duda. —Mira, ella es mi novia Anastasia. —Le señalo a mi nena la cual le sonríe con ternura.

Centra su mirada en ella fijamente y asumo que se debe a su rostro tierno. Además de hermosa, proyecta esa dulzura que doblegaría a cualquiera.

—Hola. Soy Anastasia, ¿y tú? —Le tiende la mano que él mira, para luego alternar su mirada en su rostro, su mano y yo sucesivamente. 

—Noah —susurra con temor correspondiendo al saludo tan rápido que pareció inexistente.

—Tienes un nombre hermoso, Noah —Dice mi nena—. He escuchado que vendes chocolates. A mí me encantan los chocolates, ¿puedo comprarte uno? —Asiente frenéticamente. Toma uno y se lo entrega, cuando intenta buscar dinero la detengo.

Inhalo profundamente sacando un billete de cien dólares de mi cartera, para luego bajar hasta ponerme a su estatura.

—Quiero que te quedes con el cambio. —Le entrego el billete. Lo toma, abre sus ojos como platos analizandolo de ambos lados.

—¡Guao! —exclama impresionado—. Son cien dólares. —Posa sus ojos en mi emocionado, pero nuevamente aquella expresión cambia. —No puedo. —Me devuelve el billete. —Es un dólar, Señor. —Suspiro pesadamente.

—Sé que puedes, Noah.

—¿Cuántos años tienes, cariño? —dirige su mirada hacia Anastasia.

—Ocho —musita y se sonroja cuando mi nena le sonríe ampliamente. 

¿Ocho años?

¿Ocho años y debe trabajar para subsistir?

Lo peor de todo es que no aparenta la edad que tiene. Su estatura podría asegurar que corresponde a niños de entre diez a doce años.

—¿Ya comiste? —Niega a la pregunta de mi nena.

Me pongo de pie y la miro. Sé lo que intenta y me sentiría malditamente feliz de su ayuda en este caso ya que al parecer Noah le ha tomado una leve confianza.

—No. Tengo que vender mis chocolates. —Es la frase más larga que ha dicho, sorprendiéndome lo seguro que se volvió al decirlas.

—Puedes hacerlo luego de almorzar con nosotros. Estamos en el restaurante de en frente. —Lo señala.

Lo mira para luego negar frenéticamente.

Pienso rápidamente en algo para convencerlo.

—Hagamos un trato. —Vuelve su mirada hacía mí. —Nosotros queremos que comas con nosotros, y tú quieres vender todos tus chocolates. —Arruga una de sus cejas y el gesto me hace sonreír. —Yo te compro todos los chocolates para mi novia, si vienes a comer con nosotros. —La mira.

Parece pensarlo.

—Noah —le llamo—. ¿Tienes hambre?

Asiente tímidamente. 

—Entonces vamos, Cariño. Luego podrás regresar a casa. —Parpadea repetidas veces al escuchar esas palabras, confirmando lo que supuse.

Es un niño de la calle.

¡Joder!

¿Cómo puede una madre abandonar a sus hijos?

Tomó la mano de mi nena con timidez lanzándome una mirada de ternura que debilitó por completo mi cuerpo. Pasé junto a Taylor recibiendo un asentimiento de aceptación por el hecho.

—¿A dónde crees que vas, mugroso? —lo detiene el anfitrión del restaurante, quien se mantiene furioso. Levanta la mano llamando al chico de seguridad que se mantiene junto a Sawyer. —Jacob, saca a esta basura del restaurante antes que los clientes se alarmen. —Posa sus ojos en mí. —Lamento esto, Señor —se excusa.

Una ola de ira corre por mis venas al ver su actitud insensible frente a un ser indefenso. Me acerco a paso apresurado y lo tomo por la solapa de su saco de vestir. Su rostro es la viva imagen del temor.

—Christian, ¡Por Dios! —me llama Anastasia, pero ya es tarde.

—Escúchame muy bien maldito imbécil. Ese mugroso al que intentas sacar de este restaurante viene conmigo. —Abre los ojos como platos. —¿Sabes quién soy? —intenta replicar, pero lo freno. —Christian Grey, idiota, y si él no es bienvenido en este maldito restaurante, el cual puedo comprar y vale más que tú, tampoco lo soy yo y mi familia. —Nunca me ha gustado presumir de quien soy, pero lo hago con él para que sienta lo mismo que siente en estos momentos seguramente Noah por la humillación que le ha provocado, por el simple hecho de vestir con ropa desgastada.

—¿Qué sucede? —pregunta otro hombre, mientras él seguridad intenta alejarme del idiota. Lo suelto a regañadientes. Miro al hombre y lo reconozco inmediatamente. Nos conocimos en Nueva York en uno de su amplia cadena de restaurantes. —¿Christian? —Me mira con el ceño fruncido.

—Lamento este espectáculo, Henry, pero tu empleado le ha negado la entrada a un niño que viene conmigo, luego de humillarlo quizás llegando a provocar un daño psicológico en el mismo. No puedo creer que en este siglo las entradas a los lugares se rijan por la clase social y la vestimenta. —Miro al anfitrión con furia. —¿Tenía que vestir de marca para que lo dejaras entrar? ¿Debe ser figura pública? —Mira a su jefe, el cual le lanza una mirada severa.

—Lamento mucho todo esto, Christian. Te aseguro que lejos de ello busco personal que agredan verbalmente a un niño. Lamento el inconveniente y te ofrezco pasar y que la cuenta corra por la casa. —Niego.

—Sabes que eso no lo voy a permitir, pero no quiero que esto empañe el almuerzo con mi familia. —Asiente aliviado.

—Así será. —Mira a su alrededor. —Adriana será quien los guie nuevamente a su mesa. —Asiento.

Miro hacía mi nena que sostiene a Noah con firmeza de sus brazos. Me acerco a ellos.

—Vamos, pequeño. —Le indico que entre, pero niega vehemente claramente asustado.

—No, señor. Deme el dólar y con él podré comer. —¿Comer con un dólar?

Intento acercarme y retrocede. Es obvio que mi actitud agresiva ha influenciado en esa pizca de confianza que pude haber ganado. Miro a mi nena y ella niega con firmeza. Vuelvo la mirada a Noah.

—No lo harás y es lo que quiero impedir. No busco hacerte daño, Noah, simplemente quiero ayudarte. Sólo eso. —Dirige su mirada hacía Anastasia quien le sonríe y quita los mechones de cabello de su frente.

Es una imagen sumamente tierna que me lleva a imaginar aquel acto en mis hijos.

—Estaré contigo —susurra para él.

Se toma unos cortos minutos alternando su mirada en la calle y la entrada del local. ¿Estará analizando si le conviene entrar o seguir vendiendo sus chocolates?

Asiente sorprendiéndome ya que creí que saldría corriendo. Anastasia toma su mano y lo dirige hacia nuestra mesa guiada por la chica que asignó Henry. Todas las miradas van hacia Noah y me tengo que contener para no mandarlos a la mierda por el gesto despectivo de algunos clientes.

Elliot me observa fijamente e ignoro su mirada solicitando una silla adicional. El mesero se acerca y me sorprendo cuando es Anastasia quien pide la comida de Noah, el cual permanece con la mirada en los dedos que estruja.

—Él es Elliot, mi hermano y ella su novia Kate. —Los dos le estrechan la mano sin problema y se los agradezco. 

Creo que mi hermano entiende a la perfección el porqué de mi actuar, ya que ambos pudimos haber sido víctimas de ese destino. 

—¿Cómo te llamas? —le pregunta Kate sonriendo.

Noah levanta la cabeza y la mira.

—Noah —susurra con un hilo de voz.

—Y, ¿qué haces Noah? ¿vas a la escuela? —pregunta Elliot sonriendo a medias.

Niega con la cabeza.

—Trabajo. —Asiente pensativo.

—Los niños a tu edad estudian, pequeño. ¿No te gustaría hacerlo? —Me mira y asiente.

No se me pasa desapercibido el brillo que adquieren sus ojos.

—No puedo. —Hace una pausa leve. —Debo trabajar para comer y pagar donde duermo. —Eso me llama la atención.

—¿Eso te dicen tus padres? —Vuelve a negar.

—No tengo padres. —Trago saliva con dificultad al percibir el dolor que llevan esas palabras y él lo demuestra en su mirada. —Vivo con mi amigo. —Miro a Elliot quien parece pensar lo mismo que yo.

—¿Cerca de aquí? —Ladea la cabeza.

Cuando va a responder, el mesero hace entrega de su comida. Como si su vida dependiera de ello come con afán. En este momento me permito pensar en los miles de niños que viven en la misma condición. Pequeños que en gran mayoría corren con la peor suerte y son utilizados para actos ilegales o mueren en la espera de una mano que los salven de un futuro devastador. Un ángel como mi madre que me vio solo frente al mundo y me abrió las puertas de su casa, corazón y alma.

Miro a mi nena que limpia disimuladamente sus lágrimas. Sé lo que esto influye en sus emociones y naturaleza humanitaria. Está tratando directamente con una escena que podría asemejarse a mi pasado y lucha por controlarse, pero es imposible cuando todos comprendemos que una vez Noah salga de este lugar volverá a ser el mismo. Pasará día tras día con la esperanza de vender sus chocolates para poder comer y de no hacerlo se acostará a dormir sin hacerlo.

Se termina su comida y me aflijo al verlo suspirar satisfecho. Muchas veces me imaginé ese gesto ante los miles de niños y familias que les proveo ayuda. Es realmente satisfactorio ayudar y percibir ese gesto que me alienta a seguir en esa labor de vida que me propuse emplear.

—Tengo que volver a mi puesto. —Mira hacia la calle.

—No es necesario que lo hagas. Quiero comprar todos tus chocolates. —Miro a Elliot quien aplica su táctica de sonrisa que al parecer doblega a Noah.

Encoge sus hombros.

—¿Vienes todos los días aquí? —pregunta Kate.

Asiente bebiendo un poco de agua.

—Antes estaba en el metro, pero Juan me envió aquí. Ahora no vendo casi nada.

—¿Cómo haces cuando no haces venta? —Vuelve a preguntar Kate.

—Nada. Regreso a casa y me acuesto a dormir. Juan se enoja mucho, pero no puedo hacer nada. —Paso mi mano por el cabello.

Ese hijo de puta prácticamente lo está explotando.

—¿Él te pega? —pregunta Anastasia. Baja la cabeza y guarda silencio.

Miro a Elliot que aprieta su mandíbula.

¡Maldito desgraciado!

Al final mi hermano y Kate pidieron comprarle los chocolates. Acepté ofreciéndole a Noah el billete de cien dólares y mi nena le aseguró que estaría mañana a la misma hora para que nos acompañara a almorzar. Se despide de ella con un beso en la mejilla que la deja completamente devastada.

Le ordeno a Sawyer seguirlo para tener la dirección de su casa y así lo hace. Envuelvo a mi nena entre mis brazos mientras Taylor y Elliot me observan con la misma expresión impasible. 

Kate entra al auto con Elliot, mientras Taylor abre la puerta para nosotros, pero Anastasia no cesa su llanto.

—Debes calmarte, nena. Noah estará bien. Sawyer lo está guiando. —Se separa y deja ver sus ojos cristalinos, nariz y mejillas rojas.

Limpio sus lágrimas con suavidad.

—Tenemos que hacer algo. Es un niño sumamente tierno y está siendo obligado por su amigo a trabajar y al no darle lo que pide lo golpea, Christian. —Suspiro profundamente.

—Volvamos al hotel y lo hablamos, ¿sí? —Bufa enojada y entra al auto sin decir nada más.

Paso junto a Taylor...

—Dale tiempo. El trayecto le hará comprender —susurra para que solamente yo lo escuche.

Asiento agradecido.

El camino al hotel es completamente tenso. Anastasia va sumida en sus pensamientos mientras que los míos están en la actitud que adquirió frente a él. No pude evitar imaginarla de esa manera con alguno de nuestros hijos y me encantó esa visión futura de familia. Es eso y más lo que quiero formar.

Nos despedimos de mi hermano y Kate para entrar a nuestra habitación.

—Tomaré una ducha. —Asiento, pero ella no lo nota ya que entra al baño sin mirarme.

Negando con la cabeza camino al estudio. Ahí me permito pensar en cómo la euforia de saber que voy a ser doblemente padre se fue por el caño al encontrarme con un pequeño que me recordó mi pasado. Aquel niño nos afligió por completo ante un presente para él de tristeza, necesidades y falta de afecto. Alguien que cree, su única solución, es dejarse controlar por superiores que le dan un aliento de vida equivocado.

¿Qué debo hacer?

Parece tan conforme con su vida, pero la realidad es que un niño de ocho años no tiene consciencia de sus actos. No conoce del futuro, más solamente puede tener sueños. Deseos de poseer tantas cosas que se convierten totalmente inciertas en las condiciones que vive, y peor aún, sin tener la seguridad que la calle lo obligue a cambiar y conseguirlas por las vías equivocadas.

Suspiro profundamente recargando mi cabeza en la silla. Cierro los ojos y busco entre el mar de pensamientos una solución a la condición de Noah, y la única que me llega es entregarlo a una casa de acogida. Mi cuerpo se estremece ante esa idea, ya que yo más que nadie conoce lo que implica.

Un lugar en donde fingen ser tu familia y brindarle afecto. Nada ahí es real. Las sonrisas, palabras de aliento y el cariño. Todo es fingido por el simple hecho de recibir una remuneración a su labor. Están ahí para fingir darte un amor que nunca existirá.

No todo son cosas malas. Estar ahí asegura una estabilidad y firmeza a los derechos que como niño y ser humano corresponde. No tendrá que trabajar para comer y contará con una cama en donde dormir, sin temor a que el día trunque su suerte y tenga que recibir gritos y golpes de personas que lo único que buscarán será el maldito interés económico.

Sacudo la cabeza despejándome de aquellos pensamientos, y para eso me centro en mi empresa. Me comunico con Andrea para los pendientes de hoy. Ross me mantiene al tanto sobre Sudan, y como lo pensé, será ella quien reciba el siguiente envío y lo distribuya. Le hago de conocimiento la idea de poner a Raymond al mando de mi empresa y me sorprendo al escucharla decir que es una buena elección. Concuerdo en que el hombre hizo excelente trabajo con el legado que le dejo su padre, y que, de no haber sido víctima de aquel engaño, en estos momentos sería uno de los hombres más ricos del mundo.

—¿Cómo está mi pequeña? —pregunta Raymond en medio de la video llamada.

—En la recamara. —Asiente casi imperceptible. —¿Pensaste lo que te dije por la mañana? —Vuelve a asentir.

—Si, y lo estuve hablando con tu madre. —Frunzo el ceño.

—¿Ya eres oficialmente mi padre? —Intento aligerar el ambiente tenso y cambiar esa mirada firme que me inquieta de este hombre.

Lo logro, ya que sonríe levemente.

—Sólo tu utilizas el sarcasmo en momentos serios. —Me encojo de hombros.

—Después de todo soy hermano de Elliot. —Amplía su sonrisa, negando divertido.

—Como te decía: hablé con tu madre y ella está de acuerdo en que acepte. Piensa que has estado sometido a mucho estrés en estos meses y trabajado sin descanso desde hace años. Está preocupada por tu salud y piensa que esas vacaciones con Anastasia te caerían bien, ordenando que te hagas unos exámenes médicos al regresar de inmediato. —Sonrío.

—Siempre de sobreprotectora. —Hace un gesto de labios.

—Eso no lo dudes. Tiene... —Se ve interrumpido por el sonido de la puerta a la cual mira por encima de la cámara de su computadora.

—La comida está lista. —Es la voz de mamá.

¡¿Está con mi madre en su casa?!

—Dame unos minutos, amor. Estoy en línea con tu hijo. —Sonríe ampliamente al susurro que emana mamá y asumo que debe sentirse incómoda al ver que los descubrí juntos.

—¿Elliot? —la escucho decir.

Raymond niega divertido.

—Christian. Ven, salúdalo. —A los segundos aparece mamá arreglando su vestido y una sonrisa entre avergonzada y divertida.

—Hola, Mamá. Por lo que veo la estas pasando muy bien. —Lleva ambas manos a su rostro y aprovecho para carcajearme.

—Estoy bien, hijo —dice ahora más serena—. ¿Cómo estás tú? ¿Anastasia? —Mi pecho se oprime al recordar a mi nena y su frustración.

Ambos parecen captarlo.

—Estamos bien. Hoy fuimos a consulta con la ginecóloga y todo marcha bien. —Sonríe emocionada.

—Eso es una excelente noticia, hijo. Me alegra que la estés cuidando y que lo hagas contigo. Me gustaría saludarla, ¿está por ahí? —Ladeo la cabeza un poco.

—Está en la recamara, Mamá. —Raymond entrecierra los ojos.

—¿Qué pasa con mi hija, Christian?

—No entiendo. —Intento evadir la pregunta, pero Raymond arquea una ceja de esa manera inquisitiva en que logra detectar cuando algo anda mal.

—No me engañas, muchacho. —Bufo antes de suspirar profundamente.

—Al salir de la clínica la llevé a almorzar para celebrar haber escuchado a mi bebé, pero cuando estábamos ahí me encontré con un pequeño. Me impactó tanto que sin medir las consecuencias me puse de pie, salí y caminé hacia él. Era como si me viera al espejo de no haber sido adoptado por ti, Mamá. —Suaviza su mirada. —Escuchar sus cortas palabras y ver su ropa desgastada conmovió tanto a Anastasia, que sin importar que estábamos en un restaurante exclusivo lo invitamos a almorzar. Lo poco que nos dijo no fue alentador para la situación en que lo encontramos, vendiendo chocolates. Asumo que las hormonas del embarazo la tienen susceptible ya que el niño se despidió de ella con un beso en la mejilla que la quebrantó por completo. Quería que hiciera algo, pero se sale de mis manos. —Raymond me mira fijamente mientras mamá sonríe de una manera que no logro comprender.

—El que te hayas identificado quizás tenga que ver con tu origen. Naciste ahí. Tienes una vida en esa ciudad que nunca podrás olvidar, pero la superaste siendo fuerte y ahora la vida quiere enseñarte lo que pudiste ser. Quiero escuchar, ¿qué sentiste tú al tenerlo frente a ti? ¿Alguna sensación que una vez en el futuro puedas recordarla y pensar en él? —Hurgo en ese momento.

Busco muy dentro de mí lo que sentí y encuentro...

—Compasión —susurro.

Es ahora cuando comprendo las palabras de Taylor. Aquella diferencia y conceptos entre lástima y compasión. La tristeza que sentí al ver sus gestos, ese vacío en mi pecho ante su presente y esa ira por la forma en que ese hijo de puta lo explota.

—Fue lo mismo que sentí cuando te vi por primera vez. —Raymond toma su mano y ella sonríe para hacerle comprender que está bien. Vuelve la mirada a mí. —Hay personas que llegan a tu vida para dejarte ver un pasado, destino, sensaciones o decisiones ya sean malas o buenas. Anastasia está experimentando emociones al verte reflejado en una etapa de tu vida, en aquel niño. Siente que puede ayudarlo sin saber con exactitud cómo y por qué. Háblenlo. La vida de pareja se rige en la comunicación. Sé que los hogares de acogida no sustituyen un verdadero hogar, pero le dará seguridad que, por lo poco que has dicho, ese pequeño necesita. —Sabía que esa sería su respuesta.

—Hablaré con ella. He resuelto en que su actitud corresponde al embarazo y quiero darle su tiempo a que medite en ello. —Raymond bufa.

—Las mujeres son complicadas con o sin hormonas del embarazo. —Mira a Mamá con una ceja arqueada, se inclina y deja un beso en su frente.

Un gesto involuntario de respeto y amor incondicional que me deja claro sus sentimientos.

—No es complicada la palabra exacta, incomprendidas. —Niego divertido.

—Lo practicaré. —Miro a Ray. —Haré los trámites para que puedas acceder a la empresa desde mañana. Me comunicaré con Andrea. —Asiente volviendo a esa pose impasible que utiliza en los negocios.

—Perfecto. Saludos a mi hija. —Cuelgo.

Al levantar la mirada hacía la puerta encuentro a mi nena. Está recargada en el marco de la puerta con sus piernas descubiertas y su cuerpo cubierto con una de mis camisas a medio abotonar que deja ver sus pechos y parte de sus bragas rojas de encaje. Su cabello suelto en ondas le da un aspecto realmente sensual.

Trago saliva llenándome de aquella vista erótica. Sus hermosos ojos me observan sin dejar a entrever absolutamente nada.

—Es extraño que papá me llame complicada y mi marido hormonal.

Se acerca lentamente permitiendo que piense en las palabras que utilizó. Rodea mi escritorio para luego tomarme por sorpresa al verla sentarse sobre mis piernas y luego tomar mis labios dejando un leve roce que eriza cada vello de mi piel.

—¿Tu marido? —pregunto con los ojos cerrados disfrutando de su delicioso aroma que inunda toda la habitación.

—Sí —susurra sobre mis labios—, eres mi marido.

Abro los ojos para verla, pero sus ojos están cerrados.

—Lo sería si fuese tu esposo. —Abre los ojos de golpe, queda pensativa para luego sonreír tímida.

—Entonces hagámoslo. —Todo a mi alrededor se detiene.

—¿Qué? —Tartamudeo.

Se acerca nuevamente hasta rozar mis labios.

—Que quiero ser tu mujer, no solamente de apariencia. —Besa mis labios con una suavidad que despierta cada uno de mis sentidos y crea una revolución en mi estómago. —Quiero ser tu esposa.

______________________________

Marly Castro

Continue Reading

You'll Also Like

2K 229 20
esto será un poco random, hace bastaaaaante los webones subieron videos de L4D, así que como típica esquizo se me ocurrió una historia con el DuXiNo...
69.6K 2.9K 43
Esta historia la publico sin fines de lucro. Escritora Real: TERESA O'HAGAN Rankings: Pemberly #1 (29/05/20) Bennet #1 (12/09/20) Janeausten...
2.8K 452 16
A sus veintidós años, las cosas le van bastante bien a Jeon Jungkook: tiene una nueva licencia de superhéroe emitida por el gobierno, una entrevista...
9.2K 512 37
Una cita a ciegas preparada por sus mejores amigos cambiarán sus vidas para siempre... Ambos son tenistas profesionales, ella es una de las mejores d...