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ANASTASIA


—¿Mi padre? —pregunta Christian confundido—. ¿Qué hizo mi padre? —Su rostro cambia radicalmente. 

Vuelvo la mirada a mi padre. 

¿Carrick?

—¿Carrick hizo esto? —pregunto con un hilo de voz.

Su reacción al ver a Christian mostraba incertidumbre y temor. Como si aquellas palabras fueran de vital importancia para él ser pronunciadas. Respira agitadamente como si las pocas palabras entrecortadas hayan sido miles.

Asiente con el dedo índice, casi de manera imperceptible. 

Jadeo horrorizada. 

Papá posa sus ojos claros en mi mostrando un dolor tan profundo que de manera silenciosa rasga el muro de acero impenetrable que guardaba el cariño, respeto y amor hacia él. Es un dolor tan intenso que acelera los latidos de mi corazón y aflige mi alma ante ese toque de empatía característico en mí.

¿Qué debo hacer?

El nudo en mi garganta incrementa considerablemente. Las lágrimas salen sin que las pueda controlar. Me obligo una y otra vez que las pocas fuerzas que mantienen mi cuerpo de pie no acaben. Que sean suficientes para soportar todo lo que implica tenerlo frente a mi.

Una pequeña lágrima desciende por su mejilla. Sus ojos claros me abren las puertas de los mismos ahogándome. Es demasiado. Ahí está ese sufrimiento atroz al cual la vida lo ha sometido. El arrepentimiento es expresado bajo una capa de angustia y temor que eriza cada vello de mi piel. Las súplicas son precisas sin necesidad de una sola palabra. 

Acerca su mano hacia la mía que reposa a ambos lados de mi cuerpo. Estoy inmóvil. 

—Per-dón —susurra débilmente. Llevo la mano a mis labios ahogando un sollozo. Mi pecho duele de una manera aterrorizante. Los recuerdos de su partida llegan intensificando el dolor. Haciendo más punzante las ganas de salir corriendo para no sentir que me ahogo.

La puerta hace un leve chasquido que me obliga a desviar la mirada. 

Christian se ha ido. 

Vuelvo la mirada a Papá sin saber que hacer o decir. Los pocos pensamientos o palabras que tuve para decirle se han evaporado. La salida de Christian me deja desprotegida ante el causante de cada segundo de dolor. 

Lo miro fijamente mientras más lágrimas descienden de sus ojos. Trago con dificultad antes de inhalar profundamente para poder hablar. 

—Sufrí mucho con tu partida, papá. —Sus ojos no se despegan de los míos. —Hasta hace poco lo hice. Me dejaste junto a una mujer que me humilló de una y mil maneras. Una mujer que a cada segundo me juzgó por no haber servido para que tu te quedaras junto a ella. La misma mujer que me dió la vida, y en un punto muerto de la misma me orilló a que me la quitara. —Cierra sus ojos de golpe. Aprieta sus párpados como si le doliese algo. Sus manos se vuelven puños mientras que la máquina que lleva el control de sus latidos deja ver el incremento de su pulso. —La mujer que estuvo junto a nosotros desapareció. El dolor por tu partida le nubló la mente haciendo que su única vía de escape para el mismo fuese su cuerpo. Se convirtió en alguien que ofreció el mismo para vivir. Sin tomar en cuenta que su actitud me afectaba. Me llenaba de vergüenza ver a hombres entras a nuestra casa como si fuese un burdel. Vivía bajo el temor de que alguno, en algún momento inducido por el alcohol, me hiciera daño. —Sus ojos están cristalinos. Su pecho sube y baja sin control, y aunque sé que debo detenerme ante su estado, mi alma ansía esto. Que sepa lo que su partida ocasionó. Que sea testigo del dolor al que me vi sometida por sus errores.

Hermosa Ante Mis OjosWhere stories live. Discover now